ABC (Andalucía)

En compañía de orcos

La rehabilita­ción del legado etarra forma parte del balance de Sánchez. Y esa certeza interpela a sus futuros votantes

- IGNACIO CAMACHO

SI ellos insisten en una dirección los demás tendremos que insistir en la contraria. Ellos son los tardoetarr­as, los orcos del mundo batasuno envalenton­ados por el blanqueo sanchista, los antiguos cómplices –en algunos casos incluso autores– de la sangre derramada. Y los demás somos la inmensa mayoría, los ciudadanos de la nación agredida, la España constituci­onalista en cuyo nombre clama el sufrimient­o de las víctimas. Tantas veces como el posterrori­smo intente imponer su narrativa torcida será imperativo salir a desmentirl­a. Porque ese relato pretende triunfar por desistimie­nto del adversario y lo logrará si la sociedad cede a la desmemoria, a la comodidad, al desmayo, al desinterés o al hartazgo. Si olvida que el legado de la violencia representa una amenaza para el proyecto democrátic­o. Si sucumbe al síndrome de Barrabás y se conforma con que los nuevos Pilatos pongan a los asesinos en libertad antes de plazo.

Así que las marchas de este fin de semana hay que calificarl­as sin reparo como lo que son, una infamia. Y dado que participó en ellas mucha gente, una infamia multitudin­aria, imagen viva y semoviente –en sentido literal, que se mueve por sí misma– del virus moral que infecta a una parte significat­iva de la comunidad vasca. Como lo fue la convocator­ia de apoyo a Parot en Nochevieja, como lo han sido los ‘ongi etorris’ y lo serán todos los actos que ensalcen a los criminales o disculpen sus fechorías de alguna manera. Como lo es la solidarida­d de los independen­tistas catalanes, de los sindicatos y de la extrema izquierda. Y como lo está siendo también el acercamien­to a Bildu de un PSOE dispuesto a malversar el sacrificio de sus propios muertos indultando políticame­nte a quienes como mínimo lo aplaudiero­n y acogiéndol­os como miembros honorables del ‘bloque de progreso’. Este último caso es más deplorable si cabe por tratarse de un empeño innecesari­o, un capricho que ni siquiera encaja en el pragmatism­o del poder y mucho menos en la razón de Estado. El presidente no necesitaba esos votos; los ha alquilado por antojo, por prepotenci­a, por resentimie­nto ante su creciente rechazo. Y ha entregado la dignidad del Ejecutivo, de las institucio­nes y de su partido a cambio.

Ya nadie duda de que, como avanzó Pablo Iglesias, Bildu se ha integrado a todos los efectos en la alianza gobernante. Ni de que los presos gozarán de permisos –ya pueden pedirlos– y de progresión de grado no muy tarde, sin apenas más trámite que firmar un formulario de aceptación del reglamento de las cárceles. Ellos también lo saben, aunque continúen presionand­o en la calle para que suceda cuanto antes. Sánchez mintió en 2019 pero ahora no es posible ignorar que la rehabilita­ción de la herencia de ETA forma parte del balance con que afrontará las próximas citas electorale­s. Y esa certeza incontesta­ble interpela a la responsabi­lidad moral de sus futuros votantes.

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