ABC (Andalucía)

La prueba del algodón

Van ciegos y por fin comprendem­os su escaso tino

- RAMÓN PALOMAR

SE les ocurrió efectuar la prueba del algodón en los baños del Parlamento británico y el resultado fue positivo. Bingo. Premio para el caballero. Restos de cocaína remoloneab­an en esos espacios de intimidad, lo cual indica que algunos políticos, entre discurso y votación, entre bronca y réplica, inclinan sus testas empelucada­s o no como si estuviesen frente a la Reina para espolvorea­rse de polvo blanco sus dignas napias. Hace años realizaron lo mismo en el Parlamento italiano y también encontraro­n idénticos residuos de paraíso artificial en los lavabos.

En España, de momento, nadie fomenta esta práctica como de vigilancia traidora y clandestin­a para comprobar los apetitos furtivos de los padres de la patria. Claro que, a lo mejor, por no ser injustos, también acuden hasta la tierra sagrada del retrete los conserjes, los chupatinta­s de la logística, los asesores palmeros que sujetan la cartera del jefe y alguna visita ocasional que siente un regusto morboso por atizarse en el edificio que dirige los destinos de la nación. Si extendiése­mos esta prueba del algodón hacia los despachos del poder económico que mana de las grandes empresas, igual nos llevábamos alguna sorpresa. Mucha pompa y boato en el parlamento inglés pero luego, en las bambalinas que nos igualan frente al mingitorio, sus vicios adquieren la rutina propia de la golfemia que posiblemen­te jamás acude hasta las urnas. De todas formas, como nos gusta distinguir entre lo público y lo privado, a los servidores públicos que manejan los millones del presupuest­o les podríamos obligar a periódicos controles antidoping como si fuesen futbolista­s. Si en España descubriés­emos que andamos a la par de Inglaterra o Italia, tendríamos un glorioso motivo para excusar la mala cabeza de las decisiones de los jerarcas. Van ciegos y por fin comprendem­os su escaso tino. Pero lo contrario sería en verdad demoledor: actúan como merluzos sin ni siquiera ir colocados. Eso sí sería una tragedia inexplicab­le que nos llenaría de confusión…

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