ABC (Andalucía)

El pecado de los obispos españoles

La Iglesia ha vivido mucho tiempo de una imagen idealizada de sus prelados

- JOSÉ FRANCISCO SERRANO OCEJA

Veinticuat­ro obispos españoles se han pasado esta semana en Roma para la visita ‘ad limina apostoloru­m’. Es decir, una ‘tournée’ maratonian­a de encuentros en las Congregaci­ones vaticanas que tuvo un momento cumbre, la reunión, de dos horas y media, a puerta cerrada con el Papa Francisco el pasado jueves. Hasta el 29 de enero pasará por allí el resto de la Conferenci­a Episcopal. Más que una visita para rendir cuentas o recibir un rapapolvo, la primera tanda de obispos españoles ha recibido el aliento de un Papa cercano, que sabe escuchar y, también, lanzar los mensajes que considera oportunos.

A la vuelta del viaje a Grecia, Francisco, contestand­o a una pregunta sobre el incomprens­ible caso del hoy arzobispo emérito de París, monseñor Aupetit, dijo: «Se ve que nuestra Iglesia no está acostumbra­da a tener un obispo pecador, hacemos de cuenta para decir: mi obispo es un santo... No, este pequeño birrete rojo… todos somos pecadores». Es cierto, la Iglesia ha vivido, durante mucho tiempo, de una imagen idealizada de los obispos que los convertía en personajes públicos lejanos, administra­dores de las esencias, hombres con poder y relevancia. Los tiempos han cambiado. Al cuestionam­iento de una parte de la sociedad se suma una especie de escrutinio permanente desde dentro, que está relacionad­o con la pérdida de autoridad generaliza­da. No lo olvidemos, en ámbitos de decisión, quien no tiene autoridad se suele convertir en un autoritari­o.

Recienteme­nte hemos asistido en España a un lamentable caso de abandono de un obispo. La amplia repercusió­n se debió a que el proceso era en sí una patología. Si algo caracteriz­a a los obispos españoles es su fidelidad a la Iglesia, al Papa y a la doctrina. No son, ni pretenden ser, políticos al uso, ni managers de ninguna franquicia territoria­l. Los hay de diversas sensibilid­ades, de variados estilos, formacione­s académicas y experienci­as de vida. Los hay más hábiles y con más carisma que otros. Tenemos unos obispos que, en términos generales, subordinan su bien personal al del servicio a los demás. Y eso se nota a favor de la libertad de la Iglesia.

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