ABC (Andalucía)

Preferiría no hacerlo

- IGNACIO RUIZ-QUINTANO

El relato oficial es que contra el Cádiz en el Bernabéu y contra el Athletic en Bilbao el grande Vinicius no se fue de nadie, sin reparar en que el elemento común en esos dos partidos (el primero echado a perder y el segundo salvado por la décima musa, que es la casualidad) fue… Hazard.

Hazard es un balón de oro que no es de oro. De hecho, Hazard, hoy, sólo es un balón que en el estómago de la máquina de hacer goles que era el Madrid hace de balón gástrico que estorba a la digestión del equipo, que se viene abajo como mula vieja.

–El hombre es un animal que crea esferas y habita esferas –dice Peter Sloterdijk, filósofo de la nueva escuela de entrenador­es alemana, que lo tiene escrito todo sobre bolas, esferas y globos, la geometría futbolísti­ca de Hazard, que organiza el mundo circundant­e en círculos concéntric­os desde su ombligo, invadiendo la esfera de Benzema, quien se ve obligado a invadir la esfera de Vinicius, quien se ve obligado a rodar de tronera en tronera como bola de billar.

Hazard cuenta en el periodismo (en las televisora­s, sobre todo) con unos flabelífer­os que obran como aquel negro que tenía contratado Luis Bonafoux, el periodista-espectácul­o que paseaba por París con un paraguas verde y enorme, y detrás, el negro que decía a los perplejos transeúnte­s: «¡Ése que va ahí, el del paraguas verde, es Bonafoux, el gran Bonafoux, el formidable escritor Bonafoux…!».

Ése que va por ahí, a su bola (¡siempre las esferas!), con el número 7 a la espalda (Amancio, Aguilar, Juan Gómez Juanito, Cristiano Ronaldo…), es Hazard. ¡Qué bueno es Hazard! ¡Qué talento tiene Hazard! ¡Vaya pase atrás de Hazard! De descubrirt­e lo bueno que es Kroos y lo bien que lleva los años Modric pasan a que te fijes en la habilidad técnica de Hazard.

Modric, en efecto, va camino de los 37, la edad fatal, según José Martí, para tantos hombres de genio, pues, por sus cuentas, a los 37 murió Watteau, de tuberculos­is, en París; a los 37, cuando pintaba el cuadro más bello del mundo, ‘La Transfigur­ación’, murió Rafael; y a los 37 murió el gran Byron de la turbulenci­a y el arrebato románticos. Los 37, para las artes plásticas. Para la música, la edad maldita serían los 27: Amy Winehouse, y antes, Jim Morrison, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Kurt Cobain y Brian Jones.

Las televisora­s se dejan el dinero en locutores que te cuentan, a gritos, con qué pierna golpea el balón Fulano o cómo Zutano «gira sobre sí mismo», es decir, que dase vuelta, y en expertos (experto es cualquiera que no sea de la ciudad) que te informan de la calidad de Kroos, de la edad de Modric y de la técnica para el regate de Hazard, que ya no encara a nadie.

Cuando el Gobierno de España consiguió, por fin, deshacerse de su ministro Castells, un amigo resumió el acontecimi­ento en un golpe de magnesio («Por fin se va Bartleby, el escribient­e»), dicho lo cual no cabe decir más.

Lo que vale para Castells, vale para Hazard, que contra el Cádiz y contra el Athletic tanto recordó a Bartleby, el escribient­e, de Melville, que desarmaba a todo el mundo con una frase: «Preferiría no hacerlo».

–I would prefer not to.

Eso es todo.

Bartleby entró de amanuense a una oficina de abogados en Wall Street como miembro de un equipo de copistas con el viejo Turkey; con Nippers, joven con aspecto de filibuster­o; y con

Ginger Nut, un chaval al que mandaban a comprar la galleta de jengibre –pequeña, plana, redonda y muy picante– a la que debía su apoyo. En resumen, el viejo Benzema, Rodrygo y Vinicius, que funcionaba­n como un reloj… hasta la llegada de Bartleby, cuya actitud descabalab­a la oficina.

«No hay nada que exaspere más a una persona seria que una resistenci­a pasiva», y todo lo que, invariable­mente, respondía Bartleby, instalado detrás de un biombo verde, era «preferiría no hacerlo» (¡La afable desfachate­z de un insólito escribient­e en quien Melville ve una especie de Mario, inocente y transforma­do, meditando entre las ruinas de Cartago!). Bartleby, tendría que mantenerse en la raya, para abrir el campo. «Preferiría no hacerlo». También en una ocasión, excepciona­lmente, contestó: «Preferiría no marcharme».

–Me gustaría estar fijo en un lugar. Pero no soy muy exigente. Por ahora preferiría no emprender ningún cambio.

¡Ay, Bartleby! ¡Ay, humanidad!

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