La sonrisa de Elena
En tiempos fríos de mascarillas y algoritmos, pongamos en valor el factor humano
Suena el teléfono y la noticia me hermana en la orfandad que hoy sin duda sentirán los compañeros de una redacción que fue durante tantos años la mía. Abuso del privilegio de la columna para desvelar una mentira que, da igual donde labore uno, recorre siempre los lugares de trabajo. No es verdad que nadie sea imprescindible. Elena Franco lo es y lo notarán, lo sienten ya, los compis de ‘El Mundo’. Elena no titulaba, no seleccionaba, ni investigaba ni redactaba, pero sin su inmensa generosidad, diligencia, perspicacia, habilidad, orden y eficacia el corazón del periódico latía más lento. Elena ha sido, qué pena tener que teclear en pasado, la cardióloga de la redacción, los primeros auxilios para tantos redactores atribulados, caóticos y despistados.
Elena ha decidido colgar el boli, cerrar la agenda y dar descanso a sus dedos vertiginosos. Se jubila y se merece todo lo bueno que desde hoy y para siempre le pase. Sus motivos tendrá para decidir hacerlo cuando aún le quedaba mucho y bueno por dar y enseñarnos a todos. Porque de ellas y de las compañeras de la secretaría de ‘El Mundo’, como seguro les ocurrirá a ustedes en sus trabajos, aprendemos tanto como las necesitamos. Los nuevos tiempos, tan fríos, tan tecnológicos, de sacralización del teletrabajo, olvidan eso que dopa el alma, el extra de aliento que necesitamos para acometer las tareas del día. Elena, pongan ustedes el nombre a las suyas, a los suyos, era la muleta en la que te apoyabas, el tablón al que me así en las pérdidas dolorosas, mi cuate para celebrar los nacimientos de mis hijos, mi hombro donde llorar la muerte de mi padre, la palmadita en la espalda cuando ya no podía más y, literalmente, la encargada de endulzarme la vida porque me avisaba cuando a la pecera llegaban bombones.
Esta columna les parecerá una gilipollez. Puede que lo sea, pero mis torpes manos sólo quieren poner de relieve en días pandémicos, de distancias y algoritmos el valor de la persona, de que en su sonrisa había, hay, mucho más que aportar de lo que yo jamás daré por mucho cargo que tenga. Esa sonrisa, Elena, esa sonrisa, la única que siempre me llama, con su voz ronca, Agus.