El ‘Silencio’ cómplice de Blanca Portillo y Juan Mayorga
Actriz y dramaturgo se vuelven a encontrar, esta vez en una obra cuyo punto de partida es el discurso de ingreso del autor en la Real Academia Española. La función se estrena el próximo 7 de enero en el Teatro Español
Juan Mayorga lleva siempre en el bolsillo un cuaderno diminuto en el que anotar las cientos de ideas, situaciones, frases que con la fermentación del tiempo, quizás, se puedan convertir en textos teatrales. «El teatro te asalta permanentemente –explica el dramaturgo y académico–... El otro día escuché en la calle a una chica que decía al teléfono: ‘Soy vuestra hija’... En cada modo distinto de pronunciar esa frase hay una obra». «Esa conexión constante que tiene Juan con la vida –tercia Blanca Portillo– es lo que le convierte en un excelente creador».
No es casualidad que Juan Mayorga y Blanca Portillo compartan esta conversación. Autor y actriz se han unido para poner en pie ‘Silencio’, una obra nacida al calor del confinamiento y que se apoya en el discurso que, en mayo hará tres años, pronunció Mayorga para su ingreso en la Real Academia Española. La obra se estrenará el 7 de enero en el Teatro Español, que aloja por primera vez en su sala principal al autor –en esta función también director–. En ella una actriz se dispone a pronunciar un discurso de ingreso en la Academia; lo hace porque su amigo dramaturgo se lo ha pedido, aunque el favor no sea de su agrado. Pero no hay que confundirse, dicen ambos ; no es autoficción. Ni Blanca Portillo interpreta a Blanca Portillo ni Juan Mayorga habla en el texto de Juan Mayorga. O tal vez sí, quién sabe. Ya lo dicen los dos: la línea que separa la vida del teatro es muy borrosa.
«El silencio nos es necesario para un acto fundamental de humanidad: escuchar las palabras de otros», dijo Mayorga en su discurso de ingreso en la RAE. Pero para los intérpretes y los escritores el silencio –quedarse en blanco, enfrentarse al papel en blanco– puede ser una de sus peores pesadillas. «Esta idea aparece también en la función –reconoce Blanca Portillo– como un silencio inesperado y terrorífico, porque un actor normalmente usa palabras de otro, y cuando éstas desaparecen, se siente pánico; pero al tiempo puede ser la ocasión
Blanca Portillo: «Estoy mejor cuanto mejor están los que tengo al lado y me construyen. Si ocurre en el escenario, mejor»
Juan Mayorga: «El director está limitado, y lo que debe hacer es convertir esos límites en posibilidades poéticas»
para crear algo vivo, genuino, real y sorprendente. Yo me estoy planteando qué pasaría si un día tengo ‘un blanco’; probablemente será la oportunidad para que surja algo inesperado».
Tercia Mayorga. «El ‘blanco’ del escritor no es comparable al ‘blanco’ del intérprete. Respeto mucho a los actores y las actrices porque siento que el escenario es tanto un espacio de goce y de peligro, de encuentro y de conflicto. El ‘blanco’ del escritor es menos peligroso; yo no estoy entre los agonistas de la página en blanco; no sufro, más bien gozo e intento mantenerla y sospechar de la frase que voy a escribir». —Hablan los dos del ‘peligro’ del escenario, cuando para un actor es o debería ser más bien un espacio de goce. ¿Cómo concretarían esa sensación?
—Blanca Portillo. Yo me siento en peligro constante... Pero asociamos la palabra a algo mortífero y horrible, cuando el peligro tiene que ver con el vértigo, con lo inesperado. Hay que estar siempre alerta, pendientes del aquí y el ahora. Lo bueno del teatro frente a la vida es que siempre sabes cómo acaba la función; sabemos cuál es la última palabra, el arco del personaje... Pero en ese tránsito pueden ocurrir tantas cosas... Cada vez hay seres humanos distintos, cada día yo soy distinta al día anterior. Esa sensación de no estar sobre suelo seguro es generadora de algo bueno. El peligro del escenario es un peligro, de alguna forma, feliz.
—Juan Mayorga. En esta función, que hemos construido Blanca y yo mano a mano y hombro a hombro, se da el caso de que esa actriz a la que Blanca interpreta vive una situación especialmente peligrosa, porque ella, con sus destrezas de actriz, está cumpliendo el deseo de su amigo dramaturgo; pero no está en un espacio teatral, y no sabe si el personaje que ha construido será convincente y tendrá éxito; si podrá sacar adelante el discurso con dignidad. Y ella, poco a poco, va convirtiendo ese espacio peligroso en un espacio de gozo y de placer. Uno de los conflictos de la función, precisamente, es el que se plantea entre el espacio académico y el teatral; éste termina por invadir aquél, por desordenarlo. Y eso es tanto como decir que la vida entra en la Academia; y todo eso ocurre en el corazón inseguro de una actriz.
—B. P. Nos subimos al escenario con la voluntad de comunicar; pero para que esa comunicación exista no solo debe haber emisión, sino también recepción y vuelta. Cuando entras en escena nunca sabes si va a existir; hay una voluntad y un deseo de que ocurra, y cuando se transita el teatro desde ahí, normalmente se produce esa comunicación... Pero ahí está el riesgo.
—Blanca, aunque un actor nunca está solo en un escenario (siempre están los técnicos arropándole), ¿se siente más cómoda con otros actores en escena? —B. P.
¡Sin duda alguna! He aprendido que una no hace nada sola. ¡Los demás hacen tanto por ti!: para construirte, para que existas, para que seas capaz de crear algo... ¡Dependes tanto del otro, te hacen tanto trabajo! Sé que estoy mejor cuanto mejor están los que tengo al lado y me construyen. Si ocurre en el escenario, mejor.
—Juan, en esta función insiste en dirigir. ¿Lo hace por su necesidad de completar la obra con la dirección? —J. M.
Si como autor tengo mucho que aprender, como director aún más. Lo único que puedo ofrecer es acompañar y ayudar al actor. En este caso se trata de ayudar a una actriz enorme, y resulta un placer. Siempre digo que los dos trabajos, el de autor y el de director son dos tipos de escritura. Uno escribe con las palabras y el otro, además, con otros signos: con los objetos, la iluminación... Pero si el autor es omnipotente, el director está limitado, y lo que debe hacer –lo han hecho los grandes– es convertir esos límites en posibilidades poéticas. Por lo demás, hay una gran diferencia: el trabajo del escritor es solitario y la autoría del hecho teatral es colectiva. Este ‘Silencio’ es tanto de Blanca como mío... Incluso diría que es un poquito más suyo que mío, y desde luego también de Elisa Sanz, de Pedro Yagüe, de Mariano García y de todos con los que ‘compartimos el pan’ –que he leído que es una de las etimologías de la palabra ‘compañía’–.
—¿Hasta qué punto está presente su discurso real de ingreso en la RAE? —J. M.
Hemos intentado custodiar sus elementos fundamentales. Está construido sobre una reflexión acerca del silencio –tanto en general como en el tea
tro– y sobre momentos fundamentales en que el teatro o piezas literarias atravesadas de teatralidad encerraban el drama del silencio. Y junto a eso quería ser un homenaje al teatro y fundamentalmente al arte del actor. Todo eso está ahí. Y el trabajo que hemos tenido actriz y director ha tenido un tercero, que es el autor, al que en ocasiones le ha costado entender ciertas decisiones.
—B. P. Somos carne de teatro, enfermos de teatro, y el medio es distinto. No es lo mismo dar una conferencia que hacer una obra teatral. El discurso está protegido; se han quitado cosas, pero no se le ha pervertido ni se ha deshecho, todo lo contrario. Su reflexión sobre el teatro, sobre la vida, sigue ahí, pero lo hermoso es que ha florecido algo con su propio texto, su propia dramaturgia y su propia vida. En lugar de restarle le enriquece.
—Blanca, ¿éste es el proceso en el que más ha participado como creadora, y no solo como actriz o directora?
—B. P. ¡Sin duda! Normalmente mi trabajo es dar voz, alma y entrañas a palabras que no son mías y a textos con los que yo me puedo sentir más o menos identificada. Disfruto profundamente con él. Pero en este caso, Juan no ha creado esta función en la soledad de su casa, sino que la hemos ido haciendo mano a mano; yo nunca lo había hecho, y menos con un autor de este calibre. Porque él es un excelente dramaturgo que escribe teatro maravillosamente bien, y tenerle al lado sugiriendo y aceptando mis sugerencias –o viceversa–, ha sido un privilegio. Esta obra es tan suya como mía... Un poco más suya que mía, porque partimos de un material que yo no podría crear ni en mis mejores sueños.
—J. M. Ha sido una experiencia fascinante. Ya cuando hicimos ‘El cartógrafo’ con José Luis García Pérez confirmé lo que ya intuía: que Blanca tiene una visión completa del teatro, no es solo una intérprete magnífica. Aquí no hemos dado un solo paso sin acordarlo. Hay otra cuestión; yo fantaseaba en el discurso con la idea de que lo pronunciara un actor, y Blanca y yo lo hemos convertido en algo teatralmente muy fértil.
—B. P. Nuestras visiones son complementarias; yo tengo un manejo de la actuación de la que él carece y Juan tiene un manejo de la dramaturgia de la que yo carezco. Ha sido un honor sentarme con él durante horas para decidir qué hacíamos, y además tener su visión desde fuera, que era necesaria.
—J. M. Blanca ha construido no solo a la actriz que representa al autor, sino también al propio autor, que se presenta tal y como la actriz lo ve.
—Por lo que dicen, el autor en esta función ha sido ‘un cómplice necesario’...
—B. P. Eso es maravilloso. Y hay además algo que es muy bonito y enriquecedor. El actor, normalmente, se va a su casa, y sobre las bases que plantea el texto lo analiza y lo va construyendo en función de las palabras. En ‘Silencio’ no estaban esas palabras, y de algún modo para mí ha sido desnudarse, dejar entrar a Juan hasta la cocina y enseñarle lo que yo hago en mi caldero cuando tengo que construir un personaje. Le he consultado los ingredientes, si le gustaba lo que le había echado... Hemos sido testigos uno del proceso del otro. Y ha sido muy fascinante.