ABC (Andalucía)

Una revolución silenciosa

∑Quique Sánchez, gran gestor de grupos, ha conseguido revivir al Getafe tras el pésimo comienzo de Liga con Míchel ∑‘Enfermo’ del fútbol, metódico, cercano y alérgico al elogio, en el club están encantados con la labor del madrileño

- RUBÉN CAÑIZARES

En la jornada 8 de Liga, el Getafe era el colista de Primera división, con un solo punto en ocho partidos, camino recto hacia Segunda. Once jornadas después, el equipo madrileño cierra la primera vuelta en la decimosext­a posición, con 18 puntos, dos por encima de la zona de descenso, y con la medalla de haberle ganado al todopodero­so Madrid de Ancelotti, líder del campeonato. ¿Cómo ha sido posible un cambio tan radical? Quique Sánchez Flores es la respuesta.

El técnico madrileño, alérgico al elogio, es el principal responsabl­e de la metamorfos­is azulona. Reemplazó a Míchel en el banquillo y su primera labor fue poner orden en la cabeza de sus jugadores. Les transmitió que no podían bajar los brazos, que debían creer en ellos y que debían salir al campo a demostrar que eran futbolista­s de Primera. La recompensa ha llegado solo tres meses después. El Getafe ya le mira a la cara a todos los equipos de la Liga y, además, les gana. «Lo del domingo fue una pequeña recompensa al trabajo tan bueno que está haciendo», explican desde el club, felices con la presencia de Quique.

Su tercera etapa en el Getafe le ha llegado tras casi veinte años en los banquillos, en los que siempre ha dejado un poso de buen fútbol allá dónde ha estado. Metódico, constante, previsor y estudioso del juego y del rival, su manera de entender el fútbol, y la vida, conserva esa lado romántico que, lamentable­mente, se está perdiendo: «Es un entrenador que se guía por el corazón, que se deja llevar por la vertiente más humana antes que la técnica o racional, y eso el jugador lo nota», detalla un jugador que conoce bien a Quique, cuya gran pasión es disfrutar de su oficio.

Sánchez Flores es un ‘enfermo’ del fútbol. Las sobremesas en las concentrac­iones y los viajes con el equipo son la excusa perfecta para compartir anécdotas e historias bonitas de su extensa carrera, primero como jugador y luego como entrenador. Junto a Carlavilla, Giraldez y Cubillo forman un cuerpo técnico unido, con los que ha compartido casi toda su etapa como entrenador. Un equipo de trabajo sin grietas, y con una peculiarid­ad. Su segundo, Carlavilla, no está a su lado en el banquillo. Su oficina está en la grada, desde donde hay una perspectiv­a distinta a la que se tiene a ras de hierba. Dos ojos posicionad­os fuera de lo habitual que para Quique son sagrados a la hora de leer los noventa minutos de partido.

Su amor hacia el fútbol es algo genético. Su padre, Isidro Sánchez, fue profesiona­l durante los años cincuenta y sesenta. Entre otros equipos, jugó en el Madrid entre 1961 y 1965, ganando cuatro Ligas y una Copa. De blanco, jugó de lateral derecho, como años más tarde haría su hijo, y allí hizo una gran amistad con Santamaría y Di Stéfano, padrino de Quique en su bautizo. De él escuchó una y otra vez que Santiago Bernabéu era el mejor presidente de la historia del Madrid, pero Quique entiende que ya ha quedado superado por Florentino.

Quién sabe si un día Pérez será su presidente. De momento es Ángel Torres, a quién le llama de usted y le considera un segundo padre. Firmó solo hasta final de temporada, identifica­do con la situación límite que vivía el Getafe. El dinero es lo último que le ha interesado a Quique en su trabajo. Sobrio, pero con mucho sentido del humor, y con el pádel como ocio de escape, a sus 56 años está encantado de haber regresado al fútbol español, tras varios años en Inglaterra y China. Su vuelta a Madrid supone estar cerca de sus tres hijos, y estar de nuevo en la pomada. Hay serias opciones de que el Mundial del próximo mes de noviembre sea la meta de Luis Enrique con España, lo que abriría un casting para el que Quique está más que de sobra preparado: «Le haría muchísima ilusión ser selecciona­dor», confiesa quién le conoce.

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// ABC Quique Sánchez Flores, dirigiendo un entrenamie­nto del Getafe

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