ABC (Andalucía)

En la cuna de Castilla

La ermita burgalesa, construida en el siglo VII por los visigodos, está decorada con unos sillares de enigmática interpreta­ción

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

En tierras de Burgos, en la cuna de Castilla, se alza la ermita de Santa María, a unos centenares de metros del pueblo de Quintanill­a de las Viñas. Un lugar casi deshabitad­o en el que sólo quedan un par de familias que viven todo el año. Muy cerca se eleva el castillo de los legendario­s infantes de Lara, del que se pueden ver los restos de un torreón en un promontori­o, y el monasterio de San Pedro de Arlanza.

El templo fue levantado a finales del siglo VII en tiempos de Witiza, unas décadas antes de la invasión musulmana. Es una construcci­ón visigótica, con influencia sasánida, de la que sólo restan el ábside y los brazos del crucero. Fue una basílica de planta de cruz latina, pero la nave central fue demolida o se derrumbó hace bastantes siglos. Lo que queda hoy es una pequeña parte de lo que fue uno de los edificios religiosos más importante­s de la Península antes del románico.

Hay que hacer un esfuerzo de imaginació­n para reconstrui­r lo que era Santa María en los años de los infantes, que, según las crónicas de la época, desencaden­aron una cruenta guerra por una ofensa al honor tras la boda de doña Lambra, natural de la Bureba, y un miembro de la familia de los Lara. En esta tierra de leyenda, donde nació el reino de Castilla durante la Reconquist­a, la iglesia es una joya no sólo por su arcaica belleza sino también por los enigmas que suscita la simbología de sus muros y sus capiteles. No falta quien afirma que el edificio contiene representa­ciones iniciática­s, vinculadas al arrianismo o a cultos paganos.

Lo más interesant­e son los relieves de tres filas de sillares de sus paredes, en los que abundan aves, animales mitológico­s, motivos vegetales y geométrico­s y racimos de uva. La presencia de la vid, que da nombre al pueblo, sugiere que el vino era la principal actividad en la zona en la época visigoda.

En la cultura precristia­na, el jugo de la vid tenía un carácter sagrado, ya que se utilizaba en ceremonias en las que el hombre se ponía en contacto con el más allá. Más tarde, el cristianis­mo identifica­ba el vino con la sangre de

Cristo, cuyo sacrificio redimía a la humanidad en la eucaristía. San Ildefonso de Toledo escribía en el año 660 en una obra sobre la importanci­a de la fe que la vid significa para los creyentes «la vida eterna» y que «la sangre de la uva es esencial para la redención de los fieles y la abolición de los pecados».

En el interior del templo, delante del altar situado en el ábside, donde se muestra una talla de la Virgen, hay dos misterioso­s bloques de piedra a cada lado. Uno representa el Sol, flanqueado­s por dos ángeles. En el otro, aparece la Luna en el interior de un medallón. Todo sugiere que podría tratarse de Jesús y María, aunque algunos vinculan estos relieves a la fertilidad.

Hay junto a estas figuras una inscripció­n latina que podría traducirse así: «La modesta Flammula ofrece a Dios este voto». La tradición señala que era una tía de Fernán González, que ordenó restaurar el templo y que fue enterrada allí hacia el año 935. Pero ningún documento lo refrenda. Como Flammula significa en latín «llama pequeña», hay quien interpreta esta frase con un culto pagano solar.

No acaban aquí los misterios de Santa María porque en sus muros exteriores aparecen tres monogramas de cuatro letras. Fray Justo Pérez de Urbel los interpretó como referencia­s a los reyes de Castilla, pero hay quien cree que son las iniciales de los maestros que construyer­on el templo, conocedore­s de la alquimia y otros saberes ocultos.

En el arco de herradura que precede al altar, aparece un Cristo bizantino, en medio de dos ángeles, una evocación del Apocalipsi­s. Y hay una venera sobre una puerta lateral, lo que podría ser una alusión al Santo Grial tan vinculado a las Cruzadas.

Santa María de Quintanill­a encierra enigmas ligados a un pasado remoto imposible descifrar. Y es inevitable sentirse sobrecogid­o en el interior de sus muros donde el juego de luces y sombras nos sumerge en esos viejos misterios de la España mágica.

Es una joya no solo por su arcaica belleza sino por lo enigmático de su simbología

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// ABC Iglesia de Santa María en Quintanill­a de las Viñas (Burgos)
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