El arte de lo posible
Antes o después –la película la hemos visto ya muchas veces– los socios del club Frankenstein acudirán en ayuda del Gobierno
Alos guionistas del PP les entusiasma fantasear con la idea de que, de manera casi consecutiva, Mañueco apabulle en las urnas del 13 de febrero y Sánchez se pegue una leche gloriosa durante la tramitación de la reforma laboral amadrinada por Yolanda Díaz. No cabe imaginar un inicio de año más prometedor para los intereses políticos de Génova. La victoria apabullante en Castilla y León les permitiría argumentar que el éxito electoral de Ayuso no se debió a las peculiaridades distintivas de una soprano que va por libre, sino a la fortaleza de las siglas del partido, y el batacazo sanchista pondría de manifiesto la soledad de un Gobierno que solo es capaz sacar adelante sus propuestas estelares cuando se lo permiten sus socios extremistas. No tengo nada que objetar a la belleza de esa fantasía. Estoy de acuerdo en que, así las cosas, Casado tendría motivos más que suficientes para sentirse el hombre más feliz del mundo. Por eso entiendo que se haya parapetado en el ‘no’ ante el acuerdo alcanzado por los agentes sociales. Aunque lo mejor para él sería que la ley encallara en el Parlamento, tampoco sería una catástrofe que no lo hiciera dada la liviandad de las reformas pactadas. Pero entender una postura no significa compartirla. El problema del razonamiento casadista, creo yo, es que parte de una premisa equivocada. El éxito de la tramitación parlamentaria no está en duda.
Antes o después –la película la hemos visto ya muchas veces– los socios del club Frankenstein acudirán en ayuda del Gobierno. Lo único que conseguirá la terquedad del PP es elevar el importe de la operación rescate. Una operación, por cierto, que hubiera resultado mucho más problemática si los populares hubieran hecho un discurso abstencionista desde el principio. ¿Qué cara habrían puesto los podemitas y sus satélites indepes si hubieran tenido que respaldar un decreto validado por el principal partido de la oposición? Ahora, en cambio, pueden venderle a los suyos que algo bueno tendrá la reforma cuando ha merecido la bendición sindical y la maldición de la derecha. La otra contraindicación de la actitud de los cabezas de huevo de Génova es el malestar que provoca en Bruselas y en un sector no pequeño de los empresarios que han participado en la negociación. La Comisión Europea quería una legislación laboral que no traspasara determinadas líneas rojas y que saliera del horno con el máximo consenso posible. Va a conseguir lo primero, pero no lo segundo. Era difícilmente imaginable que los voceras que habían cacareado hasta la saciedad su compromiso de reducir a pulpa la reforma que impuso Rajoy en 2012 y los representantes de la patronal estamparan su firma al pie del mismo documento. ¿Hubiera llegado tan lejos el PP de haber estado en el pellejo de Sánchez? ¿Podrá mejorar el acuerdo si gobierna en compañía de otros? Pincho de tortilla y caña a que no. Es absurdo fantasear. La política es el arte de lo posible.