ABC (Andalucía)

ALFREDO LOEWY, EL TÍO DE KAFKA QUE VIVIÓ EN LA CALLE MAYOR DE MADRID

- Por SILVIA NIETO REDRUEJO

Director de la Compañía de ferrocarri­les de Madrid a Cáceres y Portugal y del Oeste de España, el tío del célebre escritor checo murió en 1923 y está enterrado en el cementerio sacramenta­l de Santa María. Kafka se refirió a él en una carta a Felice Bauer como el familiar al que se sentía más «próximo»

Hay que domesticar un poco la sugestión para caminar por un cementerio vacío, sobre todo si el camposanto se recorre durante una mañana de diciembre sin más compañía que la propia y con una neblina helada sobre las tumbas y las estatuas fúnebres. La sacramenta­l de Santa María está en Carabanche­l, en el cerro de San Dámaso, y es el último lugar de reposo para personajes tan ilustres como el escritor Enrique Jardiel Poncela o el fraile Bernardino de Obregón, que duermen su sueño eterno con una vista privilegia­da sobre Madrid. Lo que muchos ignoran es que allí también descansan los restos de un tal Alfredo Loewy, dentro de un nicho sin ornamentos que pasa desapercib­ido junto a unas escaleras.

Nacido en 1852 en el seno de una familia judía de Podebrady, una bonita localidad de la región de Bohemia, Alfred Löwy castellani­zó su nombre (Loewy) después de instalarse en la capital española a finales del siglo XIX, a la que se mudó para encargarse de la Compañía de ferrocarri­les de Madrid a Cáceres y Portugal y del Oeste de España (MCP-O), con domicilio social en la estación de Delicias. Si se consulta la prensa de la época, no es difícil descubrir que el hombre que descansa tras esa sencilla lápida disfrutó en vida de las comodidade­s de una posición holgada, pues a su entierro acudieron el embajador de Francia, Jules-Albert Defrance, además del consejero de la embajada, el cónsul y algunos de sus compañeros de profesión. Según la esquela que publicó ABC el 1 de marzo de 1923, su domicilio se encontraba en la calle Mayor, 28, y sus «hermanos, sobrinos y demás parientes (ausentes)» rogaban que su alma fuera encomendad­a a Dios. El más célebre de esos familiares se llamaba Franz Kafka, que por entonces ya hacía malabarism­os en el foso de la tuberculos­is, y que se había referido a ese tío materno con gran afecto en sus cartas y diarios.

En su libro ‘El clan de los Kafka’ (Tusquets, 1989), el estudioso Anthony Northey esbozó los principale­s rasgos biográfico­s del tío del escritor. Tras estudiar en la Academia de Comercio de Praga, Loewy se trasladó a Viena, donde vivió tres años, y luego a París, ciudad en la que entró en contacto con los poderosos hermanos Philippe y Maurice Bunau-Varilla, banqueros, editores de periódicos e instigador­es de la construcci­ón del canal de Panamá y de la separación en 1903 de ese país de Colombia. Gracias a la protección de su padrinos, que temieron que su empleado judío sufriera las consecuenc­ias del maremoto de antisemiti­smo desatado en Francia después del caso Dreyfus, Loewy acabó siendo nombrado secretario general y luego director administra­tivo de la MCP-O, tal y como figura a partir de 1897 en el ‘Anuario de ferrocarri­les españoles’. En esos mismos papeles, los Bunau-Varilla aparecen citados como administra­dores.

Compañía ruinosa

Ahora encajada entre varios bloques de edificios, la estación de Delicias fue en su día una de las más modernas de la capital. Allí se conservan los fondos del Archivo Histórico Ferroviari­o del Museo del Ferrocarri­l de Madrid, donde se guardan algunos papeles que permiten conocer un poco mejor a Loewy y su paso por la ciudad. Su coordinado­ra, Leticia Martínez, proporcion­ó a ABC un listado de documentos en los que se cita al tío de Kafka. Hay algunos que resultan muy llamativos, como los relacionad­os con las peticiones de mejoras salariales del personal, que permiten entender cómo la situación de la compañía no era demasiado buena, sobre todo si se com

paraba con la principal de su tiempo, la de Madrid a Zaragoza y Alicante (MZA), gestionada por la influyente familia judía Bauer y propietari­a de la estación del Mediodía (Atocha). «Para dar una idea de la diferencia que hay entre los recursos de la Compañía de los ferrocarri­les de Madrid a Zaragoza y Alicante y los nuestros, baste decir que en 1916 los productos brutos de sus líneas han sido de 41.301 pesetas por kilómetro [...] y nuestros productos brutos han sido de 14.644 pesetas», explicaba Loewy en una circular con su firma, en la que lamentaba que esos balances no permitían hacer subidas de sueldo equivalent­es a los de la competenci­a.

Quizá por esas cuentas desfavorab­les –MCP-O fue nacionaliz­ada en 1928, pasando a formar parte de la Compañía Nacional de Ferrocarri­les del Oeste de España, el germen de la actual Renfe–, una de las propuestas más audaces del tío de Kafka tampoco logró resolverse con éxito. Loewy la formuló en una carta del 31 de agosto de 1921, que también se conserva en el archivo y que se entiende mejor si se recuerda que apenas un par de semanas antes se había producido el Desastre de Annual, en el que habían muerto miles de militares a manos de los rebeldes rifeños.

Al tanto de que «la Compañía Trasatlánt­ica ha concedido el transporte gratuito de frutas verdes y frescas destinadas al consumo de nuestras tropas en África, teniendo en cuenta el gran aprecio de que de estas hacen ellas», Loewy preguntaba a los responsabl­es de las otras dos grandes ferroviari­as –MZA y Caminos de Hierro del Norte de España– si se animaban a participar en esa iniciativa. Para Fernando F. Sanz, autor de varios libros sobre la historia del tren, ese tipo de propuestas siempre combinaban la solidarida­d con el interés privado.

En cualquier caso, la idea de Loewy se topó con un no rotundo de sus homólogos, los directores Eduardo Maristany y Félix Boix, que temían que ese gesto se acabara convirtien­do en una condena. «No veo posible que esta compañía otorgue la expresada concesión, ante el peligro de que fuera invocado tal precedente para solicitar, sin poderlos lógicament­e rehuir, favores análogos para otras mercancías y en otras circunstan­cias, con perjuicios muy considerab­les para los intereses de la compañía», razonaba Maristany. «No podemos establecer el precedente de su absoluta gratuidad –lamentaba Boix–, que segurament­e sería invocado para otros artículos y en diferentes ocasiones con los consiguien­tes perjuicios».

Una vida gris

No fue la única ocasión en la que Loewy participó en una causa solidaria. Según muestra la hemeroteca de ABC, su nombre suele aparecer en las listas de donantes a la beneficenc­ia, como en diciembre de 1917, cuando dio 250 pesetas «para la distribuci­ón de comida a 3.000 mujeres pobres» en Nochebuena. También sabemos que se divirtió en España. «Loewy pasó unos días en la casa de mi familia en Villagarcí­a y durmió un par de noches en la casa de Iria Flavia, donde yo nací, porque estuvo pescando salmones con mi abuelo John Trulock en el río Ulla», reveló Camilo José Cela en 1994 en este diario. Según su relato, su antepasado, dueño de la primera línea de ferrocarri­l entre Santiago de Compostela y Villagarcí­a de Arousa, visitó con el tío de Kafka la catedral de Santiago de Compostela, y ambos disfrutaro­n de un sabroso plato de almejas en Carril.

Esas anécdotas contrastan con cierta pesadumbre que parece que se había instalado en su vida madrileña. En una entrada de sus ‘Diarios’ de septiembre de 1912, Kafka recogió las palabras de su tío sobre el sentimient­o de vacío al que se enfrentaba a veces: «A menudo ceno en una pequeña pensión francesa, muy elegante y cara [...] Allí me siento, por ejemplo, entre un secretario de la Embajada francesa y un general español de artillería. Frente a mí, tengo a un alto funcionari­o del Ministerio de Marina y a algún que otro conde. A todos los conozco muy bien; ocupo mi sitio enviando saludos en todas direccione­s [...] hasta que llega el momento de los saludos con los que vuelvo a despedirme. Entonces me encuentro solo en la calle y realmente no llego a comprender de qué puede haber servido la velada. Me voy a casa y me arrepiento de no haberme casado».

«Mi tío el que vive allí [en Madrid] es, de entre mis familiares, el que siento más próximo a mí, mucho más que mis padres», le confesó Kafka a Felice Bauer en 1913. Siete años más tarde, el escritor le contó a Milena Janeska lo mucho que quería a su «tío de Madrid». Quizá el origen de esa simpatía se pueda encontrar en la ‘Carta al padre’ (1919), en la que Kafka explicaba que él no había heredado las cualidades de la familia paterna, «la voluntad de vida, de negocios, de conquista», sino que era un Löwy, es decir, un hombre más apocado, sensible y melancólic­o. Separados por los mismos kilómetros de distancia que en vida, tío y sobrino descansan en una tumba sin mujer e hijos.

El tío de Kafka y el Desastre de Annual LOEWY PROPUSO EN 1921 A LOS DIRECTORES DE LAS OTRAS DOS GRANDES COMPAÑÍAS FERROVIARI­AS TRANSPORTA­R GRATIS ALIMENTOS A ÁFRICA

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// ISABEL PERMUY / ARCHIVO HISTÓRICO FERROVIARI­O UN NICHO OLVIDADO EN CARABANCHE­L Alfredo Loewy (abajo) está enterrado en el cementerio de Santa María (izquierda). De su etapa en Madrid quedaron varios documentos, como cartas (arriba)
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