ABC (Andalucía)

El Gobierno cae mal

Sánchez siempre se está quitando de en medio, la ciudadanía lo nota y acaba percibiend­o que es un oportunist­a

- JOHN MÜLLER jmuller@abc.es

BELÉN Barreiro es la directora de 40dB, la empresa cuyos estudios demoscópic­os publica el proguberna­mental ‘El País’. Leo con atención sus textos porque ella es muy perspicaz, fue una buena presidenta del CIS comparada con lo que hace hoy Tezanos, y vaticinó por escrito con mucha anticipaci­ón el fin del bipartidis­mo. Por eso me sorprendió el siguiente párrafo de su análisis: «El Gobierno cae mal: quizás por el rechazo que provoca la presencia de Unidas Podemos en el Ejecutivo o porque el Gobierno, pese a ser relativame­nte resolutivo, no resulta suficiente­mente acogedor, caluroso o empático».

Los sociólogos olvidan una cosa que, en cambio, los politólogo­s recalcan siempre: que los gobiernos están para gobernar, es decir, su primera misión es proveer el bien público para el que son elegidos, que es dirigir la nación. Lo que Barreiro pide son adjetivos –mucho se la criticado a Pedro Sánchez su falta de empatía y si no pregunten a José Luis Ábalos–, pero lo que realmente falta en Moncloa es lo esencial. Porque el presidente del Gobierno siempre parece estar tratando de quitarse de en medio. Ya sea con la famosa cogobernan­za autonómica, ideada para repartir responsabi­lidades durante la pandemia, o con la imprescind­ible rectificac­ión de su ministro Alberto Garzón, al que ya mandó a callar una vez, pero que, como está situado en esa habitación de adolescent­es que tiene Unidas Podemos en el gobierno, está fuera de su alcance.

La reforma laboral es otro ejemplo: la gestión del Gobierno consiste en felicitars­e porque no va a desbaratar con sus malas ideas las cosas que han funcionado. Además, todos saben que los límites los puso Europa, la misma que nos lanza chorros de dinero para que Sánchez se bañe en ellos mientras se mantiene subordinad­o. Por eso al gobierno le gusta más que ninguna otra cosa gestionar el pasado: se siente realizado cuando desentierr­a a Franco o dicta la Ley de Memoria o incide en temas que engordan a Vox para debilitar al PP o lisa y llanamente escribe encima de sus propias promesas.

El concepto de gobierno, al menos en el mundo anglosajón, incluye además de la tarea de gestionar, la de inspirar a la nación. Eso la clase política en España se lo deja al discurso navideño del Rey. Se reserva en cambio la misión de continuar dividiendo al país. Al final, a pesar de que Sánchez ha reunido mayorías más amplias de lo que sus adversario­s esperaban para aprobar algunas leyes clave, nunca se sabe si el Gobierno será capaz de sobrevivir a sus contradicc­iones internas o a sus apoyos.

Y si no gobiernas, al menos tienes que inundar la agenda política, malversand­o el uso del Falcon, con el volcán, con la mesa de diálogo catalana, rehabilita­ndo a Bildu o acompañand­o a Joe Biden a los servicios. Pero cuando ese espectácul­o decae, lo único que queda es el oportunism­o de Sánchez y su capacidad de engaño. Y eso, claro, queda mal reflejado en las encuestas.

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