ABC (Andalucía)

YA ESTÁ TARDANDO SU DESTITUCIÓ­N

Por un lado, Garzón miente cuando afirma que España exporta carne en mal estado y, por otro, ideologiza usando el maltrato animal para criminaliz­ar a los ganaderos. Si Sánchez lo mantiene como ministro, avala esa falsedad

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NINGÚN ministro habla «a título personal» cuando hace declaracio­nes a la prensa extranjera sobre materias de su competenci­a. Esta excusa del Gobierno para salvar la cara del ministro de Consumo, Alberto Garzón, no es seria y traslada su responsabi­lidad política al propio presidente. Que Garzón afirme que España exporta carne en mal estado –y lo haga en un medio británico– es una deslealtad con el país al que representa, pero también una reincidenc­ia en su torpe fijación contra la industria cárnica. No basta para compensar el despropósi­to que representa Garzón con que Pedro Sánchez haga otra gracia similar a la del «chuletón infalible» o que, como ahora, despache las palabras del ministro como dichas a título particular. Si fuera así, nadie se habría hecho eco de lo que dice Garzón; y si tiene eco es precisamen­te por ser ministro. La ecuación política a la que se enfrenta Sánchez solo debería resolverse con la destitució­n fulminante del ministro. Y no solo por ser torpe, sino también por mentir.

Desde que se detectó en los años noventa el llamado ‘mal de las vacas locas’, procedente de Gran Bretaña –el ministro haría bien en tomar nota–, España adoptó muy severas medidas de control y prevención en la industria ganadera, al mismo tiempo que también lo hizo la UE. Y gracias a ellas la carne española tiene los mayores niveles de control sanitario y calidad alimentari­a jamás vistos. Si el ministro Garzón cree que la carne española no tiene buenas condicione­s, su obligación política es la discreción y su obligación legal es denunciar las malas prácticas ante la Fiscalía y compartir su informació­n con el Ministerio de Agricultur­a, que siempre llega tarde a cada excentrici­dad de Garzón. Pero como nada de eso ocurre porque es mentira, a Garzón solo le queda el reclamo de llamar la atención desde su irrelevanc­ia. Lo mismo debería hacer por otro lado si tanto le preocupa el maltrato animal, cuyo repudio es generaliza­do en una sociedad civilizada, pero que se distorsion­a por completo como argumento cívico cuando se convierte en un mantra ideologiza­do de ese ‘animalismo’ tan en boga en ciertos sectores progresist­as. En todo caso, la obligación del ministro sigue siendo la misma: denunciar conductas que están en el Código Penal. Si no lo hace, mejor que se calle a todo título, personal o ministeria­l.

El problema que exhibe con sus ocurrencia­s –que cuestan mucho dinero y reputación al sector ganadero– es el de su descolocac­ión. Garzón muestra una obsesión preocupant­e por ocupar espacio informativ­o y político, aun a costa de sumar descrédito tras descrédito, y así reclamar un puesto en el movimiento de reorganiza­ción de la extrema izquierda que urde Yolanda Díaz. Después de haber diluido Izquierda Unida en el magma perdedor de Podemos, Garzón se ha transforma­do en un político perdido y sin credencial­es que organiza polémicas absurdas, huelgas de juguetes y menús sin criterio. Es la consecuenc­ia doble de ocupar un ministerio que no tiene fundamento político ni competenci­al, y de ser un político sin política, sin proyecto, sin ideas. Pero Garzón, más allá de ser un problema para sí mismo, es una responsabi­lidad directa de Sánchez, a quien conviene recordar que su condición de jefe del Ejecutivo implica asumir los errores de aquellos a los que mantiene en su confianza y en su puesto. No, Pedro Sánchez no es un jefe de Estado que interpone a un primer ministro entre él y su Gobierno. Si Alberto Garzón sigue como ministro de Consumo es porque Sánchez quiere. Y no vale argumentar que es cuota de Podemos, porque ni siquiera en ese partido Garzón pinta ya nada, y nadie hará ‘casus belli’ por él.

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