ABC (Andalucía)

Todos mienten

Si lo que el periódico británico publicó es falso, resulta obligada la querella de Garzón

- GABRIEL ALBIAC

NO soy consumidor de carne. Cuestión únicamente digestiva. Hacer doctrina de eso sería imbécil. Cada cual sabe qué cosas digiere y cuáles no tanto. Y hace su cálculo de coste y beneficio. Comerme a un bicho no me plantea más problemas morales que zamparme una planta. Juzgo una perfecta necedad fingirle estatuto jurídico a un cochinillo –o a una mascota– y negárselo a un cardo o a una lechuga.

Por otra parte, afirmar el universal derecho de los seres vivos a ser preservado­s implicaría algo tan divertido como dejar de combatir las enfermedad­es infecciosa­s. Porque, a ver con qué derecho la vida de unos millones de humanos iba a tener más valor que la de unos cientos o miles de millones de virus o bacterias. No es un criterio moral lo que rige esa red de conflictos que es la naturaleza. Es algo más primordial, algo que, en el siglo XVII, un judío español formulaba, desde Ámsterdam, en el libro que funda el pensar moderno: «En la naturaleza no se da ninguna cosa singular sin que se dé otra más potente y más fuerte. Dada una cosa cualquiera, se da otra más potente por la que aquélla puede ser destruida». La lechuga, o el cochinillo, o el ‘imbatible chuletón’ del Doctor Sánchez son destruidos por el aparato digestivo para el cual son aptos. Y eso es todo.

El pobre señor Garzón hubiera podido decir que no le gusta el vacuno. O bien que, como yo, lo digiere malamente. Y no hubiera pasado nada. Entre otras cosas, porque no pienso que los gustos del tal señor le interesen ni aun a sus más íntimos. Metió la pata, porque el señor Garzón resulta estar a cargo de una cosa sin funciones llamada ‘ministerio de Consumo’. Yo entiendo que hasta a él se le olvide. Pero metió la pata. Entre otras cosas, porque los del ‘Guardian’ no tenían por qué saber que su función es sólo la de un intercambi­o de cromos entre el PSOE y Podemos. Y que a nadie se le hubiera pasado por las mientes colocar a un talento como el de Garzón en un puesto susceptibl­e de tener que hacer algo. Cobra y calla: esos eran los términos del trato. Desde luego, el señor Garzón no va a renunciar a cobrar. Pero le ha dado el capricho, ya que no de hacer, al menos sí de parlotear como un loro. Y pasa lo que pasa.

Tampoco eso me ofende. Disparates mayores he escuchado en política. Lo grave es otra cosa: la acusación, lanzada por el ministro, de que sus palabras habrían sido manipulada­s. Sus literales palabras, en el texto del ‘Guardian’. Estas: «Las megagranja­s españolas contaminan el suelo, contaminan el agua y luego exportan esta carne de mala calidad de estos animales maltratado­s». Si lo que el periódico británico publicó es falso, resulta obligada la querella de Garzón. Si no hay querella, su dimisión por metepatas. Y, si no hay dimisión, su fulminante destitució­n por mentiroso. Pero, ¿puede el Doctor Sánchez fulminar a uno que miente?

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