Tiempos (de los) políticos
Una de las ventajas de escribir una vez por semana es que no opinas en caliente. Pero hay veces que rumiar mucho algún asunto aboca a la melancolía. Como por ejemplo la estrategia del Partido Popular con la reforma laboral. Prefieren, entiendo, que el Gobierno pase por el trágala de una tramitación en el Congreso con sus socios actuales, con lo que eso supone, a anotarse el tanto político de que prácticamente no han tocado su reforma laboral no oponiéndose en el trámite parlamentario. Aunque puede que sea peor. Pueden estar pecando como otras veces de querer apuntarse a la parte buena de las dos opciones obviando el coste que puedan tener. Y además de que no logran lo que pretenden por el camino dan una terrible sensación de oportunismo político que más que acercarles les aleja de erigirse en alternativa de gobierno.
Táctica frente a estrategia.
Atajos incluso a costa del interés general. Es bastante evidente en el discurso económico, donde llevan tiempo instalados en el cuanto peor mejor que les lleva en algunos casos a posiciones grotescas, como la de no reconocer, por ejemplo, la velocidad a la que se ha recuperado el empleo en esta crisis con argumentos traídos con pinzas cuando a la vez quieren atribuirse el mérito porque el marco laboral que lo ha propiciado fue el que su partido aprobó. Soplar y sorber con grandes soliloquios que evidencian las costuras.
Y aunque la economía haya sido en muchos casos la llave del gobierno, hay que diferenciar lo que es o no responsabilidad de los que están al frente –tanto para lo mala como, ojo, lo bueno– y, quizá más importante por la naturaleza de esta crisis, el enorme coste que supone estar permanentemente anunciando el fin del mundo. Los agoreros no despiertan muchas simpatías, sobretodo si los augurios no se cumplen y todavía menos con la que llevamos encima.