En la oscuridad del tiempo
Los vetones, de origen celta, construyeron estas monumentales figuras de granito cuyo significado sigue siendo un misterio
Hay estudios que datan la construcción de estos verracos en el siglo II a.C.
Muy poco se sabe de los vetones, una población de origen celta que vivió en el Oeste de la Península desde el siglo V antes de Cristo hasta la época de Augusto. Eran un pueblo guerrero, muy jerarquizado, con una economía basada en el ganado, que construía fortificaciones amuralladas. Quedan como prueba de su existencia restos de 400 toros y jabalíes tallados en piedra. Los vetones fueron sometidos durante la dominación romana y su cultura desapareció.
El legado que ha sobrevivido son los Toros de Guisando, situados cerca de El Tiemblo, en Ávila, próximos al límite con Madrid. Son cuatro figuras de granito con alrededor de 2,5 metros de largo y 1,3 metros de altura. Protegidas por un cercado, están alineadas de norte a sur y miran hacia el oeste. El primer problema es su datación. Hay estudios que fechan la construcción de estos verracos en torno al siglo II antes de Cristo. Aunque podría confundirse con la representación de cerdos, dos agujeros en su cabeza indica que son toros. Se supone que ambos orificios eran para insertar cuernos. Fue en este monumento donde Enrique IV de Castilla firmó un acuerdo con su media hermana Isabel en 1468 por el que se la proclamaba Princesa de Asturias y heredera de la Corona con el objeto de poner fin a un largo conflicto. El pacto ha pasado a la historia como el Tratado de Guisando.
Una de las cosas que más llama la atención al visitante es que hay varias inscripciones romanas en las tallas. La única que se puede leer reza: «Longinos lo levantó para su padre Prisco de los Calaéticos». Todo indica que esos grabados fueron realizados por los conquistadores. Eso fue lo que le indujo a suponer erróneamente a Pedro de Medina en el siglo XVI que eran monumentos dedicados a Cecilio Metelo, Cesonio y otros próceres romanos.
El asunto que plantea una mayor polémica es el de la interpretación del sentido del monumento. Hay tres teorías que no tienen por qué ser excluyentes. La primera apunta a que se trataba de una construcción de carácter funerario en la que se mencionaba originalmente el nombre de los caudillos vetones. La segunda alude a que los toros eran símbolos protectores del ganado y de la población, situados en Badajoz, Cáceres, Salamanca, Zamora y Ávila. Y la tercera, tal vez la más sugerente, es que respondían al culto a Tauro, dios de fenicios y cartagineses.
El toro era una deidad mayor en la antigua cultura tartésica, que veía en este animal la expresión de la virilidad y de la fuerza. Su adoración estaba extendida por toda la cuenca mediterránea. También el toro fue una figura familiar en la mitología griega. El Minotauro era un monstruo con cuerpo de bestia y cabeza de hombre, encerrado en el laberinto de Cnossos (Creta), que había sido edificado por Dédalo.
Hay numerosas referencias literarias a los Toros de Guisando. Cervantes y Lope de Vega los citan en sus escritos. García Lorca los menciona en su ‘Llanto por Ignacio Sánchez Mejías’: «… y los todos de Guisando/ casi muerte y casi piedra/ mugieron como dos siglos/ hartos de pisar la tierra».
Un reciente estudio de arqueólogos de la Autónoma de Madrid se decanta por la tesis de que las figuras tenían la finalidad de proteger al ganado, esencial para la supervivencia de los vetones. Lo más importante de este trabajo es que sostiene que no estaban en el lugar donde fueron levantados, sino que fueron trasladados en la Edad Media al emplazamiento actual.
Muchos de estos vestigios fueron destruidos tras la Reconquista, ya que los terratenientes veían en ellos un símbolo del paganismo. En el puente romano de Salamanca, se conserva todavía un verraco de piedra al que le falta la cabeza. Fue rescatado del Tormes en 1867. Está considerado como el monumento más antiguo de la ciudad y memoria de sus antiguos pobladores.