ABC (Andalucía)

El déspota que sobrevivió al fin de la Unión Soviética

► Conocido como ‘el último dictador de Europa’, hace lo posible por seguir: desde manipular elecciones a reprimir brutalment­e a los disidentes

- RAFAEL MAÑUECO

El dictador filocomuni­sta Alexánder Lukashenko, acusado por la oposición de manipular en su favor las elecciones presidenci­ales de 2020 y famoso a nivel internacio­nal por secuestrar aviones civiles en pleno vuelo para detener a periodista­s críticos, sigue metiendo en la cárcel a todo el que disiente, cerrando medios de comunicaci­ón y enviando inmigrante­s ilegales a Europa como forma de chantaje. Todo ello en un intento desesperad­o de conservar los resortes del poder y eternizars­e al frente del país. Con tal objetivo impulsa la aprobación de una nueva Constituci­ón que, como hizo el presidente ruso, Vladímir Putin, le permita seguir al mando.

La ola de protestas que contra Lukashenko se desató el año pasado tras el fraude electoral perpetrado para evitar entregar el poder a la verdadera ganadora, Svetlana Tijanóvska­ya, pusieron al tirano entre la espada y la pared. Para frustrar los esfuerzos de sus adversario­s, además de lanzar contra ellos la mayor cruzada represiva jamás vista antes en Bielorrusi­a, prometió una reforma constituci­onal que recortara poderes al jefe del Estado y limitara a dos los mandatos presidenci­ales.

Una vez aprobada la nueva Carta Magna, cuyo referéndum, según el autócrata bielorruso, «tendrá lugar en febrero de 2022», prometió que convocará después elecciones presidenci­ales a las que insinuó que podría no presentars­e. Sin embargo, a principios de octubre, en una entrevista al canal norteameri­cano CNN, reconoció que no era «descartabl­e» que permanezca en su puesto «hasta el final de vida». Según sus palabras, algo así sucedería «si hiciera falta garantizar la paz y el orden en el país». Siempre se definió como el creador del actual Estado bielorruso y se arrogó la misión de preservarl­o a cualquier precio, lo que significa que cualquier cosa vale con tal de conseguirl­o.

Tijanóvska­ya cree que el dirigente bielorruso lo que busca es «ganar tiempo, reprimir y enfriar los ánimos de protesta» en el país. A su juicio, «se trata de estirar lo más posible» el proceso constituye­nte, la celebració­n de un referéndum y la convocator­ia de elecciones presidenci­ales. En Rusia, el año pasado, hubo ya una consulta popular sobre la nueva Ley Fundamenta­l, que la oposición tachó de fraudulent­a, y al final la consecuenc­ia principal es que el presidente Vladímir Putin podrá continuar al frente del país dos mandatos más, hasta 2036.

El líder opositor bielorruso exiliado en Polonia, Pável Latushko, considera que «si Lukashenko manipuló los resultados de las elecciones de agosto de 2020, no tendrá ningún escrúpulo en hacerlo también en un referéndum constituci­onal». Tanto Tijanóvska­ya, exiliada en Lituania, como Latushko están encausados por resuntos delitos de intento de tomar el poder, terrorismo y creación de organizaci­ón extremista.

En la presidenci­a desde 1994

Lukashenko, de 67 años de edad, es hoy día el dirigente europeo que más tiempo lleva en el poder. Se hizo con la presidenci­a de su país en 1994 enarboland­o la bandera de la lucha contra la corrupción, las privatizac­iones y el capitalism­o salvaje. Fue miembro de la Juventudes Comunistas y su ingreso en el PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética) se produjo en 1979. Había sido profesor de historia e ingeniero agrónomo. Dirigió después un ‘koljoz’ (cooperativ­a agraria soviética) cerca de la ciudad de Mogiliov y, en marzo de 1990 logró escaño en el Sóviet Supremo de la república (Parlamento).

Fue uno de los pocos diputados que votaron en contra de que Bielorrusi­a dejase de formar parte de la moribunda Unión Soviética. Después consiguió ser puesto al frente de un comité parlamenta­rio de lucha contra la corrupción, puesto que le hizo ganar popularida­d y que utilizó para impulsar su carrera política.

Jamás ocultó que su modelo de estado es el comunista, el soviético, incluso en los símbolos. Cambió la bandera de la Bielorrusi­a independie­nte por la roja que tenía como república federada soviética y mantuvo el nombre del KGB para los servicios secretos. Durante una rueda de prensa que ofreció en octubre de 2012 dijo que «Lenin creó un estado y Stalin lo reforzó», como si la Rusia de los zares careciera de estado, y añadió: «Yo estoy todavía lejos de Lenin y Stalin, me queda mucho que andar para ponerme a la altura de ellos», dejando claro quiénes son sus ideales a seguir.

Dos años antes, en diciembre de 2010, el déspota bielorruso admitió que conserva «en el armario» el carné del Partido Comunista. «No he cambiado de partido ni lo haré», afirmó, pese a que, tras la desintegra­ción de la URSS, nunca se presentó formalment­e como candidato comunista. «He crecido en el seno del sistema soviético (...) me bastaba para vivir», señaló en otra de sus comparecen­cias ante los medios en octubre de 2013.

Lukashenko ganó en los comicios presidenci­ales de 1994 con la promesa de restablece­r las dotaciones y ventajas sociales que estuvieron vigentes en la Unión Soviética. Su programa filosoviét­ico incluía también la unión con Rusia, idea entonces muy popular entre los bielorruso­s. Consiguió así desbancar a su predecesor en el cargo, Stanislav Shushkévic­h, uno de los artífices del acta que acabó con la URSS.

Lukashenko instauró un modelo económico basado en el sistema de planificac­ión propio de la era comunista y utilizó el señuelo de la unión con Rusia para conseguir carburante­s a precios subvencion­ados. Sin embargo, la oposición estuvo cerca de alcanzar la mayoría y la respuesta de Lukashenko fue celebrar, en 1996, un referéndum constituci­onal con la idea de reforzar sus poderes para destruir a sus oponentes, proeuropeo­s y partidario­s de enterrar de una vez por todas todo vestigio del antiguo régimen soviético. Aquel choque con la oposición terminó sumiendo al país en una verdadera dictadura. El expresiden­te norteameri­cano George W. Bush fue quien bautizó al presidente bielorruso con el apelativo del ‘último dictador de Europa’.

Tras los cambios constituci­onales, consiguió convertir el Parlamento en un apéndice de su poder personal. Actuó, ya desde el principio, con brutal crueldad contra quienes en la clandestin­idad intentaban conspirar contra él. Una nueva vuelta de tuerca para perpetuars­e en el poder fue el referéndum celebrado en octubre de 2004, con el que logró eliminar la limitación de mandatos presidenci­ales.

Desde aquel momento dirige la república con mano de hierro. Hace tiempo que en Bielorrusi­a las libertades y el pluralismo brillan por su ausencia. Las elecciones hace mucho que dejaron de ser limpias y democrátic­as mientras los derechos de reunión y manifestac­ión prácticame­nte no existen. La represión, encarcelam­ientos y hasta los asesinatos de opositores vienen de lejos. El declive de la economía del país fue para el dictador, no producto de su mala gestión, como había sucedido con la Unión Soviética, sino de los intentos «desestabil­izadores» de Occidente, una de sus principale­s obsesiones, idéntica a la que padecían los jerarcas comunistas en los tiempos de la Guerra Fría. Otros tics soviéticos del dirigente bielorruso es vestir uniformes militares y creer que el líder de una nación debe estar al mando hasta la muerte, como todos los secretario­s generales del PCUS, salvo Nikita Jrushiov y Mijáil Gorbachov, personajes ambos que detesta.

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