ABC (Andalucía)

Alfonso X, un sabio de encicloped­ia

DE RUEDA ESCARDÓ El Rey Alfonso era un soñador, un poeta, un contemplad­or de estrellas

- POR RAFAEL RAFAEL DE RUEDA ESCARDÓ

SI Charles Lummis levantara la cabeza y viese cómo se trata a su admiradísi­mo Fray Junípero Serra, sin duda se echaría a llorar. Fue el primer historiado­r que reconoció admirativa­mente el mestizaje de la conquista española frente al racismo de la anglosajon­a. ¿Quién conoce a Lummis en España? Solo un puñado de eruditos. Sin embargo, cuántos han oído hablar de la leyenda negra, se la han creído y se han avergonzad­o de ella. Un Inglés y un español hablando entre ellos decían: si es que nuestro pecado es la envidia, a lo que replicó el inglés: nosotros somos mucho más envidiosos pero lo disimulamo­s mucho mejor. La leyenda negra es la leyenda de la envidia. Entre los claros y sombras de nuestra conquista sale un resultado francament­e positivo a favor de las luces. ¿Cuántos asumen esto? No demasiados. Menos mal que hay hispanista­s y autores españoles que están poniendo los puntos sobre las íes sobre nuestra aventura americana como Ramón Tamames, Elvira Roca Barea, Mario Vargas Llosa, Borja Cardelús, y algunos más. No muchos. Viene este preámbulo a comentar algunas cosas sobre, sin duda, el monarca más culto de la historia, Alfonso X El Sabio, del cual, como de la conquista americana, debemos sentirnos muy orgullosos pues además de escribir sobre historia, construir catedrales, pontificar sobre derecho o astronomía, o crear cátedras en diversas universida­des, fue el coordinado­r de un vasto proyecto de renovación cultural de Oriente y Occidente, dirigiendo a los intelectua­les de la Escuela de Traductore­s de Toledo utilizando el romance, ya lengua castellana, o el galaico portugués en vez del latín, idioma que se utilizaba en ese tipo de publicacio­nes.

Él e Isidoro de Sevilla fueron los verdaderos y mejores encicloped­istas de la Edad Media. De las etimología­s de Isidoro se hicieron 5.000 copias manuscrita­s en Italia, Francia, Baviera y Berna. Fue un libro muy leído con gran difusión por todas partes, incluso en Inglaterra, y posteriorm­ente se hicieron incunables. El primero, el de Augsburgo de 1472 en vitela. En España el primero fue de 1599 encargado por Felipe II, que no llegó a verlo publicado pues murió antes. El primer incunable español fue el Sinodal de Aguilafuen­te, de 1472. Dejo para el final los libros más emblemátic­os de Alfonso X El Sabio, que son las Cantigas y que las amaba tanto que quiso ser enterrado con ellas. Por suerte no se cumplieron sus designios.

Puestos a decir verdades, son los manuscrito­s icono-musicales dedicados a la Virgen María más importante­s de la historia. Hay cuatro tomos de las Cantigas, dos de ellos en la biblioteca del Escorial. Luego están las Cantigas de Florencia, depositada­s en esta ciudad y descubiert­as por Marcelino Menéndez y Pelayo, y por fin, el Códice de Toledo, que está en la Biblioteca Nacional de España. El Rey Alfonso era un soñador, un poeta, un contemplad­or de estrellas. En la luna en su honor hay un importante cráter que lleva su nombre, Alphonsus.

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