ALARMISMO, APOCALIPSIS Y SHOW EN EL AÑO DE LA NIEVE Y EL VOLCÁN
...y del gran apagón y el desabastecimiento, de los que nunca más se supo. Pero la psicosis vació tiendas. Desde el inicio del Covid en 2020, la espectacularización y la alerta informativa dominan los medios. Magnetizan a las audiencias, que son dinero. El peligro es la desconexión con la realidad. Y la apatía
«Cena intergeneracional, peligro mortal», rotulaba en rabioso tecnicolor La Sexta el pasado miércoles día 22. Solo a horas de que el Ministerio de Sanidad publicara en su ‘Actualización número 529’ sobre la ‘Enfermedad por el coronavirus’ de cada jueves que la tasa semanal de fallecidos con vacunación completa era de 0,02 por cada 100.000 personas con edades de 30 a 59 años. Por encima, hasta los 80 años, la letalidad se situaba en el 0,38 y de 29 para abajo, en el 0,00. Cero.
Ese mismo viernes, ya con la Nochebuena empantanada, el Gobierno dispararía la controversia con la imposición otra vez de la mascarilla en exteriores, quizás ruido calculado para ocultar la muy significativa ausencia de medidas restrictivas. Ni cierres ni encierros ni aforos. Por algo sería.
Desde el inicio de la pandemia en 2020, el catastrofismo –«terrorismo informativo» a decir de Javier Marías– no ha dado tregua, tampoco en este año de la nieve y el volcán. «Hecatombe vegetal causada por Filomena», se escribió (eldiario.es, 25 de enero). No faltaron vaticinios de «lluvia ácida en La Palma» (‘El País’, 22 de septiembre) propios del Apocalipsis según San Juan. Y cuando entre una efeméride y otra la tensión decayó allá por septiembre, coincidiendo con el espejismo del fin del virus, se atizó a las masas con la psicosis del presunto gran apagón universal y la amenaza –plena víspera de ‘black friday’, oh casualidad– de un desabastecimiento aterrador. El miedo precipitó las compras y vació las tiendas de artículos como camping gas o generadores. Y muy probablemente, llenó alguna que otra caja registradora.
«Ha habido cambios en la esfera mediática y tienen que ver con la transición hacia los entornos digitales», sentencia el director del Departamento de Sociología de la Universidad de Valladolid y doctor en Comunicación Audiovisual, Miguel Vicente Mariño, que explica que los medios clásicos, «que antes tenían el monopolio a la hora de dar la alar
ma sobre lo que está pasando, luchan hoy con muchísimas más voces que hablan al mismo tiempo, miles de personas que reproducen, alteran, modifican los mensajes, todo el mundo puede lanzar los suyos propios, los gobiernos, partidos... que no siempre compiten en términos de rigor, de respeto a las normas del método periodístico».
Bienvenidos pues al imperio de las redes, los algoritmos de las plataformas que se monitorizan en tiempo real. La estampida de barbaridades para capturar la atención en la selva virtual está servida. Y con ella la encrucijada ante la que se encuentran hoy los soportes de antes, radios, periódicos o televisiones: «Correr mucho para llegar los primeros y hacer mensajes para que la gente esté pendiente, alerta y consuma los contenidos o respetar las normas de la profesión y hacer mensajes más pausados, más fundamentados en evidencia y en datos», describe el profesor.
Números récord
Vistos los últimos tiempos –«Qué regalarle a alguien que se esté preparando para el fin del mundo por el apagón energético» (‘Elle’, 22 de noviembre); «La ‘tormenta perfecta’ que sacude al mundo: desabastecimiento, luz por las nubes y una nueva variante del Covid», 29 de octubre en este mismo diario– es obvio que se impone con claridad la opción de lo espectacularizante. Porque no se puede obviar que las altas audiencias, los clics, son dinero. A más público, más caro vendes los segundos y los centímetros cuadrados de tus anuncios.
«Es una de las estrategias que más llama la atención por la conexión emocional: la imagen de alto impacto, las tragedias, nos van a dejar petrificados delante de la pantalla. Y lamentablemente es lo que se busca, es un valor. Tener más y más espectadores se monetiza», indica la profesora de Comunicación Audiovisual y Publicidad de la Universidad Autónoma de Barcelona Illiana Ferrer. Vicente Mariño apunta que hay además «una tendencia casi antropológica» que tanto a nivel individual como colectivo nos sintoniza con lo alarmante: «Pensar que vivimos en el peor y más crítico momento de la historia. Es una constante, una forma de entender que está muy a mano y activamos permanentemente».
Poner el foco sobre lo que pasa en la televisión para observar estas pulsiones tiene inmensa lógica. Es el medio «más rápido, creíble y comprensible para las familias» y al que «se recurre sistemáticamente cuando se trata de informarse de sucesos especialmente relevantes», recuerda Enrique García Maroto, director de Consultoría Nacional de Geca. Subraya una fecha que ha pasado a la historia: 15 de marzo de 2020, primer domingo de confinamiento por la crisis del coronavirus, cuando en España se registró «el mayor consumo televisivo» jamás visto: 335 minutos de media por espectador. Del mismo modo que la borrasca Filomena hizo que el pasado enero «siete noticieros se colaran en el ranking de los 25 programas más vistos del mes». Lo insólito.
En los canales autonómicos, datos también de Geca, la nevada hizo a Telemadrid duplicar su cuota diaria el 9 de enero (11,9%) y el 20 de ese mismo mes alcanzó un 10,6% al consagrar su programación entera a la cobertura de otra desgracia, la de una explosión de gas en la calle Toledo que causó cuatro muertos. No es de extrañar que con la erupción en La Palma, la TV Canaria «aumentara su audiencia en torno a un 400% en los primeros días». En el ámbito nacional, este contenido «llegó a suponer más del 80% de la escaleta de algunos noticiarios en sucesivas jornadas».
«La espectacularización de las noticias en televisión impacta en la audiencia de forma significativa, no solo incrementando el tiempo de consumo de los que habitualmente la ven, sino atrayendo a aquellos que lo hacen de forma esporádica y que suelen informarse a través de internet y preferiblemente el móvil», expone José Manuel Eleta, adjunto a la dirección de Barlovento Comunicación que, al margen de catástrofes, incide en el «gran interés» que suscitan otros temas. Muchos de ellos, «de carácter económico, como las pensiones o el paro» y que en función «de su tratamiento y frecuencia de emisión, –precisa– pueden llegar a esa categoría de ‘alarma de crisis’».
Lo susceptible de acabar en formato show y arreglarte un ‘prime time’ es mucho más. «Hemos identificado también otros como violencia de género o crímenes muy mediáticos que otorgan buenos ratios de aceptación y no sólo forman parte creciente de los informativos, sino que en muchos casos constituyen secciones completas de magazines y programas de actualidad de algunas cadenas». En torno al asesinato en julio de Samuel Luiz, se construyó una alarma ante los delitos de odio y la «caza al gay» que llegó a adquirir tintes de amenaza contra la seguridad nacional.
Cuando se apuesta por el alarmismo, tan magnético, nos encontramos ante «casi telenovelas... con inicio, nudo y desenlace», resume Illiana Ferrer. «El sensacionalismo, la cobertura dramatizada es adictiva, engancha» pero, además, formalmente, se presenta cada vez más utilizando el lenguaje visual y sonoro característico de los espacios de entretenimiento, la infografía, los efectos de posproducción, ritmos vertiginosos en los montajes, amenidad, fascinación... «Hemos encontrado piezas informativas musicalizadas, que apelan a los sentidos, a emocionar. Ya no hay barreras entre géneros», concluye. Es la ‘hibridación’.
La actualidad paralela
El interés por alargar los contenidos lucrativos hasta lo interminable, con especiales uno detrás de otro que exprimen hasta el último recurso, directos que duran horas, desemboca a menudo en la deformación de la noticia con lo trivial y lo insignificante. Se banaliza hasta hacer el discurso asequible al mayor número posible de espectadores. Hasta el punto de que la doctrina reconoce ya el fenómeno de la fabricación expresa de «pseudo-acontecimientos» para las cámaras, «cuyo valor informativo es cero», advertía el politólogo Giovanni Sartori en «Homo videns: La sociedad teledirigida».
La línea entre lo fabricado y lo inventado es muy delgada. Gérard Imbert, autor de ‘El zoo visual: de la televisión espectacular a la televisión especular’ habló de la creación de una «actualidad paralela», una suerte de «ficción de lo cotidiano» que además se contagia de unos medios a otros. Hoy por hoy, a esa categoría pertenecerían las fábulas del apagón y el desabastecimiento.
Cabe reconocer que a partir de esta exagerada hipertrofia de todo lo que procura audiencias, lectores, pinchazos, lo que se daña es el sentido de la realidad. «Todas las teorías apocalípticas, las conspiraciones que queramos ver, apuntan a soluciones y relatos de la realidad simplificados, bastante sesgados», determina Vicente Mariño, lo que «no contribuye a que la gente tenga una visión racional de lo que tiene enfrente».
Agrega el experto otros riesgos que entrañan las sobredosis catastrofistas: «Si se mantiene el discurso en clave de alarma, en un nivel muy elevado de tensión, los efectos no son uniformes ni fáciles de predecir, pero una parte de las audiencias desconectará, le dará lo mismo que sigan lanzando alarmas porque ya habrá ajustado su vida cotidiana a ese estado». Lo que a la larga convierte esta práctica en contraproducente, incluso a efectos de captura de públicos.
Conviene no perder de vista que no solo de inercias y de sus propios intereses viven los medios, sino también de los de quienes son fuente de actualidad y, por qué no decirlo, de ingresos. Gobiernos que dosifican y extreman alarmismos porque, como indica la profesora Ferrer, «esta sobreinformación tapa otros temas que deberían tener mayor relevancia, y que se quedan sin sitio». Nada como una buena catástrofe, aunque sea imaginaria, para hacer de cortina de humo.
«EL SENSACIONALISMO ES ADICTIVO, ENGANCHA. HAY PIEZAS INFORMATIVAS MUSICALIZADAS QUE BUSCAN EMOCIONAR. YA NO HAY BARRERAS ENTRE GÉNEROS»