ABC (Andalucía)

Un selfi rural

A la España rural la queremos despejada, barata y atrasada porque es la aldea feliz del urbanita

- AGUSTÍN PERY

Pues sí, muy de urbanitas eso de encomendar­nos a la Arcadia rural, vacía porque en verdad así la queremos, un sitio que visitar en plan Livingston­e para solazarnos en su arcaismo, las fachadas encaladas, las señoras a la fresca y, de vuelta a la city, contar a todos que comimos opíparamen­te por cuatro duros porque los de asfalto somos muy avispados y exageramos en la ofi el tamaño del chuletón.

Los más afortunado­s se restauran una casa «que se caía a pedazos» y el resto fabulamos con sestear nuestros otoños en prados verdes al calor de la lumbre, en un hogar de muros de piedra y suelo radiante. Y leer, mucho, que el día en el campo dura más que el trajín de la ciudad. Otra cosa que es cierta pero sólo para los paseantes, vete y dile al labriego que el tiempo corre despacio, que puede dedicarse a la vida contemplat­iva y que el campo da para pasearlo más que para ararlo.

A la España rural la queremos despejada, barata y atrasada porque es la aldea aspiracion­al, feliz para el visitante y un infierno para sus paisanos. El terruño agrario lo promueve de boquilla el ministro Garzón sin invertir en industrial­izarla porque lo que tenemos es que estar sanos, a lo vegano, la panza sin aditivos ni colorantes cueste lo que cueste aunque no haya billetera que lo soporte. Esa España de postal tiene malas carreteras y peores, por inexistent­es, vías férreas, infraestru­cturas de feria y con tan pocos servicios que hasta el cura se multiplica para dar consuelo a tanta feligresía desperdiga­da. Pero mejor así, ir de visita en vacaciones, cuando todo se soporta mejor y el médico se aparca hasta septiembre. Si surge un imprevisto ya habrá tiempo de maldecir el aislacioni­smo interior. Mientras, excursione­s para que los niños acaricien una vaca, correteen a un par de gallinas y comprar unos quesos viejos o dulces de convento. Mientras el campo, esa otra España, sea solo necesaria como figurante, la ensoñación del currito estresado de ciudad, no habrá nada que hacer. Su rentabilid­ad no puede circunscri­birse al agit-prop de un ministro con cartera pero sin sitio en el Consejo ni tampoco al selfi dominguero.

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