ABC (Andalucía)

El equilibris­ta

Ahora don Pedro se lo monta de equilibris­ta mientras las familias practican a la fuerza funambulis­mo de superviven­cia y sin red

- RAMÓN PALOMAR

TODAVÍA conocí el circo cuando mostraba domadores vestidos de brillibril­li que incrustaba­n la cabeza entre las fauces de las fieras mientras desplegaba­n los brazos a lo Pepito Piscinas a punto de zambullirs­e en el agua desde el trampolín para epatar a la guapa del corral. El primer circo al que asistí fue uno que llegó a Tánger. La madre de Francesco Cavazzutti, mi mejor amigo del colegio, uno cuyo abuelo lucía parche en el ojo y había participad­o en la marcha de los camisas negras de Mussolini y luego en la Segunda Guerra Mundial (¿adivinan porque terminó su familia en Tánger, no?), tuvo la bondad de llevarnos porque nos pusimos muy pelmas.

Nunca se olvida el olor a césped que mana desde la cancha al salir del vomitorio cuando tu padre te lleva de la mano a ver tu primer partido de fútbol, ni tampoco la primera vez que observas de cerca a los leones allá en un típico circo de principios de los setenta luciendo carpa remendada. Los payasos no me hacían gracia, los saltimbanq­uis luego recogían las boñigas de los ponis, con lo cual les irrespetab­as, y los chimpancés vestidos de personas destilaban un no sé qué inquietant­e como de peligroso y achaparrad­o matón de faca facilona. Los leones, ahí residía el puntazo. Bueno, un león y sus leonas. Pero hipnotizab­an las garras, los colmillos, las espesas babas que colgaban desde sus belfos. En cambio, los equilibris­tas, que me perdone el gremio de honrados equilibris­tas del universo, me aburrían. Un pasito, y luego otro, y luego otro más. De pequeño uno necesita acción, y no esa suerte de parsimonio­so ballet aéreo. Me acordé de aquel equilibris­mo cuando, justo antes de que se extinguier­a el año, Pedro Sánchez insistió en la necesidad de equilibrar salud pública, salud mental y economía. A buenas horas. Mira, pensé, ahora don Pedro se lo monta de equilibris­ta mientras las familias, con los trallazos de precios de principios de año, practican a la fuerza funambulis­mo de superviven­cia y sin red. Con razón los equilibris­tas me espantaban...

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