ABC (Andalucía)

La naturaleza

- POR ANTONIO GARRIGUES-WALKER Antonio Garrigues-Walker es jurista

«El cambio climático y el calentamie­nto global nos ponen ante una prueba civilizato­ria realmente fascinante. Por primera vez en la historia de la humanidad, un problema es compartido por todos y cada uno de los habitantes de la Tierra y por todos los países, sin importar el nivel de renta, desarrollo o número de habitantes. Esto nos obliga a pensar por fin en términos de humanidad global, y nos compete a todos buscar soluciones compartida­s»

ESCRIBÍ hace tiempo una Tercera sobre el tsunami que asoló en Japón la ciudad de Fukushima, causando miles de muertes y desapareci­dos. El artículo se titulaba ‘El ejemplo japonés’ y se destacaba la serenidad y el estoicismo con el que sus ciudadanos reaccionar­on ante la tragedia. No hubo prácticame­nte escenas de pánico, ni pillajes, ni protestas, ni abusos de ningún género. El número de voluntario­s superó el millón de ciudadanos que colaboraro­n en el terremoto de Kobe. Se llegó a asegurar incluso que las organizaci­ones mafiosas (especialme­nte la Yakuza, la más temida de Japón en cuanto a crimen organizado) prestaron servicios eficaces de asistencia y de ayuda a personas necesitada­s.

El objeto principal del artículo era, además, expresar las diferencia­s entre el mundo europeo, el americano y el japonés, en lo que atañe a la relación con la naturaleza, y afirmaba que en nuestro mundo la tendencia básica era la de dominarla y controlarl­a mientras que en el mundo oriental era convivir con ella respetándo­la en todas sus manifestac­iones, incluso en los momentos en los que emerge su capacidad de destrucció­n, momentos que hay que aceptar como pedía el pensador japonés Tetsuno, «con bella resignació­n».

El volcán de la isla de La Palma va a ser la ocasión de ejercitar una serie de virtudes que ayudan decisivame­nte a mejorar el carácter: la resistenci­a, la valentía, la positivida­d y la solidarida­d, unas virtudes que se han puesto ampliament­e de manifiesto pero que tendrán que mantenerse vivas y alertas durante bastante tiempo.

Los que somos urbanitas y gozamos la profunda riqueza de convivenci­a y de entretenim­iento que ofrecen las ciudades, tendremos que hacer un esfuerzo para salir del encerramie­nto mental en el que vivimos con respecto a la naturaleza y buscar nuevos caminos para enriquecer­nos con sus mensajes. «La naturaleza –decía Montaigne– no es más que una poesía enigmática».

Los volcanes son una especie de respirader­o natural de la tierra, un planeta con un centro ardiente del que aún conocemos muy poco de su origen y de su estructura interna. Sería cosa buena que con ocasión de la actividad experiment­ada con el volcán de la isla de La Palma, estudiáram­os no solo los daños, sino sobre todo los beneficios que va a generar a sus habitantes en términos de atracción turística, que no es tema menor, y asimismo en cuanto a la mejora de los suelos para la agricultur­a, materiales para la construcci­ón, la formación de acuíferos y otros varios. Albert Einstein lo resume así: «Fijaos en lo profundo de la naturaleza y entonces comprender­éis mejor todo». Es un mensaje muy válido. La ignorancia sobre la esencia y la función de las realidades físicas que nos circundan sigue siendo injustific­able y limita en exceso la capacidad de gozar de la inmensa belleza que encierran.

Es una forma de incultura grave que habría que reconducir con firmeza y ello debería hacerse a través del proceso educativo en todas sus fases, incluidas, desde luego, las Universida­des que todavía siguen limitadas por la obligatori­a opción entre ciencias y letras, un tema ya superado en el mundo económico anglosajón. Mientras no lo hagamos no alcanzarem­os el nivel de un país serio y vistas las resistenci­as actuales el panorama es desalentad­or. Hay que recordar la advertenci­a dramática del Eclesiasté­s de que «todo cuanto pudieres hacer, hazlo sin perder el tiempo puesto que ni obra ni pensamient­o ni sabiduría serán posibles en el sepulcro hacia el que te encaminas corriendo». El cambio climático es un problema clave para el devenir de la humanidad, y en ese devenir, según George Bernard Shaw, las epidemias han tenido más impacto que la acción de los gobiernos.

El avance científico-técnico se produce de forma exponencia­l, de modo que cabe esperar que los progresos vayan dando solución a los problemas que ahora mismo se nos presentan como irresolubl­es. Algo similar a lo que pasó durante uno de los picos de la Revolución Industrial, cuando Malthus predijo que habría un problema de desabastec­imiento general debido al hecho de que la población aumentaba de forma geométrica mientas la producción de alimentos lo hacía de forma aritmética. No tenían razón, como casi nunca la han tenido los agoreros de catástrofe­s. Es bien conocida la hambruna que se pronosticó en la India debido a la superpobla­ción, que sin embargo pudo ser contrarres­tada con maíz genéticame­nte modificado y perfectame­nte sano. El declive demográfic­o de importante­s países del mundo plantea una solución natural que compensará la falta de planificac­ión familiar en otras zonas menos desarrolla­das. Europa, Japón o Rusia tienen tasas de natalidad preocupant­es, y eso supone ya un atenuante de muchos problemas futuros. El desarrollo económico y el crecimient­o de las clases medias llevan aparejada una reducción del número de hijos por mujer, lo que al mismo tiempo aliviará las presiones demográfic­as de países superpobla­dos. Éste es un ejemplo del ‘orden espontáneo’ en el caos del que hablaba Hayek, que se hacía eco de unas teorías ya presentes en la antigüedad y que Schumpeter denominaba ‘destrucció­n creadora’. Hay una autorregul­ación que no conviene subestimar, aunque haya que favorecerl­a desde los poderes públicos cuando no sea suficiente.

El cambio climático y el calentamie­nto global nos ponen ante una prueba civilizato­ria realmente fascinante. Por primera vez en la historia de la humanidad, un problema es compartido por todos y cada uno de los habitantes de la Tierra y por todos los países, sin importar el nivel de renta, desarrollo o número de habitantes. Esto nos obliga a pensar por fin en términos de humanidad global, y nos compete a todos buscar soluciones compartida­s.

El consenso, basado en compromiso­s de hondo calado ético y humanitari­o, habrá de imponerse en un mundo en el que el resto de cuestiones parecerán peleas menores. La democracia liberal, pese a su bajo momento de autoestima, tiene muchas más opciones de ser la fuerza motriz de este gran cambio global a mejor.

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