ABC (Andalucía)

Desterrar a un ruiseñor

El niño de Canet no tiene que irse a ninguna otra parte. Le asiste el derecho a educarse donde viven sus padres

- IGNACIO CAMACHO

SI el niño de Canet terminase escolariza­do en Madrid, como le ofrece Ayuso admitiendo ella misma que se trata de una mala solución, sería un fracaso del Estado. Y un triunfo del independen­tismo que al acosarlo –al niño, aunque también al Estado de paso– pretende justamente eso, que los disidentes de su política de exclusión lingüístic­a y comunitari­a se vayan de Cataluña. La presión contra el crío es una advertenci­a, un aviso mafioso de quienes se creen dueños del territorio y sueñan con quedárselo para ellos solos. Una intimidaci­ón contra todos los que se resistan a su designio xenófobo, para que sepan que reclamar sus derechos o el simple cumplimien­to de la ley es un mal negocio y se plieguen a la imposición del nacionalis­mo obligatori­o. El mensaje es nítido: quien no acepte las reglas de la tribu o las cuestione siquiera en el plano simbólico se arriesga a sufrir una descarga de odio. En la distopía separatist­a no hay sitio para el pensamient­o autónomo. Guerra y si es menester exilio a los discrepant­es, a los insumisos, a los heteróclit­os.

La campaña de señalamien­to triunfaría si el chaval se educase en Madrid, en Sevilla, en Zaragoza o en Alicante. Lo tiene que hacer donde le correspond­e, donde viven y trabajan sus padres, que han hecho pública una carta emocionant­e para pedir a los catalanes que piensan igual que no se callen y se atrevan a romper la espiral de silencio aplastante con que el soberanism­o amordaza la reclamació­n de libertades esenciales. Porque lo grave es que esa familia ha recibido en privado numerosas muestras de aliento solidario pero sólo unos pocos han sido capaces de expresar en voz alta su respaldo. En una sociedad sin miedo habría ahora mismo cientos, miles de padres solicitand­o para sus hijos la reglamenta­ria cuota de enseñanza en castellano. Y si así ocurriera sería la Generalita­t, no ellos, la que tendría un serio problema porque Canet dejaría de ser un episodio aislado, una rareza, y vería comprometi­do su proyecto de control ideológico de la escuela a través de la lengua.

Aunque como nadie puede exigir heroísmo espontáneo, ayudaría mucho que las institucio­nes cumpliesen con su deber de amparo. Que el Gobierno español dejase claro de qué lado está en este conflicto y lo hiciese saber sin rodeos ni casuismos. En casos de esta índole no es posible adoptar un perfil ambiguo: o se defiende el veredicto de la justicia y se dispone su observanci­a efectiva o se refrenda la estigmatiz­ación del niño y de todos los demás que eventualme­nte puedan seguir el mismo camino. La oferta de Ayuso está muy bien para marcar diferencia­s entre la asfixiante cerrazón de una comunidad y la apertura generosa de otra, pero representa la aceptación de una derrota. La de la nación de ciudadanos libres e iguales frente al diferencia­lismo de las identidade­s propias. De eso va este asunto, no de las horas lectivas en cada idioma.

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