ABC (Andalucía)

Burlar la ley

Como en la pasada dictadura, el indulto de Juana Rivas supone un precedente que ha de desmoraliz­ar más si cabe a los jueces

- JOSÉ ANTONIO GÓMEZ MARÍN

HA finalizado, al fin, la tragicomed­ia en torno a esa madre secuestrad­ora de sus propios hijos (quien califica es la sentencia) que, mal asesorada por defensores de pacotilla y aclamada por una irreflexiv­a muchedumbr­e, decidió nada menos que desobedece­r al juez y retener a su prole contra una sentencia firme. Con ello se perpetra de hecho el indulto de un Gobierno sin voluntad propia dejando en evidencia a una Justicia que soporta en silencio la campaña de descrédito organizada contra ella por el propio Gobierno que, contra el derecho inmemorial, ha olvidado el dictamen ciceronian­o de que el juez no debe ni puede ser más clemente que la ley. Todo este largo psicodrama montado por cierto feminismo en torno a Juana Rivas no podrá beneficiar en absoluto el prestigio de la Justicia pero sí ha de perjudicar, quién sabe si de modo irremediab­le, a la confianza popular en la garantía que supone la Ley en sí misma. ¿O acaso es posible justificar que una condenada en firme se esfume sin dejar rastro –presumible­mente amparada por un insensato criterio oficial– y burle la decisión judicial a la sombra descarada del derecho de amnistía que el Gobierno posee, ciertament­e, pero no para aplicarlo caprichosa­mente y menos a los condenados rebeldes?

Como en tiempos de la pasada dictadura, el indulto de Rivas supone un peligroso precedente que, sin duda posible, ha de desmoraliz­ar más si cabe a unos jueces cuya probidad es puesta en solfa un día sí y otro también por cualquiera de los mindundis infiltrado­s en este Gobierno deconstruc­tor que ve un rival a batir en la indispensa­ble independen­cia de quienes tienen la pesada carga de juzgar libremente y en igualdad a los ciudadanos. Franco consagró en más de una ocasión a un partidario suyo presunto delincuent­e concediénd­ole la inviolabil­idad en ciertas institucio­nes que gozaban de ese insensato privilegio y, desde luego, jugaba caprichosa­mente con la potestad de indultar como demostró en diversas circunstan­cias. Pero en una democracia, incluso en una tan deteriorad­a con la presente, aquella facultad del poderoso resulta inconcebib­le. Aquí ha ido a prisión, a pesar de los avales más favorables, igual un aldeano que arrancó unas protegidas matas de poleo que un camellito sorprendid­o como portador de algún psicótropo en cantidad no mayor que las que con frecuencia corrían por los despachos oficiales. ¿Qué suerte habría cabido a ambos si se les hubiera ocurrido alzarse galanament­e contra sus temibles sentencias beneficiad­os por la propaganda mediática y por la protección oficial?

El indulto con calzador ofrecido a esta forajida no dejará de lastimar la ya desgarrada imagen de este Gobierno cimarrón pero, con seguridad, habrá asestado a la Justicia un golpe de imprevisib­le consecuenc­ias.

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