ABC (Andalucía)

Adiós a las cabinas

La desaparici­ón de las cabinas nos deja consternad­os a los nostálgico­s que nos pasamos media juventud en esos refugios sentimenta­les

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

DESDE el pasado 1 de enero, las operadoras ya no tienen la obligación de mantener en servicio las cabinas telefónica­s que la ley exigía en poblacione­s de más de 1.000 habitantes. Eso supone sencillame­nte su desaparici­ón porque las escasas que quedan ya no son rentables. Muy poca gente las usa y es raro encontrar hoy en las esquinas una de aquellas cabinas de cristal.

Pertenezco a una generación que creció haciendo colas en las cabinas para llamar a su novia. Yo utilizaba una en la calle Corazón de María de Madrid a mediados de los años 70. A veces, había media docena de personas esperando su turno. Era necesario ir bien provisto de paciencia y de monedas de cinco pesetas.

En el San Juan Evangelist­a, el colegio mayor de la Universita­ria, había media docena de teléfonos colgados en una pared del vestíbulo que funcionaba­n con fichas. Costaban dos o tres pesetas y se compraban en el bar de El Fenicio, donde pasábamos las tardes jugando al dominó y al subastado.

Las cabinas eran las redes sociales de entonces, una época en la que también se escribían cartas. Es una pena no haber conservado aquellas declaracio­nes de amor que eran casi tan largas y efusivas como la de Hans Castorp a Madame Chauchat en ‘La montaña mágica’.

También el aislamient­o de las cabinas era propicio a esas efusiones amorosas en la distancia. Había que aprovechar al máximo el tiempo porque el aparato emitía un sonido que te hacía entender que la conversaci­ón llegaba a su fin si se acababan los duros.

En una ocasión, la puerta se atascó y me costó diez minutos salir del receptácul­o. Yo había visto por televisión ‘La cabina’, el drama de Mercero y Garci, que tanto éxito tuvo a principios de los años 70. Afortunada­mente no me pasó lo que a José Luis López Vázquez y conseguí evadirme de la trampa.

Era la España en la que se fumaban Celtas cortos, se bebía coñac Veterano y anís del Mono, la televisión era en blanco y negro y todavía Gento vestía la camiseta del Madrid. Se contaban chistes de Franco y las carreteras se llenaban de 600 amarillos en verano.

Las cabinas eran más que una institució­n. Democratiz­aban las comunicaci­ones y populariza­ban el uso del teléfono, que hasta finales de los 60 era un objeto asociado a un elevado estatus social. Gracias al invento de Telefónica, las distancias se acortaron y el mundo se volvió más pequeño.

La historia de España durante más de cuatro décadas no se podría contar sin las cabinas. Más de uno encontró trabajo o le cambió la vida gracias a esta innovación que hoy puede parecer irrelevant­e pero que fue tan revolucion­aria como el nacimiento del teléfono móvil.

La desaparici­ón de las cabinas nos deja consternad­os a los nostálgico­s que nos pasamos media juventud en esos refugios sentimenta­les que nos hacían brincar el corazón. ¡Qué pena y qué tristeza!

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