El túnel del tiempo
La izquierda barrunta la caída del sanchismo y prepara la resistencia cavando un túnel que conduce a los años treinta
CON dos años de adelanto –o menos si en 2022 se precipitan las elecciones generales–, la izquierda ha empezado a preparar su derrota. La estrategia de deslegitimación de Vox parece algo más que el núcleo de un argumentario de campaña para movilizar el voto: suena a coartada preventiva de una movilización contra la probable mayoría de las derechas. El bloque Frankenstein huele a oposición y cada vez disimula menos su intención de gestionarla desde la calle. La amenaza explícita formulada esta semana por Yolanda Díaz, trasunto de Pasionaria beatificada por su visita al Papa, apunta a protestas masivas y barricadas de combate, y la reforma de la Ley de Seguridad Ciudadana es un intento de garantizar la impunidad de las brigadas de choque radicales. Se trata de crear un clima de polarización extrema mediante la estigmatización del adversario bajo la etiqueta común de fascista; en primer término como bandera de reclutamiento de votantes desencantados en actitud indecisa, y en segundo como palanca de agitación social a posteriori en el caso de que el primero no sirva para impedir que los partidos liberales y conservadores alcancen masa crítica.
Previamente, la alianza gubernamental ha procedido al blanqueo exprés de sus socios. El certificado de progresismo extendido a Bildu –que se dispone a integrar en su cúpula al último jefe de ETA– y a los separatistas sediciosos permite a la propaganda oficialista depositar en la derecha el monopolio del odio. Existencialismo político primario: el infierno son siempre los otros. El proyecto ya no consiste en gobernar para solucionar problemas sino en defender el poder cavando trincheras. La nostalgia republicana de la llamada ‘memoria democrática’ es la herramienta con la que construir el túnel que lleva directamente a los años treinta pasando por debajo del pacto constitucional y sus cuatro décadas de convivencia, interpretadas por el revanchismo como una simple aunque larga tregua.
En ese sentido, el ‘frente amplio’ de Díaz tal vez no esté pensado tanto con un horizonte inmediato como con vistas a medio plazo. Si la coalición aguanta, el presidente tendrá que contar con un aliado más exigente y con mayor cuota de mando; si se hunde, que es lo más presumible ahora mismo, la dirigente ferrolana lanzará su asalto al liderazgo sobre las cenizas de un PSOE abrasado en el fracaso. Un Ejecutivo de PP y Vox sería el perfecto trampolín de lanzamiento, la encarnación ideal del enemigo que todo populismo necesita inventar para cohesionar a sus adeptos. El éxito en política depende de la capacidad de identificar el ‘momentum’, la circunstancia madura que Iglesias quiso precipitar en una borrachera de ego. Díaz parece haber intuido que la suya está al otro lado de la caída de un sanchismo carente de herederos entre cuyos escombros lanzar a la izquierda a un enfrentamiento civil a cara de perro.