Bandera blanca
No conviene rendirse. Si en nombre de la paz bajamos la guardia, la batalla de la libertad estará perdida
CASI todos mis mejores amigos son tipos animosos y echados para adelante. Rebosan espíritu de combate. Supongo que la vida me junta con ellos para contrarrestar mi pachorra temperamental. Yo soy levantino y me gusta el sosiego y la calma chicha. El ruido, la estridencia y la agitación producen en mi organismo el mismo efecto que la criptonita en el de Supermán. Por eso miro el campo de batalla de la política actual con creciente desagrado. Solo veo sapos y culebras. Añoro lo que supuso la Transición. Unos y otros sacaron bandera blanca, parlamentaron durante un tiempo y decidieron fumar la pipa de la paz. En 1979, el PSOE de la época ganó las elecciones municipales enarbolando la cartelería diseñada por el gran José Ramón Sánchez, el acróbata de los sueños, que imaginó ciudades con muchos árboles, pocos coches, bandadas de pájaros y montones de niños correteando por el parque mientras sus padres hacían deporte o leían libros y periódicos en bancos de las aceras. Aquellos dibujos reflejaban una utopía que la sociedad española, abierta por primera vez en muchos años a la esperanza de una vida sin cuentas pendientes, quiso creer posible. Naturalmente, no lo fue. La condición humana, como la cabra, tira al monte. Por eso sé que no conviene rendirse. Si en nombre de la paz bajamos la guardia, la batalla de la libertad estará perdida. Es muy posible que mis mejores amigos se pongan muy contentos al leer esto, pero la verdad es que a mí me cabrea tener que reconocerlo. Anhelo la paz. Y más en estas fechas.
«Paz a los hombres de buena voluntad». Según el relato de la tradición cristiana, así saludó el ángel a los pastores de Belén antes de anunciarles que acababa de nacer un niño que venía a salvarles de la vida de poca monta que habían llevado hasta entonces. Ahora, las nuevas traducciones han modificado la literalidad de aquel saludo por la de «paz a los hombres que ama el Señor». Y dado que el Señor ama a todas sus criaturas, el significado del saludo es sencillo: paz para todos. No importan las peculiaridades de cada uno. El ángel trasmitió una orden de ámbito universal. Decretó la paz para todos. Un decreto no es un deseo. La primera Navidad no nos trajo un simple deseo de paz. Hizo más que eso. Resolvió que nos quedáramos con ella. Quedarse en paz, en términos coloquiales, significa quedarse sin deudas. Cuando alguien paga a su acreedor lo que le debe, se despide de él diciéndole que ya están en paz. Estar en paz significa no tener cuentas pendientes. La Navidad, me parece a mi, significa justamente eso. Es un tiempo que viene a cancelar nuestras deudas, a redimirnos de la obligación de pagarlas. Navidad y paz son las dos caras de la misma moneda. Pincho de tortilla y caña a que decirlo sirve para poco, pero al menos me permite recordarle a mis amigos que aunque los hechos me quiten la razón, en el fondo sigo teniéndola.