La paja y la viga maestra
En el fondo es triste que el Rey haya tenido que salir a defender lo obvio
LA defensa de una obviedad como que la Constitución es la viga maestra de nuestra etapa de mayor prosperidad es un acto de sacrificio por parte del Rey que delata dos virtudes: humildad y amor a España frente a sus destructores. El discurso de Navidad de Felipe VI ha tenido que ser un alegato al sentido común porque otros poderes del Estado están amenazando su maderamen como polillas que se alimentan de él. Era de perogrullo que los antisistema pondrían a caldo su intervención, sobre todo porque, como suele ocurrir en el Congreso, en la política contemporánea hay enemigos, no adversarios, y los enemigos no escuchan jamás a su contrario, traen la reacción escrita de casa. En cambio, el Jefe del Estado sí habló de sus detractores con empatía y les expuso una evidencia que ellos intentan distorsionar con sus argumentos torticeros: la Constitución es la institución suprema a la que han de someterse todas las demás, incluida la Casa Real.
El problema, por tanto, no es la debilidad del sistema, que, como todos, tiene sus flaquezas en las personas. Aquí el drama es que se han infiltrado en las instituciones los topos del totalitarismo. Por eso la Constitución es ahora más que nunca el sostén de nuestro estado de bienestar y el Rey es su pilar de carga. Felipe VI tuvo que recordar varias veces durante su discurso el legado político de estas últimas cuatro décadas, basado fundamentalmente en la «generosidad» —palabra de exactitud juanramoniana— de quienes llevaron a cabo la Transición. Hoy todo eso está en tenguerengue porque los enemigos de la libertad que se emboscan en ella para matarla desde dentro han venido a destrozar el paraíso a martillazos. Sólo ven la paja en el ojo ajeno y no la viga maestra en el suyo: pueden atacar la Constitución gracias a la Constitución. La paradoja es agraz: los adalides de la Memoria Histórica están levantando un monumento al olvido de la obra política más desarrollista de nuestra Historia. No anhelan mejorar lo que heredaron, sólo quieren revancha. No proponen reformas, buscan la tábula rasa. Su condición mesiánica les impulsa a creer que sólo lo que lleve su firma es válido.
Atravesamos una coyuntura de riesgo extremo para las libertades porque los que más hachazos dan a la democracia están en el Gobierno. El primer gesto de desprecio a la Carta Magna lo tuvo el inefable José Bono cuando destituyó al teniente general Mena por recitar el artículo 8 durante una Pascua Militar en la que se refirió a las tensiones independentistas en Cataluña: «Las Fuerzas Armadas tienen como misión garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional». El zapaterismo vio en el texto constitucional un ademán golpista y dio vida a los verdaderos sediciosos. A partir de ahí, todo ha sido decadencia. Por eso en el mensaje navideño del Rey había un aleteo de tristeza. Porque si la viga maestra de la libertad se tambalea, sufriremos el síndrome de Boabdil: lloraremos como niños ante los escombros del palacio que no supimos defender.