ABC (Andalucía)

El honor nacional

El honor de España fue concebido y acuñado por un catalán («retengamos este hecho», dice Sánchez-Albornoz), Jaime I, en 1271, ante Gregorio X en el Concilio de Lyon

- IGNACIO RUIZ-QUINTANO

LOS clásicos tenían por distintivo de la monarquía el honor nacional, y por distintivo de la república, el honor ciudadano, que los finolis llamaban virtud.

El honor de España fue concebido y acuñado por un catalán («retengamos este hecho», dice SánchezAlb­ornoz), Jaime I, en 1271, ante Gregorio X en el Concilio de Lyon, cuando se ofreció para una nueva cruzada.

—Barones, ya podemos marcharnos: hoy a lo menos hemos dejado bien puesto el honor de España –se despidió.

Seis siglos y medio después, ante la guerra del 14, otro catalán, Cambó, proponía la no resistenci­a en caso de ser invadidos, pero Pablo Iglesias, simplón como un marmolillo, se plantó como lo que era, un marmolillo: «¡Hasta ahí podíamos llegar! En ese punto creeríamos llegado el momento de acudir en defensa del honor nacional».

La República fundó la Orden de la República, «título ramplón y de rebotica», a juicio de Madariaga, que propuso ‘Villalar’ («para echarle alas de victoria a aquella triste derrota») o la ‘Orden de la granada’ («porque yo veía en la toma de Granada y el simultáneo descubrimi­ento un doble acontecimi­ento simbolizad­o por una granada lanzando sus granos al mundo»). En ambos casos Azaña, que tenía menos pudor político que la popa de una cabra, exclamó: «¡Jamás!». En cuanto pilló el sillón, tiró al cesto el ‘Ciudadano de Honor’, otra creación de Madariaga.

La ideología de los nihilistas de Dostoyevsk­i era en esencia la negación del honor, y el modo más sencillo de atraer a un ruso era proclamar abiertamen­te el derecho al deshonor. Con eso la gente se les venía a montones: no quedaría nadie al otro lado.

—Para el ruso, el honor no es más que una carga superflua. Yo pertenezco a la vieja generación y confieso que estoy a favor del honor, pero sólo por costumbre. Me gustan las viejas formas, pero sólo por pusilanimi­dad –dice Karmazínov, cuyo modelo para Dostoyevsk­i fue su aborrecido Turguénev.

España y Rusia podrían tener en común el alma... y la corrupción.

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