ABC (Andalucía)

Honrar al asesino

SEn El único lugar del mundo en el que se honra a los asesinos es en el País Vasco. Si yo fuera vasco, no me sentiría orgulloso de esa excepción

- LUIS DEL VAL

NUNCA he sido muy mitómano. Admiro a las personas que son excelentes en su actividad, sea cantando o jugando al fútbol, pero no me veo en una fila aguardando el autógrafo de la celebridad. No tengo nada en contra de quien lo hace, y me parece comprensib­le. Lo que no entiendo es que haya personas a las que la admiración las lleve al entusiasmo, pero no frente a un gran pianista, un célebre actor o una conocida novelista, sino a mostrarse agradecido­s ante un ciudadano que ha destacado por asesinar a seis personas desarmadas.

Comprendo que el asesino pueda envolverse en la bandera del nacionalis­mo y llegarse a creer que dispararle a la cabeza a un hombre de rodillas e indefenso contribuye a que los vascos sean más felices. Pero lo que me resulta absurdo es que se honre al asesino, como si el terrorista fuera el soldado heroico de un ejército regular, que se ha arriesgado por salvar la vida de sus compañeros. Todas esas personas que, ante la llegada del asesino, después de haber pasado años en la cárcel, cantan victorioso­s y muestran una alegría desbordant­e con bengalas y gritos de ánimo ¿cómo son? ¿Asesinos frustrados? ¿Son gente cobarde que no se atrevieron a ser pistoleros y se limitan a apoyarlos para aliviar su frustració­n?

En la Italia de los años 70, las Brigadas Rojas saciaron la vocación de numerosos homicidas que quitaron la vida a jueces, fiscales, políticos y a cualquiera que se pusiera ante sus pistolas, pero nadie les homenajeó cuando salieron de la cárcel. Alemania también ha sufrido diversas formas de terrorismo, y los dirigentes de la Baader-Meinhoff se suicidaron extrañamen­te en el interior de la cárcel, y nunca recibieron ningún homenaje. En Francia, los terrorista­s de ETA fueron discretame­nte acogidos por el megalómano Giscard D’Estaigne, hasta que un contrato del AVE convenció a los gobernante­s franceses de que era mejor devolverlo­s a España. Y tampoco hubo allí homenajes. En el único lugar del mundo en el que se honra a los asesinos es en algunos rincones de España, dentro del País Vasco. Una excepción de la que yo, si fuera vasco, no me sentiría orgulloso.

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