LA DOBLE MUERTE DE CLAUDIA: «A MI HIJA NO LE DIERON NINGUNA OPORTUNIDAD»
El padre de la víctima
«UNA PERSONA QUE SE DEDICA AL NARCOTRÁFICO Y TIENE ANTECEDENTES POR SEGURIDAD VIAL Y DE AGRESIÓN A LA POLICÍA NO PUEDE ESTAR SUELTA»
Una prometedora estudiante de Medicina fue arrollada hace justo un mes en la zona universitaria de Madrid por una banda delictiva. La abandonaron y el conductor de VTC que la dejó en su puerta tampoco la asistió. ABC habla con el padre de la chica mientras la Policía busca al homicida
«Temprano levantó la muerte el vuelo. Temprano madrugó la madrugada. Temprano estás rodando por el suelo. No perdono a la muerte enamorada. No perdono a la vida desatenta. No perdono a la tierra ni a la nada».
Estos versos que el poeta alicantino Miguel Hernández escribió en la Navidad de 1935 a su amigo Ramón Sijé son los que glosan la despedida del Atlantic Schools, en el municipio de Santa Brígida, colindante a Las Palmas de Gran Canaria, a su querida exalumna Claudia San Román Medina. Para ella, su última madrugada madrugó a las 1.46 horas del 20 de noviembre, hace ahora un mes. Un coche ocupado por tres jóvenes delincuentes la arrolló a tal velocidad, que la arrastraron una decena de metros y la abandonaron, a la huida, en el paseo de Juan
XXIII de Madrid, en la zona de Ciudad Universitaria. La Policía Municipal lleva una investigación muy minuciosa que ha dado pronto muchos frutos, aunque aún queda echarle el guante al cobarde conductor, un marroquí con una orden de entrada en prisión voluntaria, que debía hacerse efectiva a principios de este diciembre. El dueño, otro delincuente, dice que les prestó el turismo y su móvil esa noche.
Claudia era hija de dos prestigiosos doctores asentados en la isla canaria; y ella misma, como su hermana Daniela, con la que convivía en un piso justo delante de donde la mataron, estudiaba Medicina. Estaba en tercero de carrera. Toda una vida por delante. Toda. Pero el próximo 12 de marzo no podrá cumplir sus 21 años. Cuatro personas que presenciaron los hechos no se pararon a ayudar a alguien cuya pasión era formarse para salvar vidas. Qué cruenta paradoja.
Líder y carismática
ABC ha hablado en exclusiva con el cardiólogo Daniel San Román, padre de Claudia. Con su mujer, Olga, también especialista en esta materia, se encuentra en Madrid desde el suceso. La conversación se produce justo el día del primer mes sin su chiquilla. El que habla es un padre, pero las características con las que la retrata coinciden con las de su entorno de compañeros y amistades: «Era una persona muy apreciada y querida por todos. La veíamos con escasa frecuencia porque se había venido a vivir a Madrid, pero ella, aunque nació en Canarias, quería estar en la capital. Es donde quería estudiar. Consiguió una nota adecuada. Era una persona líder, carismática», explica con esa serenidad que solo puede dar el dolor contenido.
«Los profesores de la Universidad Complutense me dicen que era alguien realmente especial, en cuanto a capacidades, pero también en inteligencia social, una persona muy responsable», añade. Valores, le decimos, fundamentales para ejercer la Medicina: trabajo, seriedad y empatía. Esa misma sensatez fue la que aquella maldita noche la llevó a regresar pronto a casa. Había salido con amigas y sobre la una y media le mandó un WhatsApp a su hermana: «Llegaré en unos minutos a casa». Y se guardó el teléfono hasta que llegó el Uber que la trasladaría frente a su portal.
El atestado policial revela que apenas pasaron dos segundos desde que se apeó del VTC y un Citroën C2 negro, que circulaba ya zigzagueando por el tranquilo paseo del distrito de Moncloa, la arrolló. Al menos uno de los otros dos ocupantes del vehículo, también de unos 20 años y con historial por drogas, habrían reprochado la actitud a su amigo el conductor, un marroquí de 21 que «no conoce la palabra escrúpulos», explican agentes policiales. Uno era el copiloto y el otro iba detrás: «¡Para! ¡Que la atropellas!», narró el único que quiso declarar tras ser detenido. Creen que dijo eso a la Policía Municipal para librarse de la multa que le puede caer por un delito de omisión de socorro. Como a sus compañeros de fechorías. Y como al chófer del Uber, que, pese a presenciar (incluso aún parado en el lugar) lo que había ocurrido, se marchó sin ni siquiera bajarse a ver cómo estaba Claudia. El que sí que le prestó los primeros auxilios, mientras el Samur llegaba y los telefonistas de emergencias le daban las instrucciones, fue el portero del número 23, el que hacía ese turno de noche en el portal de la muchacha. «Si la hubieran ayudado quienes huyeron… En esa zona de Moncloa hay muy buenos hospitales», afirma el padre.
Atrás quedaba una vida corta pero bien intensa: «Mi hija había estudiado diez años de violoncello y le quedaban dos o tres para obtener el título superior. Tenía ya bastante formación para dar clases. Pero lo dejó para centrarse en la Medicina. Le gustaba mucho la música, también tocaba el pimple y un poco de piano. Hablaba inglés perfectamente
(estudió en un colegio bilingüe), sin necesidad de un profesor particular. Y tenía un grupo de música pop de los años 70 y 80 en Canarias, Symphtonic, semiprofesional o profesional, del que era la vocalista».
«Los recuerdos se levantan y en cierto modo se rebelan. Pero la sonrisa de Claudia los va templando. Quería a su colegio, desde muy pequeña había aprendido a amar, se movía con soltura en el territorio de las emociones, rezumaba su carácter la frescura limpia de la espontaneidad y la transparencia», esbozan en el Atlantic School. Llegó al centro cuando aún no había cumplido los dos años. Y estuvo allí 16 más. «Quería a sus profesores. Se involucraba en cada proyecto: la clase más solidaria por Navidad, la carrera de El Corte Inglés, la gymkana del colegio, la fiesta de fin de curso, el cello siempre disponible para apoyar con su grave, pausada y elegante melodía, villancicos y grabaciones…», explica su antiguo colegio. El 29 de noviembre se celebró el funeral por su alma en la Catedral de Santa Ana, en Las Palmas.
«Nadie merece esto»
Su primera época en Madrid la pasó en el colegio mayor Berrospe. Luego, con su hermana, dos años mayor que ella, en el piso de Juan XXIII. Daniel, el padre, quiere dejar claro que «no tomaba alcohol, trabajaba duro, con iniciativa». Y, sobre todo, poner énfasis, y lo repite durante la casi hora de la conversación: «No entiendo que alguien con esos antecedentes delictivos esté en la calle. Cómo ese tipo de personas de riesgo no van directamente del juzgado a la cárcel, con tanto historial. Conducían a una velocidad desproporcionada. Después del atropello, corrían saltándose los semáforos y haciendo derrapes. No se trata de un niño que iba detrás de una pelota o un anciano con dificultades para cruzar. Claudia ni siquiera iba consultando el móvil, pues tenía el teléfono en el bolsillo. No le dieron ninguna oportunidad. Debe haber un punto de equilibrio entre la represión y que la gente se comporte bien», insiste el doctor San Román. Critica que se «pongan sanciones muy laxas, porque se favorece y da alas a este tipo de gente, que es claramente peligrosa».
«Lo más parecido de lo que le ha pasado a mi hija es la figura de un kamikaze. Yo mismo comprobé que no había huellas de frenada. Una persona que se dedica al narcotráfico y tiene antecedentes por seguridad vial y de agresión a la Policía no puede estar suelta».
La familia lo lleva «como se puede»: «Su memoria no se irá. Nadie merece esto. ¿Por qué se castiga tanto a algunas personas y atropellar a alguien y matarlo es tan sencillo y barato? Es inaceptable. Ni siquiera cuando un hijo se va a la guerra se está preparado para no volverlo a ver».