ABC (Andalucía)

El arte de lo posible

Antes o después –la película la hemos visto ya muchas veces– los socios del club Frankenste­in acudirán en ayuda del Gobierno

- LUIS HERRERO

Alos guionistas del PP les entusiasma fantasear con la idea de que, de manera casi consecutiv­a, Mañueco apabulle en las urnas del 13 de febrero y Sánchez se pegue una leche gloriosa durante la tramitació­n de la reforma laboral amadrinada por Yolanda Díaz. No cabe imaginar un inicio de año más prometedor para los intereses políticos de Génova. La victoria apabullant­e en Castilla y León les permitiría argumentar que el éxito electoral de Ayuso no se debió a las peculiarid­ades distintiva­s de una soprano que va por libre, sino a la fortaleza de las siglas del partido, y el batacazo sanchista pondría de manifiesto la soledad de un Gobierno que solo es capaz sacar adelante sus propuestas estelares cuando se lo permiten sus socios extremista­s. No tengo nada que objetar a la belleza de esa fantasía. Estoy de acuerdo en que, así las cosas, Casado tendría motivos más que suficiente­s para sentirse el hombre más feliz del mundo. Por eso entiendo que se haya parapetado en el ‘no’ ante el acuerdo alcanzado por los agentes sociales. Aunque lo mejor para él sería que la ley encallara en el Parlamento, tampoco sería una catástrofe que no lo hiciera dada la liviandad de las reformas pactadas. Pero entender una postura no significa compartirl­a. El problema del razonamien­to casadista, creo yo, es que parte de una premisa equivocada. El éxito de la tramitació­n parlamenta­ria no está en duda.

Antes o después –la película la hemos visto ya muchas veces– los socios del club Frankenste­in acudirán en ayuda del Gobierno. Lo único que conseguirá la terquedad del PP es elevar el importe de la operación rescate. Una operación, por cierto, que hubiera resultado mucho más problemáti­ca si los populares hubieran hecho un discurso abstencion­ista desde el principio. ¿Qué cara habrían puesto los podemitas y sus satélites indepes si hubieran tenido que respaldar un decreto validado por el principal partido de la oposición? Ahora, en cambio, pueden venderle a los suyos que algo bueno tendrá la reforma cuando ha merecido la bendición sindical y la maldición de la derecha. La otra contraindi­cación de la actitud de los cabezas de huevo de Génova es el malestar que provoca en Bruselas y en un sector no pequeño de los empresario­s que han participad­o en la negociació­n. La Comisión Europea quería una legislació­n laboral que no traspasara determinad­as líneas rojas y que saliera del horno con el máximo consenso posible. Va a conseguir lo primero, pero no lo segundo. Era difícilmen­te imaginable que los voceras que habían cacareado hasta la saciedad su compromiso de reducir a pulpa la reforma que impuso Rajoy en 2012 y los representa­ntes de la patronal estamparan su firma al pie del mismo documento. ¿Hubiera llegado tan lejos el PP de haber estado en el pellejo de Sánchez? ¿Podrá mejorar el acuerdo si gobierna en compañía de otros? Pincho de tortilla y caña a que no. Es absurdo fantasear. La política es el arte de lo posible.

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