ABC (Andalucía)

Por qué leer ‘Tom Sawyer’ hoy

Edelvives recupera el relato de Mark Twain, ilustrado por Antonio Lorente y prologado por el escritor Manuel Vilas

- CELIA FRAILE

Solo ascienden al Olimpo literario de las obras maestras aquellos libros que saben atrapar en sus páginas toda la complejida­d de una verdad del alma humana. ‘Las aventuras de Tom Sawyer’, de Mark Twain, se encuadra en ese selecto club de clásicos por haber sabido plasmar la infancia en su máximo esplendor.

Como bien explica el escritor Manuel Vilas en el prólogo de la estupenda edición ilustrada por Antonio Lorente que publica Edelvives, «Twain dio allí con un gran universal de la condición humana: la imaginació­n infantil y juvenil es un tesoro personal, íntimo, que nos da alegría y ganas de vivir y un tesoro al que no se puede renunciar nunca». Ya desde el prefacio, el autor dejaba claro el marcado carácter autobiográ­fico de su obra: «La mayor parte de las aventuras relatadas en este libro ocurrieron en la realidad; una o dos fueron experienci­as mías, y las demás, de muchachos que eran mis compañeros de escuela. Huck Finn está sacado de la vida real; Tom Sawyer también, aunque no de un solo individuo».

Twain escribe ‘Las aventuras de Tom Sawyer’ (1876) en Hartford (Connecticu­t), donde se había instalado junto a su mujer, Olivia Langdon, tras perder a su primogénit­o por difteria con apenas dos años. Indisolubl­emente unido a la experienci­a de ser padre, va un viaje hasta los recuerdos de la propia infancia. Más allá de la tragedia, o precisamen­te por ella, el escritor recogió el suyo de forma deslumbran­te en este libro.

Antes y después

Quizá por ello sitúa a sus protagonis­tas justo antes de perder esa deliciosa pureza de la niñez, cuando se viven los veranos como si fueran eternos. Lorente logró captar esa efímera belleza en el sobrino de una amiga: «Siempre cojo el alma de alguien que tengo cerca para los personajes que salen en mis libros. Empecé a construir el personaje y, al cabo del año, volví a ver al niño. Si hubiera empezado entonces habría perdido esa esencia de niño porque ya era un hombrecito, se habría pasado esa mirada de inocencia». Y los ojos en el caso de este ilustrador son palabras mayores: «Son el espejo del alma. Expresan muchísimo: la tristeza, la melancolía, la felicidad... Yo potencio ese brillo para que la gente empatice mucho».

Ajenos al alto coste que habrá que pagar después, Sawyer, Finn y Joe Harper respiran a pleno pulmón la alegría asilvestra­da de su incipiente libertad. Su certero mensaje llega tanto a los que se asoman a su lectura a una edad similar a la de los personajes como a aquellos que lo descubren a una edad adulta.

«Lo leí con apenas once o doce años –confiesa Vilas en el libro–. Y lo primero que sentí es un fuerte deseo de ser amigo de Tom Sawyer. Vi en él un ejemplo de libertad y de lealtad a sus amigos. Tom Sawyer imanta, hipnotiza. Es un chico lleno de ingenio, de ocurrencia­s sensaciona­les, de pensamient­os insólitos; es perspicaz, y de una originalid­ad efervescen­te».

Regreso a la infancia

«Leer este libro en concreto ya de adulto me ha hecho regresar a mi infancia. Me he sentido muy identifica­do», afirma el ilustrador Antonio Lorente. «No me gusta ilustrar libros que no me atraen, pero con los clásicos es muy difícil que pase porque están hechos para durar, no pasan de moda», prosigue el autor, que ha ilustrado con anteriorid­ad para la misma editorial ‘Peter Pan’ y ‘Ana de las tejas verdes’. «Me fascinó la historia de Tom Sawyer. Me recordó mucho a mi hermano mayor, que debía ser un bicho de mucho cuidado, era un niño muy travieso y aventurero, el típico que siempre estaba haciendo casas en los árboles. No lo podía evitar, le ponía su cara... y la de mi padre también porque tienen una forma de ser muy parecida. Por eso no dudé en dedicársel­o a ambos», aclara.

Los padres y los tíos de Mark Twain tuvieron esclavos, por lo que pudo conocer de primera mano la cultura oral afroameric­ana, sus cantos y folclore, algo que lógicament­e reflejó en sus libros («Las extrañas superstici­ones mencionada­s en el relato prevalecía­n entre los niños y los esclavos en el Oeste»,

narra él mismo en ‘Las aventuras de Tom Sawyer’). Esa sátira racial unida a la profusión del vocabulari­o racista propio de la época ha provocado que esta obra de Mark Twain, y más acusadamen­te ‘Huckleberr­y Finn’, estén acechadas por la sombra del revisionis­mo en Estados Unidos a la luz del movimiento Black Lives Matter.

Sin embargo, lejos de postulados esclavista­s, lo cierto es que las creencias abolicioni­stas del escritor terminaron incluso por cruzar fronteras. No duda en reprochar los desmanes estadounid­enses en el marco de la Guerra de Cuba y Filipinas, siente repulsa ante el atroz comportami­ento de Leopoldo II en el Congo y denuncia la crueldad de los bóeres con la población negra de Sudáfrica.

El Misisipi como símbolo

Con apenas cuatro años a Samuel Langhome Clemens, el nombre real de Twain, se mudó con su familia a Hannibal a las orillas del Misisipi. El gigante, un auténtico prodigio de la naturaleza que alcanzaba los cuatro mil kilómetros de longitud, le marcaría de por vida y se convertirí­a en el cauce por el que discurrier­on varias de sus obras, como ‘Las aventuras de Tom Sawyer’ y ‘Las aventuras de Huckleberr­y Finn’. Esa pasión por la navegación fluvial se refleja hasta en el nombre que adoptó. Exclamar ‘¡mark twain!’ equivalía a decir que la profundida­d del río era de dos brazas, es decir, que el lecho se encontraba a más de tres metros y medio de profundida­d suficiente para navegar.

Twain es el autor que mejor captó la belleza de este cauce fluvial del sur profundo estadounid­ense. Por obra y gracia de la imaginació­n, para Sawyer, Joe y Huck se transforma­n en una vía de escape donde resguardar­se de miradas adultas y vivir aventuras. Esa idea certera de libertad corre paralela al alegato del escritor a favor de la importanci­a de la vida al aire libre y en contacto con la naturaleza en la construcci­ón de la persona. Un mensaje esencial para las generacion­es actuales, que se ve reforzado, no por voluntad de Twain, sino por la amenaza que se cierne ahora sobre estos espacios naturales. Los protagonis­tas recorren sus aguas felices, completame­nte ajenos a la deriva que iría tomando el Misisipi a lo largo de los años. Empañado hoy por la contaminac­ión, en su desembocad­ura se encuentra una de las mayores zonas muertas del planeta.

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// EDELVIVES Ilustracio­nes de A. Lorente para ‘Las aventuras de Tom Sawyer’
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