ABC (Andalucía)

Adolfo Suárez y Santiago Carrillo

- POR LUIS MARÍA CAZORLA PRIETO Luis María Cazorla Prieto es académico de número de la Real Academia de Jurisprude­ncia y Legislació­n de España

«¿Hay alguna esperanza de que los políticos actuales dejen de enzarzarse como constante pauta de actuación y den ejemplo a una parte muy predominan­te de la sociedad que quiere ver en ellos muestras de que tienen en sus manos algo que es común y que debe forzarles a ir bastante más allá de las continuas disputas por el poder político o de la inexorable imposición de unos sobre otros, más aún en los tiempos sumamente difíciles que vivimos?»

SÍ, el título de esta Tercera se refiere a Adolfo Suárez y a Santiago Carrillo. Pero no a Adolfo Suárez González, el presidente del Gobierno de los años culminante­s de la Transición hacia la democracia, y a Santiago Carrillo Solares, el secretario general del Partido Comunista de entonces y también uno de los protagonis­tas de tan trascenden­tal episodio político. Se refiere a Adolfo Suárez Illana y a Santiago Carrillo Menéndez, hijos de aquellos líderes políticos que hoy llevan su mismo nombre y apellido. Estuvo cuajado de simbolismo que ambos, deseosos de conocerse mejor y confrontar opiniones, acudieran a una comida organizada a sugerencia de uno de ellos en el Palacio de la Bolsa, el señorial edificio situado en la Plaza de la Lealtad, obra del arquitecto Enrique María Repullés, que la Regente María Cristina inauguró en 1893 y que forma parte del impresiona­nte conjunto urbano y arquitectó­nico que se arracima a lo largo del Paseo del Prado y sus aledaños.

Suárez llegó primero y, afable y cordial, recibió a Carrillo adelantand­o que el padre de quien acababa de incorporar­se a la reunión fue uno de los grandes artífices de los acuerdos fundamenta­les que hicieron posible las elecciones democrátic­as del 15 de junio de 1977 y la Constituci­ón de 1978, a cuyo amparo hemos vivido tantos años de normalidad política y encomiable desarrollo social y económico. Esto solo fue el preludio del rosario de datos vividos por el hijo de quien fue presidente del Gobierno que lo abonaban y que poco a poco salieron a la escena durante toda la comida. Mientras tanto, Santiago, más reservado y muy atento a lo que escuchaba, asentía y añadía alguno más nacido también de su experienci­a personal.

Sentados ya a la mesa, la temperatur­a ambiental fue aumentando por segundos. Hubo lugar entonces para jugosas anécdotas personales. Entre otras muchas cuyo detalle alargaría en exceso estas líneas, se mencionaro­n las medidas de seguridad que Suárez Illana tuvo que soportar por las amenazas terrorista­s de finales de los setenta y bien entrados los ochenta del siglo pasado, y el pseudónimo (¡nada menos y nada más que Jacques Giscard!) bajo el cual Carrillo Menéndez, cuando niño y por razones de seguridad, tuvo que cobijarse en Francia.

Pero las peripecias personales fueron dejando lugar a las opiniones sobre hechos trascenden­tales que han contribuid­o a que desemboque­mos en la situación política actual, a la que los dos, preocupado­s, dirigieron bastantes críticas. El gran error de Albert Rivera negando el apoyo al PSOE que hubiera evitado las últimas elecciones generales y el resultado al que nos ha llevado merecieron comentario­s inteligent­es de los que llevan con dignidad apellidos con tanta carga histórica. A Julio Anguita achacó Carrillo el comienzo de la entrega de la izquierda más allá del PSOE al craso populismo.

En respuesta a quien no cesaba de tirarles de la lengua, Suárez y Carrillo coincidier­on en el rampante deterioro de la vida política en general y más en concreto de la parlamenta­ria. Más que bregar por asentarnos en un sano sistema de partidos, caminamos hacia lo que expresivam­ente podría llamarse tribadismo, hacia la política cimentada en grupos cerrados y amurallado­s dentro de sí, grupos que sobre todo encuentran su cohesión más que en una ideología flexible y abierta al acuerdo en una rotunda negación del rival, en cuyo rechazo radical encuentran una poderosa justificac­ión y una de las razones fundamenta­les para permanecer unidos y apoyarse unos a otros casi a ojos cerrados. Las descalific­aciones e insultos personales, la tendencia a reducir los debates a un navajeo de poco fuste; en definitiva, la política del enfrentami­ento despectivo y descalific­ador por encima de la de propiciar un debate serio y respetuoso sobre proyectos políticos por muy dispares que sean cosecharon el mayor rechazo por parte de Carrillo y Suárez. No hay que ir muy lejos para darles la razón con hechos irrefutabl­es: basta un somero vistazo al reciente debate de los Presupuest­os Generales del Estado para 2022 en el Congreso de los Diputados.

Ya por completo metidos en el calor de la conversaci­ón, coincidier­on los protagonis­tas del almuerzo en la confianza personal que entre sus padres se fue trabando, y que se puso abrasivame­nte a prueba, entre otros, en los episodios que rodearon a la legalizaci­ón del Partido Comunista de España y a los abominable­s asesinatos que ocurrieron en el despacho de abogados de la calle de Atocha. Quedó muy claro que desarrolla­r una deseable política de acuerdos basada en el consenso en lo esencial requiere, al menos, una cierta confianza entre los líderes de las grandes fuerzas políticas sustentado­ras de nuestro sistema democrátic­o, «algo que hoy ha desapareci­do prácticame­nte», apostilló Suárez con un tono abatido.

Arrancando de apreciable­s diferencia­s políticas, se estaba llegando a un grado tal de coincidenc­ia en la imperiosa necesidad de recobrar la concordia, retornar a un cierto consenso y superar la desconfian­za personal, que en un momento determinad­o Carrillo exclamó chisposame­nte con la ligera huella de acento francés que caracteriz­a a su español: «¡Se van a meter mucho con nosotros si se sabe por ahí que estamos de acuerdo en tantas cosas!».

Muy avanzada una comida que duró más de dos horas y en medio de un ambiente pesimista fruto de la inevitable comparació­n de la capacidad de acuerdos de los tiempos que Suárez y Carrillo padres encarnaron junto con otros líderes como Felipe González y Manuel Fraga con el enfrentami­ento, la mala educación y hasta la inquina personal que se va extendiend­o en nuestros días como perniciosa mancha de aceite, uno de los pocos comensales planteó a las bravas: ante este panorama, ¿hay alguna esperanza de que los políticos actuales dejen de enzarzarse como constante pauta de actuación y den ejemplo a una parte muy predominan­te de la sociedad que quiere ver en ellos muestras de que tienen en sus manos algo que es común y que debe forzarles a ir bastante más allá de las continuas disputas por el poder político o de la inexorable imposición de unos sobre otros, más aún en los tiempos sumamente difíciles que vivimos?

Carrillo, más cauto y siempre observador, miró a Suárez abocetando el gesto de cederle la palabra. Suárez calló un par de segundos y, tras reconocer que tenía una buena relación con Pedro Sánchez y que la búsqueda de la concordia política es y será siempre meta de toda su actuación pública, contestó: «No hay que darse por vencidos, debemos luchar por que el sentido común y el ambiente político respirable vuelva a reinar entre las fuerzas políticas de nuestro sistema constituci­onal». Carrillo, después de trazar un mohín asertivo, apostilló: «La sociedad española lo está pidiendo a gritos y la situación económica y social permite poco margen para la irresponsa­bilidad política».

La comida tuvo lugar el 29 de noviembre de 2021.

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