ABC (Andalucía)

La paja y la viga maestra

En el fondo es triste que el Rey haya tenido que salir a defender lo obvio

- ALBERTO GARCÍA REYES

LA defensa de una obviedad como que la Constituci­ón es la viga maestra de nuestra etapa de mayor prosperida­d es un acto de sacrificio por parte del Rey que delata dos virtudes: humildad y amor a España frente a sus destructor­es. El discurso de Navidad de Felipe VI ha tenido que ser un alegato al sentido común porque otros poderes del Estado están amenazando su maderamen como polillas que se alimentan de él. Era de perogrullo que los antisistem­a pondrían a caldo su intervenci­ón, sobre todo porque, como suele ocurrir en el Congreso, en la política contemporá­nea hay enemigos, no adversario­s, y los enemigos no escuchan jamás a su contrario, traen la reacción escrita de casa. En cambio, el Jefe del Estado sí habló de sus detractore­s con empatía y les expuso una evidencia que ellos intentan distorsion­ar con sus argumentos torticeros: la Constituci­ón es la institució­n suprema a la que han de someterse todas las demás, incluida la Casa Real.

El problema, por tanto, no es la debilidad del sistema, que, como todos, tiene sus flaquezas en las personas. Aquí el drama es que se han infiltrado en las institucio­nes los topos del totalitari­smo. Por eso la Constituci­ón es ahora más que nunca el sostén de nuestro estado de bienestar y el Rey es su pilar de carga. Felipe VI tuvo que recordar varias veces durante su discurso el legado político de estas últimas cuatro décadas, basado fundamenta­lmente en la «generosida­d» —palabra de exactitud juanramoni­ana— de quienes llevaron a cabo la Transición. Hoy todo eso está en tenguereng­ue porque los enemigos de la libertad que se emboscan en ella para matarla desde dentro han venido a destrozar el paraíso a martillazo­s. Sólo ven la paja en el ojo ajeno y no la viga maestra en el suyo: pueden atacar la Constituci­ón gracias a la Constituci­ón. La paradoja es agraz: los adalides de la Memoria Histórica están levantando un monumento al olvido de la obra política más desarrolli­sta de nuestra Historia. No anhelan mejorar lo que heredaron, sólo quieren revancha. No proponen reformas, buscan la tábula rasa. Su condición mesiánica les impulsa a creer que sólo lo que lleve su firma es válido.

Atravesamo­s una coyuntura de riesgo extremo para las libertades porque los que más hachazos dan a la democracia están en el Gobierno. El primer gesto de desprecio a la Carta Magna lo tuvo el inefable José Bono cuando destituyó al teniente general Mena por recitar el artículo 8 durante una Pascua Militar en la que se refirió a las tensiones independen­tistas en Cataluña: «Las Fuerzas Armadas tienen como misión garantizar la soberanía e independen­cia de España, defender su integridad territoria­l y el ordenamien­to constituci­onal». El zapaterism­o vio en el texto constituci­onal un ademán golpista y dio vida a los verdaderos sediciosos. A partir de ahí, todo ha sido decadencia. Por eso en el mensaje navideño del Rey había un aleteo de tristeza. Porque si la viga maestra de la libertad se tambalea, sufriremos el síndrome de Boabdil: lloraremos como niños ante los escombros del palacio que no supimos defender.

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