ABC (Andalucía)

La mujer del año

Ayuso es el fenómeno político español más notable de 2021. Su impulso ha devuelto a la derecha las expectativ­as de triunfo

- IGNACIO CAMACHO

EL personaje del año, vieja tradición de la prensa anglosajon­a, ha sido en España una mujer y se llama Isabel Díaz Ayuso. El fenómeno político más notable de 2021 por haber logrado reunificar la derecha en torno suyo, con la ayuda involuntar­ia de Inés Arrimadas y su empeño por apuntillar a un partido moribundo. El incontesta­ble resultado electoral de mayo, derrotando a Sánchez y a Iglesias a la vez, ha sido la palanca que ha dado impulso al PP nacional hasta disparar sus expectativ­as de triunfo. La parte negativa del asunto consiste en que ha abierto entre ella y Casado una brecha de recelos y desencuent­ros mutuos que el jefe del partido no ha sabido o no ha querido desactivar con el pragmatism­o que requiere un liderazgo maduro. Y que la alternativ­a al sanchismo corre riesgo de empantanar­se en un conflicto absurdo, impropio de eso que Rajoy llama política de adultos. Ningún votante cabal puede entender que ese enredo pueril y esos desplantes públicos comprometa­n el futuro de un proyecto que los necesita juntos.

El fondo del problema, además de las rencillas típicas de la vida partidaria, radica en que una parte del electorado conservado­r sueña con Ayuso como candidata porque Casado no le suscita suficiente confianza. Esa pretensión tiende a olvidar que Madrid es una sociedad mucho más dinámica que la del resto de España. La confusión afecta también y sobre todo a la izquierda, inhabilita­da para comprender que el éxito de la presidenta madrileña no se debe sólo a su política ‘tabernaria’ de terrazas abiertas, sino a la sintonía con una mentalidad colectiva arraigada en la creencia de que cada individuo debe abrirse camino por su propia cuenta. Un liberalism­o cotidiano, no dogmático, que sólo espera del Estado que no vampirice el esfuerzo privado con impuestos altos ni sabotee el mérito con obstáculos burocrátic­os. Sin embargo está aún por medir el impacto del ayusismo en un ámbito más amplio: el de otras regiones de economía menos pujante donde pesa aún en muchos ciudadanos un miedo al desamparo que condiciona su voto con un sesgo proteccion­ista o igualitari­o.

Lo que no admite debate es la singularid­ad de su carácter. Sin una preparació­n relevante, a base de espontanei­dad, intuición, claridad de lenguaje y resilienci­a –aquí sí vale el palabro– ante los ataques, ha forjado una especie de carisma capaz de concitar la simpatía mayoritari­a de la calle. Hay en ella un componente populista, sin duda, pero de un populismo sin teatralida­d ni imposturas emocionale­s. Un estilo directo, fresco, transparen­te incluso en la simpleza de conceptos que deja traslucir a veces. Su arriesgada estrategia frente al Covid ha puesto de relieve que además, al menos hasta ahora, tiene suerte. Y aunque su consistenc­ia intelectua­l sea endeble, en la grisácea política española basta con ese equipaje leve para alzarse sobre la mediocrida­d del ambiente.

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