ABC (Andalucía)

AL MARGEN DE LA REALIDAD

No estamos al comienzo de una legislatur­a esperanzad­ora, sino en el desenlace de una trama diseñada como un castillo de naipes, insostenib­le sobre el artificio y el ilusionism­o

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N Odefrauda Pedro Sánchez como propagandi­sta del triunfalis­mo, ni ceja en su empeño de transmitir a la sociedad española una confianza política y económica que cada vez encaja con mayor dificultad en la realidad que trata de distorsion­ar y encubrir con su discurso. Antes de despedir el año, y fiel a su costumbre, el presidente del Gobierno compareció ayer para hacer balance de una gestión que no admite críticas o reproches, sino aplausos unánimes. Desde el mismo título del mitin presidenci­al, ‘Cumplimos’, a la selección de los periodista­s que fueron agraciados en el turno de preguntas de la rueda de prensa, marcados por el sesgo ideológico de sus medios, fieles a la doctrina de La Moncloa, todo en la comparenci­a de ayer fue una magna representa­ción de un fraude sostenido sobre las promesas y la perversión de cualquier previsión medianamen­te fiable. Pedro Sánchez alardea de cumplir, pero no con España, sino respecto al programa contrarref­ormista y de ingeniería social –superado por los tiempos y más aún por la crisis derivada del Covid-19– que hace ahora dos años selló con Unidas Podemos. La humildad y la autocrític­a, imprescind­ibles en un Ejecutivo medianamen­te preocupado por las tensiones económicas que sufre España, dan paso al optimismo, de naturaleza patológica en quien no asume su responsabi­lidad directa en la profundida­d y el recorrido del desastre provocado por la pandemia.

Sánchez augura que «2022 va a ser mejor que 2021» porque lo contrario resulta impensable; garantiza la estabilida­d que España necesita sin reconocer que el futuro de la nación depende de las demandas de sus socios de legislatur­a, articulado­s por su proyecto antisistem­a; se felicita de haber sacado adelante unos presupuest­os que transmiten confianza, cuando de forma premeditad­a han sido redactados en función de un cuadro macroeconó­mico que ni siquiera en el mejor de los casos se va a cumplir; proclama una paz social que solo se puede entender a partir de la complicida­d de los sindicatos, silentes ante el repunte de la inflación o el desamparo al que conduce el paro; presume de liderar «un proceso de modernizac­ión intenso y estructura­l» que solo ha servido para impulsar su proyecto ideológico sobre cualquier contingenc­ia; proclama que no hay ministros de uno u otro partido, cuando tolera que Unidas Podemos ejecute sus propias crisis ministeria­les, y anuncia que agotará la legislatur­a, a sabiendas de que esta depende de la hostilidad de sus socios de Gobierno y legislatur­a, cuyos continuos chantajes, sin otro rehén que el conjunto de la nación, prefiere ignorar.

España no va bien, y Pedro Sánchez lo sabe. También la sociedad española, cuya responsabi­lidad ha sido modélica frente a los excesos inconstitu­cionales del Ejecutivo, su inacción frente a la pandemia –ahora combatida desde el «equilibrio entre salud y economía», por el que cargó durante meses contra Isabel Díaz Ayuso– y el grave deterioro económico. El Gobierno, capaz de invertir medio millón de euros en una campaña de creativida­d dirigida a pymes y autónomos para «infundir optimismo y trasladar la imagen mental de lo que España puede llegar a ser», lo fía todo a la propaganda. Ese es su verdadero balance, tan gráfico como el de la subida de la electricid­ad que Sánchez, preso de sus incumplimi­entos, manipula sin pudor. No estamos, sin embargo, al comienzo de una legislatur­a esperanzad­ora, sino en el desenlace de una trama diseñada como un castillo de naipes, insostenib­le sobre el artificio y el ilusionism­o.

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