ABC (Andalucía)

El desenlace del bastoncill­o

Ómicron se esparció a una velocidad asombrosa. Colonizó nuestro estado de ánimo y nos enseñó el poder de un hisopo para predecir el futuro

- KARINA SAINZ BORGO

DOMINGO 26 de diciembre, nueve de la mañana, en el paseo del General Martínez Campos, una fila de hombres, mujeres y niños espera bajo la lluvia para hacerse una prueba PCR o un antígeno. Aguardan según la hora a la que les han asignado la cita. Los apuntados entre las 9:45 y las 9:50 esperan bajo el alero del edificio. Evitan inútilment­e la llovizna. Se aglomeran. Hacen piña alrededor de su ansiedad.

En la esquina con la calle Miguel Ángel se distribuye otra fila aún más larga: la de quienes no tienen cita y esperan a que se libere un turno. Faltando apenas unos días para Nochevieja, quieren saber si están contagiado­s. Todos, en realidad, queremos saberlo. Del laboratori­o no paran de entrar y salir personas. Unos con maletas, otros con niños que acaban de descubrir el poder de un bastoncill­o para predecir el futuro.

En los días cercanos a Nochebuena era factible visitar una, dos, tres, cuatro, cinco farmacias y no conseguir una prueba diagnóstic­a. La variante ómicron se esparció a una velocidad asombrosa. Colonizó nuestro estado de ánimo. Alimentó las paranoias propias y ajenas como quien echa de comer a los peces. Los informativ­os y programas de actualidad se dedicaron a recitar las cifras al alza como quien recita la serie de un bingo premiado.

Razones no faltan para el miedo. Nunca faltan, en realidad. Desde el inicio de la pandemia, la cifra total de contagios en España sobrepasa los 5.932.626 casos. La incidencia acumulada en los últimos 14 días por 100.000 habitantes se sitúa en 1.206, frente a 911 del último día en el que se registraro­n datos. Es la primera vez que la incidencia pasa de los mil casos en España. La idea de un sistema sanitario colapsado activa la alarma.

En el laboratori­o de Martínez Campos, quienes al fin consiguen acceder al interior para hacerse la prueba esperan atornillad­os a la silla. Procuran no tocar nada y resistir lo mejor posible. Hacer de tripas corazón, a cambio de una certeza. Y así se miran unos a otros, embozados y nerviosos, mientras a su alrededor el sonido de los datafonos clavetea la cordura.

«¿Otra vez, mamá», gruñe un adolescent­e mientras juega con su cubre boca. «Deja de tocarte la mascarilla y siéntate bien», lo abronca su madre. El mozalbete insiste. «¡Pero si la semana pasada nos hicimos una. Yo no me la voy a hacer». «Que te calles y te estés quieto». «Puto viaje, puta cena. No vamos y ya, y vemos a la abuela después ¿no?». La madre trastea con el teléfono y cuando toca al fin su turno, coge por el brazo al retoño y lo lleva a empujones hasta la sala de pruebas. La mañana avanza, mientras los datáfonos continúan su sinfonía de negocio. Nunca un bastoncill­o tuvo tanto poder para predecir el futuro.

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