Adiós a las cabinas
La desaparición de las cabinas nos deja consternados a los nostálgicos que nos pasamos media juventud en esos refugios sentimentales
DESDE el pasado 1 de enero, las operadoras ya no tienen la obligación de mantener en servicio las cabinas telefónicas que la ley exigía en poblaciones de más de 1.000 habitantes. Eso supone sencillamente su desaparición porque las escasas que quedan ya no son rentables. Muy poca gente las usa y es raro encontrar hoy en las esquinas una de aquellas cabinas de cristal.
Pertenezco a una generación que creció haciendo colas en las cabinas para llamar a su novia. Yo utilizaba una en la calle Corazón de María de Madrid a mediados de los años 70. A veces, había media docena de personas esperando su turno. Era necesario ir bien provisto de paciencia y de monedas de cinco pesetas.
En el San Juan Evangelista, el colegio mayor de la Universitaria, había media docena de teléfonos colgados en una pared del vestíbulo que funcionaban con fichas. Costaban dos o tres pesetas y se compraban en el bar de El Fenicio, donde pasábamos las tardes jugando al dominó y al subastado.
Las cabinas eran las redes sociales de entonces, una época en la que también se escribían cartas. Es una pena no haber conservado aquellas declaraciones de amor que eran casi tan largas y efusivas como la de Hans Castorp a Madame Chauchat en ‘La montaña mágica’.
También el aislamiento de las cabinas era propicio a esas efusiones amorosas en la distancia. Había que aprovechar al máximo el tiempo porque el aparato emitía un sonido que te hacía entender que la conversación llegaba a su fin si se acababan los duros.
En una ocasión, la puerta se atascó y me costó diez minutos salir del receptáculo. Yo había visto por televisión ‘La cabina’, el drama de Mercero y Garci, que tanto éxito tuvo a principios de los años 70. Afortunadamente no me pasó lo que a José Luis López Vázquez y conseguí evadirme de la trampa.
Era la España en la que se fumaban Celtas cortos, se bebía coñac Veterano y anís del Mono, la televisión era en blanco y negro y todavía Gento vestía la camiseta del Madrid. Se contaban chistes de Franco y las carreteras se llenaban de 600 amarillos en verano.
Las cabinas eran más que una institución. Democratizaban las comunicaciones y popularizaban el uso del teléfono, que hasta finales de los 60 era un objeto asociado a un elevado estatus social. Gracias al invento de Telefónica, las distancias se acortaron y el mundo se volvió más pequeño.
La historia de España durante más de cuatro décadas no se podría contar sin las cabinas. Más de uno encontró trabajo o le cambió la vida gracias a esta innovación que hoy puede parecer irrelevante pero que fue tan revolucionaria como el nacimiento del teléfono móvil.
La desaparición de las cabinas nos deja consternados a los nostálgicos que nos pasamos media juventud en esos refugios sentimentales que nos hacían brincar el corazón. ¡Qué pena y qué tristeza!