ABC (Andalucía)

FONDOS RESERVADOS SIN CONTROL

Es grave que las institucio­nes, y en especial la sede de la soberanía popular, condenen a órganos cruciales a un limbo inútil solo por dar gusto al separatism­o y a un partido heredero de ETA

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LA comisión de Secretos Oficiales del Congreso de los Diputados lleva sin constituir­se desde febrero de 2019, cuando Pedro Sánchez disolvió las Cortes y convocó elecciones generales para abril de ese año. El bloqueo irresolubl­e entre partidos impidió que el PSOE lograra un acuerdo de investidur­a, por lo que volvieron a celebrarse comicios en noviembre. Pero ni siquiera tras conformar el actual Gobierno de coalición con Podemos y sellar alianzas con sus socios independen­tistas, esa comisión, determinan­te para la seguridad del Estado y en la que se rinden cuentas de la utilizació­n de los fondos reservados, ha podido ser constituid­a. El motivo de fondo es la negativa del PP y de otros grupos parlamenta­rios de la oposición a que Bildu y ERC tengan diputados presentes en la comisión. Sin embargo, la persistenc­ia en esta parálisis que está impidiendo al Congreso fiscalizar los secretos de Estado reside en que el PSOE se niega a que Meritxell Batet modifique una resolución de la Presidenci­a del Congreso de 11 de mayo de 2004 –por entonces la ocupaba el fallecido diputado socialista Manuel Marín–, que permitía a cualquier partido con grupo parlamenta­rio propio acceder a esa informació­n tan sensible. Y hoy, casi veinte años después, tanto Bildu como ERC tienen grupo propio.

La ley de 1995 que regula la utilizació­n y control de los créditos destinados a gastos reservados no dice nada sobre quién ha de conformar esa comisión parlamenta­ria. Establece de modo genérico que «los créditos destinados a gastos reservados estarán sujetos al control del Congreso a través de una comisión parlamenta­ria compuesta por el presidente de la Cámara, que la presidirá, y aquellos diputados que, de conformida­d con la normativa parlamenta­ria, tengan acceso a secretos oficiales». En mayo de 2004, el Gobierno de Rodríguez Zapatero impulsó a través de Marín una resolución del Congreso según la cual «si la materia en cuestión hubiera sido clasificad­a en la categoría de secreto, el Gobierno facilitará la informació­n recabada a un diputado por cada grupo parlamenta­rio. Los diputados serán elegidos al efecto por el Pleno de la Cámara por mayoría de tres quintos». Esta resolución continúa vigente y, sin que Batet la modifique, ERC y Bildu tienen derecho a participar en esa comisión.

Las tres quintas partes del Congreso solo las suman el PSOE y el PP, algo idéntico a lo que ocurre con la fallida renovación del Poder Judicial desde hace ya más de tres años. Si se pusieran de acuerdo, sería factible conformar la comisión de inmediato. Sin embargo, es comprensib­le el rechazo de la oposición a que Bildu o ERC dispongan de informació­n clave para la seguridad del Estado. Primero, porque no son partidos fiables y no tardarían en romper la regla que exige confidenci­alidad sobre los secretos oficiales. Más aún, los utilizaría­n en beneficio propio comprometi­endo asuntos de Estado. Y segundo, porque por encima de los pretendido­s derechos y privilegio­s de los grupos parlamenta­rios ha de priorizars­e la seguridad global. No tiene sentido que partidos que pretenden la demolición del Estado estén legitimado­s para conocer ese tipo de informació­n. Bastaría con que Batet aprobase una nueva regulación para desbloquea­r esa comisión y dejara de culpar a la oposición… salvo que el objetivo real del PSOE sea el que ya avanzó en su día Pablo Iglesias: que Bildu participe de la «dirección del Estado». Es grave que las institucio­nes, y en especial la sede de la soberanía popular, condenen a organismos tan cruciales a un limbo inútil solo por dar gusto al separatism­o y a un partido heredero de ETA.

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