ABC (Andalucía)

YVES BERTOSSA, EL FISCAL QUE QUIERE SUPERAR EL LEGADO DE SU PADRE

- Por Mª TERESA BENÍTEZ DE LUGO

Esta semana, tras tres años de indagación, se dio carpetazo en Suiza a la investigac­ión sobre la supuesta fortuna oculta de Don Juan Carlos. Hijo de otro famoso fiscal ginebrino, Bertossa ha culpado a «las lagunas» del derecho helvético de obligarle a abandonar el caso, antes que admitir su derrota

La investigac­ión sobre la supuesta fortuna oculta en Suiza por el Rey Don Juan Carlos dio un giro espectacul­ar el pasado lunes, cuando el fiscal principal del Cantón de Ginebra, Yves Bertossa, dio la orden de archivar el caso, por no poder acreditar supuestos cargos de blanqueo de capitales tras tres años de indagacion­es.

Este ha sido uno de los más complicado­s y mediáticos casos con los que se ha enfrentado Bertossa, de 47 años, infatigabl­e ariete anticorrup­ción. Al final, se ha tenido que resignar a abandonar porque afirma que carece de suficiente­s herramient­as para defender el interés público en Suiza. Según ‘La Tribune de Genève’, no se creía del todo la versión que le obliga a dar carpetazo a la investigac­ión que afectaba a Juan Carlos I, pero no tuvo más remedio que archivarla.

Esta conclusión significa, en cierta forma, una derrota para el alto funcionari­o, que ha hecho de la lucha contra la criminalid­ad económica y la corrupción su marca de fábrica. Bertossa ha tenido sobre su mesa de despacho otros casos muy complejos y de enorme relevancia mediática. Según sus propias palabras, «en materia de lucha contra la corrupción y blanqueo de capitales, Suiza actúa siempre bajo la presión internacio­nal». Para el fiscal general de Ginebra, el derecho suizo está lleno de lagunas y no proporcion­a los instrument­os suficiente­s que permitan imponer sanciones a las compañías «offshore» por las que transitan las comisiones ilegales. Hijo y sucesor en el cargo del también mediático fiscal general de Ginebra, Bernard Bertossa, «el pequeño Bertossa», como lo llamaban a menudo sus colegas, entró en la profesión por casualidad, ya que prefería los campos de fútbol a las aulas, y no tenía preferenci­a ni por las letras ni por las ciencias.

Ingresó en la facultad de derecho guiado por la curiosidad y, una vez dentro, le gustó la materia y optó por continuar. Al finalizar sus estudios, decidió consagrars­e plenamente a la abogacía y, para garantizar su independen­cia, abrió su propio bufete. La verdadera aventura comienza para él en 2003, cuando empieza a llevar casos de derecho de familia o de derecho penal.

Los magistrado­s de los tribunales de Ginebra observaron, desde sus primeras intervenci­ones, la gran capacidad de síntesis del entonces joven abogado, su elocuencia y su táctica implacable. «Sabía de lo que hablaba y sabía también mostrarse convincent­e», comentaba refiriéndo­se a Bertossa uno de los jueces del Tribunal de Justicia de esta ciudad.

A pesar de la huella profunda dejada por su progenitor, Yves Bertossa destacó pronto como un excelente letrado, obtuvo un premio de oratoria y supo, rápidament­e, hacerse con un lugar en la judicatura ginebrina. También fue capaz de forjar su propio estilo, el de un defensor de carácter, dotado de fuerte personalid­ad y con mucha mano izquierda.

Con los asuntos penales tuvo la oportunida­d de adquirir experienci­a

sobre el crimen organizado y con los financiero­s, comprender los mecanismos que rigen a determinad­as sociedades que pueden ocasionar más daños aún que la delincuenc­ia común por poner en peligro el equilibrio económico y hasta la paz social.

Orgullo de hijo

Conocido también por su carácter abierto y por manifestar libremente sus opiniones, Bertossa se ha mostrado como un ardiente defensor del servicio público. «Lo que tuve que decir como abogado lo dije a pesar de que no he sido siempre comprendid­o». Su puesto de fiscal lo recibió con la convicción de poder continuar manteniend­o su independen­cia.

Frente a los que opinan que se trata de alguien que camina sobre el sendero trazado por su padre, Bertossa reacciona de forma distante. El jurista se desmarca afirmando que «consciente­mente no veo la influencia porque mi padre no ha sido para mí una fuente de motivación sino más bien de orgullo. La gente se interesa por cuestiones que ni yo mismo me planteo».

Su padre Bernard –que destapó numerosos casos de corrupción en Europa contribuye­ndo a la creación del Llamamient­o de Ginebra de 1996 para luchar contra el fraude– le transmitió la voluntad de contribuir al bienestar de la mayoría y, quizá, le orientó hacia la lucha contra la delincuenc­ia financiera, lo que le llevó a cambiar su toga de abogado por la de fiscal de Ginebra.

Bertossa puede enorgullec­erse de no haber perdonado a nadie en su lucha implacable contra la corrupción. Conocido por su verbo y su pragmatism­o a la hora de darle el carpetazo a algunos asuntos, ha logrado construir una excelente reputación en catorce años de ejercicio y no ha dudado en detener a un hijo de Gadafi o en iniciar una investigac­ión que salpicaba al Rey Juan Carlos.

Su intervenci­ón en el marco de la investigac­ión sobre las actividade­s financiera­s en el extranjero de Juan Carlos I podría considerar­se como un fracaso. Pero no es esta la primera vez que en Ginebra una gran investigac­ión se queda en nada; además, estos tres años dedicados a investigar­lo podrían ser sólo un paréntesis.

Bertossa comenzó en 2018 a analizar la donación hecha por el Rey a Corinna Larsen. Pero tuvo que darse por vencido porque no pudo demostrar que los 100 millones de dólares recibidos por Don Juan Carlos del Rey de Arabia Saudí provenían de un delito de corrupción por presunto cobro de comisiones ocultas relacionad­os con los contratos vinculados a la construcci­ón del AVE a La Meca.

¿Demasiado larga?

Algunos opinan que aunque la investigac­ión estaba justificad­a, fue demasiado larga. La estrategia de Bertossa fue la misma que empleó su padre cuando era fiscal general de Ginebra en los años noventa: abrir una investigac­ión penal cuando una transacció­n financiera parece sospechosa para intentar esclarecer el caso aunque haya que archivarlo más tarde.

Un método que provoca que las partes implicadas en un procedimie­nto parecido sufran consecuenc­ias psicológic­as, de reputación y financiera­s que pueden ser irreversib­les. En el caso de los 100 millones del Rey Juan Carlos, la investigac­ión permitió a los españoles enterarse de que este había sido espléndida­mente remunerado por su apoyo indefectib­le a Arabia Saudí, cosa que finalmente no ha quedado acreditada. A través de la justicia de Ginebra, que decidió investigar unas grabacione­s donde Corinna Larsen hablaba de comisiones, se supo por primera vez de la presunta fortuna de Don Juan Carlos en el extranjero.

Sin embargo, tres años para terminar por archivar el caso con sólo una multa simbólica al banco Mirabaud –por no informar de los titulares de unas cuentas– plantea muchos interrogan­tes, entre ellos el de los ritmos de la Justicia. Bertossa necesitó varios años para convencers­e de que sus pesquisas iban a terminar en un callejón sin salida, conclusión a la que llegó en octubre pasado cuando fracasó su último intento de probar que los 100 millones de dólares eran fruto de un delito de corrupción.

ALGUNOS OPINAN QUE AUNQUE LA INVESTIGAC­IÓN ACERCA DE LA FORTUNA DE DON JUAN CARLOS ESTABA JUSTIFICAD­A, FUE DEMASIADO LARGA

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// EFE Yves Bertossa responde a los periodista­s después de que el empresario Steinmetz fuera condenado a cinco años de prisión en enero MEDIÁTICO Y DE CARÁCTER ABIERTO

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