Cuando las apariencias engañan
La ‘feliz relación’ de una empresaria y un abogado acabó con más de 30 cuchilladas
A Cristina le gustaban las rosas blancas. Era una mujer muy formada de una familia con un alto poder adquisitivo de la Comunidad Valenciana. Una treintañera libre, independiente, con carácter y con la ilusión de asentar su vida en el piso que se acababa de comprar. Hasta que se cruzó con la bestia. No parecía una persona sometida, lo cual no quiere decir que no lo fuera. Quizás por eso su asesinato ha golpeado con dureza a la sociedad valenciana. Más de medio millar de personas se acercaron el jueves a la plaza del Ayuntamiento de Valencia para guardar un minuto de silencio que tuvo réplicas en otros puntos de la ciudad. Solo el llanto de dolor de familiares y amigos de la falla, empuñando sus flores favoritas, rompió el clima de desconcierto en el que están inmersos desde el pasado sábado.
Ella y su pareja aparentaban disfrutar de las mieles del noviazgo. Las familias de ambos estaban felices con la relación que habían iniciado después del verano, cuentan desde su entorno. Todo era muy normal hasta que Cristina Blanch murió desangrada por la treintena de cuchilladas que recibió en el ático que Alberto Luján, su presunto verdugo, tenía alquilado en una de las zonas más exclusivas del centro de la capital del Turia. El perfil del victimario no casa con el instaurado en el imaginario colectivo: de buen colegio e hijo de médico, Luján tiene 35 años, es abogado y profesor universitario. Quienes lo conocen lo definen como un chico introvertido y con rasgos depresivos por sus problemas económicos: desde 2019 se encuentra en un concurso de acreedores físico. Sin embargo, «cualquier tipo de adjetivo o característica que les pongamos desvirtúa delante de lo que estamos».
«Hablamos de hombres que pretenden ejercer un dominio sobre la forma de actuar de la mujer y consideran que están legitimados para llevar esa subyugación hasta las últimas consecuencias cuando la situación escapa a su control», explica Sonia Rodríguez, profesora de Derecho Civil y jefa de iniciativas contra la violencia de género de la Universitat de València..
No vivían juntos. No constaban denuncias. En este caso, al tratarse de una relación reciente, no ha habido ni siquiera tiempo para que se manifestara públicamente alguna conducta sospechosa. La madre de Cristina y otros dos familiares encontraron el cuerpo sin vida de la joven en el dormitorio de la vivienda a la que acudieron el sábado gracias a la geolocalización del móvil de la empresa en la que trabajaba. Su hermana había denunciado la desaparición pocas horas antes tras varias jornadas sin conocer su paradero. La Policía halló también junto al cadáver las tres armas del crimen –dos cuchillos y unas tijeras–, así como señales inequívocas de que la víctima luchó hasta el final contra su agresor.
Sin embargo, él quiso armar su propio relato a modo de cortina de humo. El jueves por la noche, los trabajadores de un restaurante lo encontraron malherido en el deslunado del mismo edificio. Fingió que cometía un robo y que había caído cuando trepaba hacia los pisos. En realidad, estaba bajando por las cañerías para evitar ser grabado por las cámaras de seguridad de la finca tras dejar a su pareja desangrándose y sin posibilidad de recibir asistencia médica. Fue detenido por hurto y trasladado al hospital, pero quedó en libertad. Tras hallar el cadáver de la joven, la Policía ató cabos y volvió al centro sanitario para arrestarlo por asesinato. La juez, ante la que no quiso declarar, decretó prisión provisional sin fianza. La familia sabe que el acusado tendrá una buena defensa; por ello ha pedido una autopsia minuciosa para que el presunto autor del crimen no escape de su responsabilidad.