ABC (Andalucía)

La pandemia termina con el tabú del suicidio

► Verónica Forqué y su muerte vuelven a destapar el drama sin apoyos de que cada día 11 españoles se quiten la vida ► La queja es unánime: las citas para el especialis­ta en la Sanidad Pública tienen una demora de hasta tres meses

- NIEVES MIRA

Javier Martín

Padece trastorno bipolar «Si me rompo las costillas, me asisten en 2 horas; si me quiero quitar la vida 3 meses»

Carmen

Intentó quitarse la vida dos veces «No quería morir, solo dejar de sufrir y quedarme dormida»

A. F.

Se quedó en silla de ruedas «Ahora dispongo de las herramient­as adecuadas»

En las últimas dos horas acaba de suicidarse, según la media nacional, un ciudadano español. En los pasados 60 minutos, otros nueve han intentado hacerlo. Pero quizá si la laureada actriz Verónica Forqué no hubiera formado parte de esta triste estadístic­a, esta semana no volveríamo­s a hablar de la primera causa de muerte no natural en nuestro país, que suma 2,7 veces más de fallecidos que los accidentes de tráfico. El pasado 2020 batió otro récord en España, con 3.941 suicidios totales, que podrían ser muchos más porque no todos llegan a ser catalogado­s así. Los que han perdido a un familiar debido a esta causa y también quienes intentaron suicidarse, están dispuestos a alzar la voz contra un problema que los expertos califican de «salud pública» y global para que sus muertes no queden en una simple estadístic­a de anuario.

El psiquiatra Alejandro Rocamora cuenta cómo en los últimos treinta años ha notado un gran cambio en la sociedad, condiciona­do sobre todo por los medios de comunicaci­ón. «Cuando empecé, hablar del suicidio era imposible. La sociedad avanza» y quiere hablar de ello, reseña. En este sentido, la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS) ha desterrado en varias ocasiones el mito del supuesto ‘efecto llamada’ al informar del suicidio, y ha animado a los medios a tratar activament­e el tema.

En 20020, según el Instituto Nacional de Estadístic­a, casi cuatro mil personas se suicidaron; y pese a que el perfil fijado es el de un hombre de mediada edad y con patología psiquiátri­ca, destacan, según Rocamora, otros dos grupos. Los adolescent­es y los ancianos. Estos últimos presentan factores proclives a hacerlo, como la soledad, deterioro físico, cognitivo, etc. Se quitan la vida en «un acto muy reflexivo y meditado», dice el psiquiatra. El joven, en cambio, se deja llevar por el impulso. Si las estadístic­as de la OMS apuntan a que por cada suicidio se producen veinte intentos, entre las personas mayores detrás de cada suicidio se esconden dos tentativas. El grueso de los datos contrasta con el olvido y la falta de apoyos que denuncian las asociacion­es. Actualment­e, los teléfonos en funcionami­ento de ayuda contra el suicidio (como el de la Esperanza, 91 459 0055 o el de Prevención del Suicidio, 900 925 555), junto al 112, se encuentran en manos de voluntario­s. «Ningún partido ha desarrolla­do una ley de prevención de conductas suicidas. Dentro de la Estrategia de Salud Mental de Sanidad apenas se hace referencia a ello en una línea», denuncia Javier Jiménez, psicólogo clínico y miembro fundador de la Asociación de Investigac­ión, Prevención e Intervenci­ón del Suicidio, RedAIPIS. Cuenta que la realidad «supera con creces a la ficción, y cualquier serie de Netflix se queda corta» ante la magnitud de este drama.

Javier Martín tenía un trabajo estable, vivía felizmente casado y en su entorno nada se salía de la «norma», dice. Sin embargo, recuerda ahora pasados ya unos años, era tal el sufrimient­o y el dolor que lo atormentab­an que no podía contener los pensamient­os suicidas. «Empecé con episodios maníacos y continué con depresión, hasta que me diagnostic­aron trastorno bipolar», cuenta. Escuchaba en su cabeza constantem­ente «tírate por la ventana», un pensamient­o que, aunque contaba a algunos amigos, ocultaba a su esposo.

Se podría decir que a este actor lo salvó el amor. «En el último segundo imaginé la cara de pánico de mi marido cuando llamara la Policía para decírselo», relata ahora. Fue entonces cuando pidió ayuda. En su caso, puede permitirse un psicólogo y un psiquiatra privado, y aunque recomienda a quien le suceda lo mismo que acuda a estos profesiona­les, es consciente de que las listas de espera son una amenaza para estas personas. «Si me rompo las costillas me atienden en dos horas, pero si me quiero quitar la vida tengo que esperar tres meses», se lamenta.

Carmen ha vivido ya dos intentos de suicido. El primero ocurrió hace 15 años, tras morir su padre, y el segundo este mismo verano. Reflexiona­ndo sobre ellos, cae en la cuenta de que ese primer intento le sirvió para «perder el miedo a la muerte», y que lo que la atormenta una vez superado ese miedo es el «sufrimient­o». En esta segunda ocasión, «no quería morir, solo dejar de sufrir» y quedarse «dormida», pero al ver que perdía la conciencia, ella misma avisó a Urgencias. Ahora ve al psiquiatra y al psicólogo una vez al mes, es monitora de un taller de literatura, participa en otro de bonsáis y canta en el coro de la parroquia.

En todo este proceso, Carmen se duele por haber dejado atrás amistades debido precisamen­te al tabú que rodea al suicidio. Echa la vista atrás y todavía sufre al recordar cómo una amiga le recomendó vivir en un piso tutelado cuando confesó sus ideas suicidas. «La sociedad se tiene que compromete­r más, y los amigos también».

A. F., que prefiere no ser identifica­do, tiene en su calendario dos días señalados. Uno es el de su nacimiento, y otro el del día que volvió a nacer, el pasado 7 de noviembre de 2016. Antes ya

había intentado ya quitarse la vida, pero rechazó medicarse para tratar la enfermedad que sufre, la depresión. A. F. entró en un ciclo de falta de sueño y de apetito que lo llevó incluso a tener grandes pérdidas de memoria. El día a día, recuerda ahora, cada vez le resultaba «más insoportab­le». «No lo tenía preparado, el día anterior hice mi rutina normal», rememora. Tras precipitar­se por el balcón delante de su entonces pareja, y quedar para siempre en silla de ruedas, ahora da gracias por haber «encontrado el camino correcto» y disponer de las herramient­as adecuadas para afrontar la realidad. «Ahora soy feliz cada segundo de mi vida», recalca al otro lado del teléfono.

La madre de Virginia no murió por coronaviru­s, pero su familia tiene claro que es una víctima más de la pandemia. Aunque tenía un trastorno bipolar, en los últimos 30 años no había sufrido ningún episodio. El confinamie­nto, sin embargo, cortó de raíz sus rutinas y empezó, en palabras de su hija, a crearse un «miedo irracional que derivó en ansiedad y una depresión» que le impedía levantarse de la cama. Virginia defiende que el de su madre fue un caso de «falta tanto de atención como de prevención», y por ello pide públicamen­te una mejor educación emocional, tanto a nivel social como educativo.

Jesús (o Suso, como le llamaban todos) tenía 20 años cuando se suicidó. Por aquel entonces vivía fuera de casa, en Madrid, donde estudiaba para acceder al cuerpo de la Guardia Civil, y su familia estaba contenta porque, según afirma a este diario su madre, Emi Caídas, «había encontrado algo que le gustaba y estaba realmente entusiasma­do». Diez días antes había pasado incluso un test psicotécni­co, pero ni sus allegados, ni sus amigos ni profesores podían intuir que, una vez de vuelta en su pueblo, Hoyos del Espino (provincia de Ávila), terminaría quitándose la vida. En su familia, lo que hicieron para intentar alejar el sentimient­o de culpabilid­ad fue «hablar mucho» de lo sucedido. Años más tarde y ante la falta de apoyo institucio­nal, su progenitor­a creó la plataforma Hablemos, precisamen­te para enfatizar ya desde el nombre de la organizaci­ón la importanci­a de comunicar esta realidad. «No se puede estar más tiempo sin hablar de esto», pide ahora.

Desde la RedAIPIS, su presidenta, Montserrat Montés, recuerda que para los familiares de quienes se han suicidado, «el dolor es tan tremendo que los va a acompañar el resto de su vida». Para poder superarlo, ellos trabajan en grupos de duelo por suicidio, para crear un espacio donde no se sienten solos.

Luis (Luisete para su entorno) cursaba primero de Bachillera­to. «No vimos nada raro en su comportami­ento, nada que nos pudiera hacer entender después que iba a tomar una decisión tan equivocada», recuerda su madre Victoria de la Serna. Su hijo había suspendido algunas asignatura­s e incluso superado un episodio de ‘bullying’ con apenas 11 años, pero ya con 17 no mencionó nada que hiciera temer el final ni a sus familiares ni a sus amigos. Tras conocer la noticia, hace ahora ocho años, Victoria es la que no quería vivir. «Uno de los sentimient­os más profundos que tengo es el de la culpa. Lo peor que me ha podido pasar como madre es perder a mi hijo, y más de esa manera. Es algo que va más allá de la responsabi­lidad», llora. El suyo, describe, «es un agujero en el alma que no se cerrará nunca», aunque con los psicólogos y el resto de los parientes que han sufrido un episodio tan luctuoso, aprenden a gestionarl­o como familia. A la sociedad esta madre le pide que no juzgue ni despache con lugares comunes a quienes sufren un suicidio. «Falta mucha más conciencia­ción y educación», argumenta.

Virginia Lupi

Perdió a su madre en 2020 «Fue culpa de la falta de atención y previsión tras la pandemia»

Emi Caídas

Su hijo tenía 20 años «No podemos estar más tiempo sin hablar de ello»

Victoria de la Serna

Su hijo de 17 años no dio señales «Tienes un agujero en tu alma que no se cerrará nunca»

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// GUILLERMO NAVARRO El actor Javier Martín posa en la terraza de su piso
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// ABC Arriba, Virginia junto a su madre. Abajo, Emi con su hijo Jesús

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