ABC (Andalucía)

Fragmentos de España

«España se halla en la fase terminal de un muy largo proceso de fragmentac­ión y desconstru­cción, en la fase terminal de un largo proceso de descomposi­ción»

- IGNACIO RUIZ-QUINTANO

EL ministro Iceta es a los romanos lo que Terenci Moix a los egipcios, y ha puesto en Bellas Artes a un armado de la Macarena veterano en Mérida.

El españolejo, cada vez que se pone serio, mira a Roma. Para hacer su diagnóstic­o de España, Ortega miró a Mommsen, que dejó dicho: «La historia de toda nación es un vasto sistema de incorporac­ión». Para Ortega, en cambio, la historia de una nación no es sólo la de su proceso formativo y ascendente: es también la historia de su decadencia; y si aquélla consistía en una incorporac­ión, ésta describirá el proceso inverso.

—La historia de la decadencia de una nación es la historia de una vasta desintegra­ción.

Nuestro peor enemigo, escribía Ugarte en 1903, «es nuestro desmigajam­iento». Un siglo más tarde, Durántez Prados, de nombre Frigdiano, asesor para discursos de Felipe VI, dice: «España se halla en la fase terminal de un muy largo proceso de fragmentac­ión y desconstru­cción [...] en términos históricos, en la fase terminal de un largo proceso de descomposi­ción». Y a ello están todos los partidos del Consenso del 78 y ese ‘monstruo de Horacio’ que es hoy ese ‘Estado compuesto’ que los ‘juristas’ peperos hacen suyo en los corrillos porque es grato a los alemanes que ‘descompusi­eron’ Yugoslavia.

La histeria antifranqu­ista de quienes no movieron un dedo contra la dictadura en vida del dictador responde a lo que la idea de unidad defendida por el general tiene de estorbo mental para la feroz campaña de fragmentac­ión: una veintena de impotentes nacioncill­as peninsular­es como parodia de la veintena de impotentes republiqui­llas hispanoame­ricanas, que fue el gran triunfo de Inglaterra. Fragmentac­ión nacionalis­ta, lingüístic­a e indigenist­a.

¿Europa, ‘la solución’? Creyendo que íbamos a jugar al dominó en un honorable club social, no vimos, dice Gullo, que nos sentaban a una mesa de póker con algunos jugadores exconvicto­s que tenían una ambición de dominio dormida y oculta, que esperaba el momento oportuno para renacer.

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