Un selfi rural
A la España rural la queremos despejada, barata y atrasada porque es la aldea feliz del urbanita
Pues sí, muy de urbanitas eso de encomendarnos a la Arcadia rural, vacía porque en verdad así la queremos, un sitio que visitar en plan Livingstone para solazarnos en su arcaismo, las fachadas encaladas, las señoras a la fresca y, de vuelta a la city, contar a todos que comimos opíparamente por cuatro duros porque los de asfalto somos muy avispados y exageramos en la ofi el tamaño del chuletón.
Los más afortunados se restauran una casa «que se caía a pedazos» y el resto fabulamos con sestear nuestros otoños en prados verdes al calor de la lumbre, en un hogar de muros de piedra y suelo radiante. Y leer, mucho, que el día en el campo dura más que el trajín de la ciudad. Otra cosa que es cierta pero sólo para los paseantes, vete y dile al labriego que el tiempo corre despacio, que puede dedicarse a la vida contemplativa y que el campo da para pasearlo más que para ararlo.
A la España rural la queremos despejada, barata y atrasada porque es la aldea aspiracional, feliz para el visitante y un infierno para sus paisanos. El terruño agrario lo promueve de boquilla el ministro Garzón sin invertir en industrializarla porque lo que tenemos es que estar sanos, a lo vegano, la panza sin aditivos ni colorantes cueste lo que cueste aunque no haya billetera que lo soporte. Esa España de postal tiene malas carreteras y peores, por inexistentes, vías férreas, infraestructuras de feria y con tan pocos servicios que hasta el cura se multiplica para dar consuelo a tanta feligresía desperdigada. Pero mejor así, ir de visita en vacaciones, cuando todo se soporta mejor y el médico se aparca hasta septiembre. Si surge un imprevisto ya habrá tiempo de maldecir el aislacionismo interior. Mientras, excursiones para que los niños acaricien una vaca, correteen a un par de gallinas y comprar unos quesos viejos o dulces de convento. Mientras el campo, esa otra España, sea solo necesaria como figurante, la ensoñación del currito estresado de ciudad, no habrá nada que hacer. Su rentabilidad no puede circunscribirse al agit-prop de un ministro con cartera pero sin sitio en el Consejo ni tampoco al selfi dominguero.