Empiezas a desfilar
El verdadero drama de Cataluña no es el intervencionismo atroz sino la arrasada dignidad de unos ciudadanos que ya ni distinguen los resortes de su vida libre
EL gobierno independentista vuelve a imponer el toque de queda. La excusa es el Covid pero simplemente quiere controlarnos, encerrarnos, realizar ni que sea por unas horas su delirio totalitario. No es que los independentistas hagan esto, es que son así. La Generalitat, y el doctor Josep Maria Argimon como consejero de Sanidad, uno de los personajes más siniestros que ha puesto en circulación la nueva Convergència, padecen la enfermedad moral –pero también mental– de meterse en la vida de los otros para dirigirla, para poseerla, para arruinarla. Si pudieran, nos concentrarían en campos y nos dirían qué tenemos que hablar, pensar, sentir e iba a decir votar, pero lo de votar no les haría ninguna falta. Como a todos los tiranos, sólo les gustan los referendos, esa perversión democrática que sirve para arrebatar a los demás lo que no quieren darte.
Regresar al toque de queda en lugar de acelerar la vacunación en todas las franjas de edad es una decisión política y no sanitaria, que no busca protegernos sino insistir en su propósito obsesivo de laminar nuestra libertad hasta que nos quede tan poca que ya no sepamos ni darnos cuenta cuando vengan a por la última gota, y la entreguemos sin luchar.
Yo le sobro al gobierno independentista. Le sobramos más de la mitad de los catalanes, le sobra la lengua más hablada, escrita y amada de Cataluña, que naturalmente es el español, y le sobra hasta la libertad de sus propios votantes cuando salen de noche a dar un paseo, a hacer guarradas o a tomar una copa. Le estorbamos, le fastidiamos. Lo que no cabe en la cuadrícula de su estrechez tercermundista le resulta ofensivo. Y luego los independentistas nos acusan de fascistas cuando son ellos los que se comportan como unos matones, usando la fuerza de la calle para violentar la Ley, conculcar el Estado de derecho y romper todos los cristales. El toque de queda es el premio de consolación por todas sus derrotas y así pueden recrear la fantasía de que han ganado y empiezan a separarnos por grupos.
Todos los totalitarismos son iguales, usan los mismos métodos y acaban en la misma cuneta. Cuando crees que la solución pasa por eliminar la libertad, eres un enfermo y la sociedad tendría que disponer de inmediatos métodos para alejarte de cualquier poder. El consejero Argimon padece esta enfermedad, mucho más devastadora que cualquier virus. El nacionalismo la encarna por definición. Y ahí está el resultado, siempre idéntico. Las mismas amenazas, el mismo atropello. Todos los totalitarismos son el mismo y llevan a la misma aniquilación del individuo.
Cuando tu libertad se puede poner en fila, hay alguien que enciende un horno hacia el que empiezas a desfilar. También todos los hornos son el mismo. El verdadero drama de Cataluña no es el intervencionismo atroz sino la arrasada dignidad de unos ciudadanos que ya ni distinguen los resortes de su vida libre y por eso resulta tan fácil robárselos.