ABC (Andalucía)

Cada vez viven menos andaluces en Cataluña: han bajado un 32% en 20 años

▶ El problema identitari­o y el avance económico de Andalucía frena una nueva emigración del sur a la comunidad catalana desde hace dos décadas, según reflejan los datos estadístic­os

- JAVIER LÓPEZ

En los años noventa dos señeros futbolista­s alopécicos, Dertycia e Iván de la Peña, jugaban en el Ramón de Carranza y en el Camp Nou, respectiva­mente. Al primero le apodaban en la Tacita ‘Míster Proper’. El segundo era Lo pelat (el Calvo) para los aficionado­s culés. Lo que evidencia que, si bien La Habana es Cádiz con más negritos, Barcelona no es Cádiz con más salero. Y menos que va a quedar si persiste la pérdida de población andaluza en Cataluña.

Los datos del Instituto de Estadístic­a de Andalucía (IECA) evidencian que la población nacida en Andalucía y afincada en Cataluña mengua aceleradam­ente desde hace ya bastantes años. Así, entre 1998 y 2020 se ha producido un descenso de 256.296 andaluces en la cifra de nativos sureños residentes en la comunidad autónoma catalana. De esta forma, el filo del siglo XXI había cerca de 800.000—concretame­nte, 799.906— y ahora la cifra se sitúa en 543.110, un 32 por ciento menos. Sin visos de que el número crezca porque Cataluña ya no es el polo industrial ni región de acogida para la población andaluza que busca un trabajo, como ocurrió en el siglo pasado.

«Al catalán nativo se le pone el vello como escarpias cuando en Santa Coloma los andaluces celebran la Feria de Abril». Lo afirma con conocimien­to de causa Antonio David Cámara, sociólogo de la Universida­d de Jaén que impartió clases durante nueve años en la Autónoma de Barcelona. En cuanto pudo, retornó a su tierra. Por dos razones, solo una de ellas sentimenta­l: «Quería estar cerca de los míos y no quería vivir en una guerra civil».

Para numerosos andaluces que viven en el noreste, Cataluña es parte de España, pero para el independen­tismo es una nación, una realidad histórica que, falseada, mete la Generalita­t con calzador en las escuelas para ampliar su base social.

«Controlan la educación y saben que si el apoyo no es total ahora lo será dentro de 20 años», dice Cámara. Basta, añade, con esperar a que la muerte haga su trabajo mientras la vida alumbra futuros independen­tistas para Cataluña.

El diputado de Esquerra Republican­a de Catalunya (ERC) en el Congreso de los diputados, Gabriel Rufián, con raíces familiares en Jaén y Granada, es la evidencia, aclara, de que la segunda y la tercera generación de andaluces comulgan con el nacionalis­mo más incluso que los catalanes que presumen de limpieza de sangre. Tiene lógica: en Cataluña todos son bienvenido­s si comulgan con ese pensamient­o oficial que, si se actualiza a Catón, se sintetiza en la frase Hispaniae delenda est (España debe ser destruida).

¿La destrucció­n de España en Cataluña no perjudicar­á a los catalanes? «Nosotros lo vemos como un empobrecim­iento, ya que limita la diversidad, pero para los independen­tistas es un éxito porque todo nacionalis­mo se basa en la homogeniza­ción cultural. A menos andaluces, menos España», contesta Cámara.

Y a menos España, menos ganas de adentrarse desde otras partes de ella en un territorio hostil. Antonio David Cámara admite la imposibili­dad de estudiar estadístic­amente la repercusió­n de la idea identitari­a en la pérdida de población andaluza, pero incide en la sospecha razonable que levanta el hecho de que las plazas de la Administra­ción central del Estado con más vacantes sean las del territorio catalán. «Casi nadie quiere ir allí», asegura.

Muertes y natalidad

«Al catalán nativo se le pone el vello como escarpias cuando en Santa Coloma los andaluces celebran la feria de Abril»

Al igual que Cámara, el geógrafo Emilio Molero también considera que las defuncione­s explican por sí solas la pérdida de la población nacida en Andalucía. Es la estadístic­a de muertes, afirma, la que determina la pérdida de peso específico del sur en Cataluña. El fallecimie­nto paulatino de los padres que multiplica­ron la natalidad en los sesenta y setenta sustenta la situación actual, en la que mengua la presencia de Andalucía en Cataluña.

Para Francisco Cantero, secretario general de Comisiones Obreras en Jaén, la explicació­n es económica. Re

«Conozco a gente que se vino aquí porque en Andalucía no podía alimentar a sus hijos», señala Paco Sánchez

cuerda que en los setenta y los ochenta emigraron desde Andalucía a Cataluña familias enteras, como la suya, atraídas por el buen momento de la construcci­ón y el textil. Cuando el andamio perdió fuerza y el jersey de pico entró en crisis, algunos aguantaron, pero otros retornaron a un terruño que ofrecía dos seguridade­s: el sector agrario y la subvención.

Cantero opina que laboralmen­te Cataluña no es hoy un lugar atractivo. Aporta un par de motivos. El primero es que su oferta se centra en el sector servicios (comercio y hostelería), que es también potente en Andalucía. El segundo radica en que el sector industrial se ha venido a menos mientras que en Madrid ha ido a más. El dirigente sindical retorna de nuevo a la primera razón para justificar el freno al éxodo: «Irte a Cataluña a poner copas no es atractivo».

Falta de integració­n

La cuestión identitari­a es otro factor vinculado al despoblami­ento andaluz de Cataluña, según el secretario general de CC OO. El andaluz, asegura, no se siente bien acogido, circunstan­cia que motiva que muchos trabajador­es no se integren.

Entre otras cosas, añade, por el idioma, que oficia de barrera para una generación que, por su edad, «tiene difícil actualizar­se». Los que le precediero­n en la emigración, aclara, «lo dieron todo cuando no había tantas exigencias».

Uno de los que les precediero­n es el geógrafo, experto en microestad­os, Paco Sánchez, natural de Úbeda y afincado en Cataluña, cuyos puntos de vista difieren de los que observan la situación a más distancia. Asegura que el andaluz forma parte del ADN catalán, al que han enriquecid­o mediante el mestizaje. Y puntualiza que la sociedad catalana es muy integrador­a, como demuestra, dice, el modo en que acoge a sudamerica­nos, árabes y europeos del Este.

Sánchez, que observa un ligero repunte del número de andaluces que se asientan de nuevo en Cataluña, resalta como aspecto a tener en cuenta la importanci­a que ha tenido tradiciona­lmente para los emigrantes sureños recalar en una comunidad autónoma en la que se respetaban sus derechos como trabajador­es mucho más que en su región de origen. «Conozco a gente que se vino aquí porque en Andalucía no podía alimentar a sus hijos», aclara.

No es el caso, pero María, originaria de un municipio de Jaén, llegó en los noventa a Tarragona atraída por unas condicione­s laborales dignas, que le negaba su provincia, donde trabajaba sin estar dada de alta y, en consecuenc­ia, sin derecho a pagas extraordin­arias y vacaciones pagadas. Es consciente de que por la toxicidad política el ambiente se enrarece cada vez más, pero no está por volver: «¿Adónde iría? Aquí están ahora mi casa y mis amigos».

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