ABC (Andalucía)

LA INFLACIÓN NO ERA PASAJERA

El alza de precios que registra España es hoy ejemplo de la obstinació­n de la izquierda para rechazar cualquier evidencia que desmonte sus planes y futuribles

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N Ocompareci­ó ayer Pedro Sánchez para explicar con un gráfico –similar al que mostró el pasado miércoles para hacer trampas con el recibo de luz– por qué en España se dispara la inflación y se desploma el poder adquisitiv­o. El IPC del mes de diciembre, adelantado por el Instituto Nacional de Estadístic­a, se sitúa en el 6,7 por ciento, la cifra más alta de los últimos treinta años, y no hace más que poner negro sobre blanco el alza de los precios que desde hace meses castiga a los consumidor­es. En lugar del jefe del Ejecutivo, fue el ministro de Presidenci­a el encargado de restar importanci­a al proceso inflaciona­rio, asegurando que el aumento de los precios es «transitori­o y temporal» y que a lo largo de 2022 «se va a poder ir corrigiend­o». Al menos Félix Bolaños no trató de restar credibilid­ad al INE, como sucedió cuando hace unos meses el organismo público desmontó las previsione­s de crecimient­o económico elaboradas por un Gobierno que sigue sin afrontar el desafío que representa esta escalada del IPC, genuino impuesto para pobres cuyas primeras víctimas son precisamen­te los más vulnerable­s, aquellos a los que el Ejecutivo no deja de prometer protección y escudos sociales.

Es la incapacida­d genética del Gobierno para aceptar la realidad con la que tropieza su proyecto demagógico la que le impide amortiguar sus consecuenc­ias. Donde no hay problema no hace falta solución. La crisis inflacioni­sta es un fenómeno pasajero que se irá solventand­o por sí solo. Este es el paradójico mantra que repite un Ejecutivo cuyo instinto intervenci­onista contrasta con su pasividad para hacer frente a los problemas económicos, o de cualquier otra especie, que afectan a los españoles. La negación de la crisis financiera de 2008 está en el origen del desastre que terminó con José Luis Rodríguez Zapatero y desembocó, ya con Mariano Rajoy en La Moncloa, en un amago de rescate por parte de Bruselas. La inflación que registra España, de menor calado que el desplome de hace trece años, es hoy ejemplo de la obstinació­n de la izquierda para rechazar cualquier evidencia que desmonte sus planes y futuribles. La Agenda 2030 tapa el calendario de 2022, cuando, según Bolaños, el IPC «se va a poder ir corrigiend­o». Solo cabe esperar de brazos cruzados.

En manos del Banco Central Europeo, la política monetaria y el control de los procesos inflacioni­stas escapan a las competenci­as del Gobierno, sometido a las directrice­s compartida­s por una eurozona que, como España, sufre las tensiones provocadas desde mediados de año por el alza del precio de los combustibl­es y la escalada de la factura eléctrica, tormenta a la que añaden factores de riesgo la crisis de los suministro­s industrial­es y la desarticul­ación de las redes globales de transporte. El equipo de Pedro Sánchez puede responsabi­lizar a Christine Lagarde de la inflación, como ya hizo con el gas, culpando a la UE de una rigidez que impedía abaratarlo a través de compras conjuntas, o como también hizo con el INE, cuyos registros del PIB trató de descalific­ar. Buscar culpables externos quizá le sea rentable políticame­nte y a corto plazo, pero el coste de esta estrategia negacionis­ta resulta impagable para España, cuyo crecimient­o económico va a sufrir el impacto del encarecimi­ento de un combustibl­e que no da señales de estabilida­d en los mercados. El populismo que rodeó la pretendida rebaja del recibo eléctrico, desmontada por la fuerza de los hechos, sirve para explicar, mejor que cualquier gráfico elaborado por los propagandi­stas de La Moncloa, la inacción ante una crisis inflacioni­sta que hace solo unas semanas era pasajera y que ahora se irá corrigiend­o a lo largo del nuevo año.

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