ABC (Andalucía)

Brindar por la OMS

El bar es el gran estímulo invariable del peatón español, y eso lo intuyó enseguida Díaz Ayuso

- ÁNGEL ANTONIO HERRERA

LLEVA mucho reprís el ritmo último de vacunación, porque viene la Navidad, y conviene no privarse de nada. No es que nos haya entrado de pronto la cordura de acudir a pincharse sino que no podemos perdonar el cubata con los compadres, o la coctelería cruda de Nochevieja, con cuñados o sin cuñados. Y para todo este jolgorio se exige el pasaporte Covid.

Al español puro y duro le prometes un rato de bar y se le olvidan los efectos secundario­s. Incluso los efectos secundario­s de los excesos de bar. El español puro y duro se hace un pasaporte para poder pedir a gusto una birra, y otra más, porque hasta la burocracia la toleramos si se pone en juego nuestro porvenir de bar.

Ya vemos que el bar es el gran estímulo invariable del peatón español, y eso lo intuyó enseguida Díaz Ayuso, para meter timón a la pandemia, y lo sabe desde siempre José Luis Garci, que disuade a las camareras de Solán de Cabras, porque se está quitando del agua. El español se está quitando siempre del agua, y esto dicta, al menos, que no hemos perdido del todo las esencias, en medio del coronaviru­s, porque nos han entrado las prisas por cumplir la cola de vacunación cuando hemos visto que de verdad la juerga nos necesita. El gentío más o menos joven venía poniendo mucho reparo a la vacuna, ese experiment­o en vilo, según tantos, pero ahora la ansía como un portento, porque sin vacuna no hay champán, ni calimocho.

Nuestras dudas farmacológ­icas se quedan en un recreo del pasado en cuanto se anuncia que entras o no entras a la discoteca según avales la segunda dosis. Los bares, a menudo, van a ejercer el derecho de admisión y así el jaranero exento de vacuna va a resultar un español imposible, un rapsoda de la ley seca. Como Roberto Brasero nos ha cerrado el botellón, y la jarana solicita pasaporte, hemos pillado estrés por citarnos para el chute de Pzifer. Porque a la vacuna pudimos fallarle, pero al bar nunca. Hasta brindaremo­s por la OMS.

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