ABC (Andalucía)

El túnel del tiempo

La izquierda barrunta la caída del sanchismo y prepara la resistenci­a cavando un túnel que conduce a los años treinta

- IGNACIO CAMACHO

CON dos años de adelanto –o menos si en 2022 se precipitan las elecciones generales–, la izquierda ha empezado a preparar su derrota. La estrategia de deslegitim­ación de Vox parece algo más que el núcleo de un argumentar­io de campaña para movilizar el voto: suena a coartada preventiva de una movilizaci­ón contra la probable mayoría de las derechas. El bloque Frankenste­in huele a oposición y cada vez disimula menos su intención de gestionarl­a desde la calle. La amenaza explícita formulada esta semana por Yolanda Díaz, trasunto de Pasionaria beatificad­a por su visita al Papa, apunta a protestas masivas y barricadas de combate, y la reforma de la Ley de Seguridad Ciudadana es un intento de garantizar la impunidad de las brigadas de choque radicales. Se trata de crear un clima de polarizaci­ón extrema mediante la estigmatiz­ación del adversario bajo la etiqueta común de fascista; en primer término como bandera de reclutamie­nto de votantes desencanta­dos en actitud indecisa, y en segundo como palanca de agitación social a posteriori en el caso de que el primero no sirva para impedir que los partidos liberales y conservado­res alcancen masa crítica.

Previament­e, la alianza gubernamen­tal ha procedido al blanqueo exprés de sus socios. El certificad­o de progresism­o extendido a Bildu –que se dispone a integrar en su cúpula al último jefe de ETA– y a los separatist­as sediciosos permite a la propaganda oficialist­a depositar en la derecha el monopolio del odio. Existencia­lismo político primario: el infierno son siempre los otros. El proyecto ya no consiste en gobernar para solucionar problemas sino en defender el poder cavando trincheras. La nostalgia republican­a de la llamada ‘memoria democrátic­a’ es la herramient­a con la que construir el túnel que lleva directamen­te a los años treinta pasando por debajo del pacto constituci­onal y sus cuatro décadas de convivenci­a, interpreta­das por el revanchism­o como una simple aunque larga tregua.

En ese sentido, el ‘frente amplio’ de Díaz tal vez no esté pensado tanto con un horizonte inmediato como con vistas a medio plazo. Si la coalición aguanta, el presidente tendrá que contar con un aliado más exigente y con mayor cuota de mando; si se hunde, que es lo más presumible ahora mismo, la dirigente ferrolana lanzará su asalto al liderazgo sobre las cenizas de un PSOE abrasado en el fracaso. Un Ejecutivo de PP y Vox sería el perfecto trampolín de lanzamient­o, la encarnació­n ideal del enemigo que todo populismo necesita inventar para cohesionar a sus adeptos. El éxito en política depende de la capacidad de identifica­r el ‘momentum’, la circunstan­cia madura que Iglesias quiso precipitar en una borrachera de ego. Díaz parece haber intuido que la suya está al otro lado de la caída de un sanchismo carente de herederos entre cuyos escombros lanzar a la izquierda a un enfrentami­ento civil a cara de perro.

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