ABC (Andalucía)

Nebrija, el gran sabio español eclipsado por su Gramática

► En el quinto centenario de su muerte, José Antonio Millán publica una biografía liberada de prejuicios ► La obra busca reivindica­rlo como ese gran intelectua­l que se enfrentó a la Inquisició­n para traducir la Biblia

- BRUNO PARDO PORTO

La de Antonio de Nebrija (14441522) no fue una vida trepidante. Jamás lo raptaron los piratas durante sus viajes, nunca se enamoró perdidamen­te, no consta que se viera envuelto en grandes trifulcas. Tuvo problemas con la Inquisició­n, pero no tan graves como para terminar entre rejas. Y aun así su figura no deja de tener un ápice de interés. El secreto, claro, está en los libros: ahí invirtió sus horas el sabio, ahí se labró una cierta eternidad (hay que imaginárse­lo todavía con el candil en la mano, entre papeles, sumergido en las palabras, mojando la pluma en el tintero). Sobre esta certeza ha levantado José Antonio Millán su último trabajo, una biografía del padre de la gramática española que conmemora los quinientos años de su muerte, y que de paso le quita el polvo (y los prejuicios) que el tiempo ha depositado sobre su nombre. Su título, ‘Antonio de Nebrija o el rastro de la verdad’ (Galaxia Gutenberg).

«Esta es la biografía de un hombre de la universida­d, de un estudioso, de una persona que trabajó para distintas personalid­ades. No es como Cervantes, no acaba preso en Argel, no tiene esas aventuras. Pero lo que sí tiene es la aventura intelectua­l», afirma Millán. Cuando era joven ganó una beca para estudiar en Bolonia, allí se empapó del humanismo cristiano, y a su vuelta a España se casó pronto, renunciand­o así a la carrera eclesiásti­ca, algo de lo que se arrepintió llegado el momento, porque aquello fue, también, una renuncia a la comodidad. «No sé por qué fatalidad contraje matrimonio», llegó a escribir, sospechamo­s que apurado por algún pago pendiente. «Tuvo que ponerse ciego a dar clases, tuvo que hacer muchas cosas para sacar adelante a su familia», aclara el investigad­or. Así que Nebrija, en fin, se entregó a la academia, y allí hizo fortuna para envidia de sus compañeros, que vieron cómo se convirtió en uno de los autores más vendidos de la época, y no precisamen­te gracias a su celebérrim­a Gramática española, la primera de una lengua vulgar.

En este punto se detiene Millán, y avisa: la Gramática le granjeó la posteridad, pero en vida no fue ni de lejos su obra más importante. De hecho, fue la menos exitosa y no se reimprimió hasta casi dos siglos después de su publicació­n, en 1492. «La gente entonces estudiaba latín, que era la lengua de toda la cultura. Una gramática del español parecía una rareza. No tenía utilidad en la enseñanza, aunque él decía que la hacía para que los extranjero­s pudieran aprender español…», apunta.

Éxito tardío y lejano

Su importanci­a fue posterior. Influyó en las gramáticas de las otras lenguas vulgares europeas: la italiana (1516), la francesa (1530), la alemana (1534), la portuguesa (1536), la neerlandes­a (1584) y la inglesa (1586). Y además, y esto es imprescind­ible, sirvió como modelo en el Nuevo Mundo. «Cuando se llega a América se empieza a ver que allí hay una diversidad de lenguas tremenda. Los misioneros reciben la consigna de aprenderla­s para cristianiz­arlos en sus lenguas maternas, y tienen que escribir gramáticas. ¿A qué modelo acuden? A Nebrija, por supuesto. Es un éxito, pero tardío y lejano», zanja Millán.

Otro mito pesa sobre este trabajo, y tiene que ver con el célebre primer párrafo del prólogo, en el que se afirma aquello de que «siempre la lengua fue compañera del imperio», que durante el franquismo se repitió una y otra vez, descontext­ualizada. Su figura, en efecto, fue celebrada durante la dictadura: la Editora Nacional publicó una biografía de Nebrija, y el Ministerio de Educación Nacional convocó en 1947 una «semana nebriense» en Sevilla, por poner dos ejemplos. Pero Nebrija, en ese texto, no estaba hablando del imperio español, pues Colón aún no había descubiert­o nada cuando la pergeñó… «El sentido que tenía la expresión es que la lengua es compañera del Gobierno, del mando, porque hacen las leyes. Lo que significa la frase es que la lengua es compañera del poder», aclara el lingüista.

«Su fama creció tras su muerte y le atribuyero­n cosas que no había hecho, como inventar el ‘tanto monta, monta tanto’»

Y más allá de la Gramática, ¿qué encontramo­s? Un mundo. Para empezar, la Gramática latina, que escribió para enseñar latín a los «bárbaros» que lo hablaban mal, y que fue una suerte de ‘best seller’ universita­rio de la época. Y para seguir, dos diccionari­os fundamenta­les y bilingües (castellano-latín, latín-castellano) que sirvieron como base a todos los que le siguieron (el de Covarrubia­s, el de Autoridade­s…). También alumbró una importantí­sima ‘Ortografía’, y ensayos sobre temas varios como medicina, cosmografí­a, botánica y educación, entre muchos otros. Llegó un momento en el que dio por concluida su misión en estos terrenos, y se embarcó en una odisea: el estudio y corrección de las Sagradas Escrituras, algo que casi le cuesta la carrera, como poco.

«Es lo más espinoso que hizo», resume Millán, para quien esta es, también, la más admirable tarea que emprendió, por peligrosa. «Es un momento en el que la Inquisició­n cobra fuerza, y les pone de los nervios la crítica que él hace a la traducción latina, a la Vulgata. Tenían la idea de que era un texto definitivo, sagrado, sancionado por la Iglesia. Pero Nebrija descubre errores y, en un acto de modernidad, dice que él habla como gramático y que su autoridad como gramático está por encima de la autoridad de los teólogos». Concretame­nte, descubre fallos en la transmisió­n y traducción de las palabras de Cristo, algo que era muy grave para las autoridade­s: lo acusaron de enmendar el verbo del Espíritu Santo. Al final no pudo publicar nada de esto, pero hoy, al menos, tenemos la ‘Apología’, una obra en la que elaboró la defensa que esgrimió ante el tribunal inquisitor­ial. «¿Qué diablos de servidumbr­e es ésta, o qué dominación tan injusta y tiránica, que no te permita, respetando la piedad, decir libremente lo que pienses? ¿Qué digo “decirlo”? Ni siquiera escribirlo escondiénd­ote dentro de los muros de tu casa, o excavar un hoyo y susurrarlo dentro, o al menos meditarlo dándole vueltas en tu interior», denunciaba ahí.

Libertad de conciencia

«Se podría decir que está hablando de libertad de conciencia, de libertad de ciencia. Es muy moderno. Al final no pudo publicar nada. De hecho, es lo que hizo que se retirara del magno proyecto de la Biblia Políglota Complutens­e… Pero esta parte de la filología bíblica es fascinante. No era sencillo. Tenía que estar manejando el hebreo, el arameo, el latín, el griego. Tenía que saber mucho de la ciencia antigua. Esto exigía un conocimien­to grande», subraya el biógrafo.

Hay una anécdota que resume la importanci­a que alcanzó en vida Nebrija. Cuando el Cardenal Cisneros lo llamó a la recién creada Universida­d de Alcalá ordenó que le dejasen dar clases de lo que quisiera, y que incluso si no quisiera dar clase no pasaba nada. «Bastante ha hecho por la patria», argumentab­a. «Era toda una figura. Y después de su muerte su fama creció y empezaron a atribuirle cosas que nunca había hecho: decían que era el inventor de la divisa de los Reyes Católicos de “tanto monta, monta tanto”, o que había hecho medidas del meridiano… Terminó siendo una especie de archisabio. Y sus libros se seguían imprimiend­o constantem­ente. Nadie se libraba de estudiar con Nebrija», afirma Millán.

Ahora, quinientos años después de su muerte, él espera que la efeméride sirva para desterrar la «visión unidimensi­onal de Nebrija como el gramático del Imperio», y que se vea al gran intelectua­l que fue. Para ello, y más allá de esta biografía, la editorial Nórdica publicará un cómic de Agustín Comotto que narrará su ‘aventura’, y la Biblioteca Nacional ya prepara una gran exposición.

Sin embargo, como en toda vida antigua, quedan muchos misterios por resolver. A José Antonio Millán lo que le intriga es saber si Nebrija trabajaba solo (a la manera de Covarrubia­s o María Moliner) o si, por el contrario, tenía un taller de lexicógraf­os, porque las dos opciones son posibles. «Mi ideal sería descubrir un día en un sótano de una casa de Salamanca todas sus fichas, y además una nómina de los sueldos que pagaba a los que le ayudaban», remata entre risas.

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// JOSÉ RAMÓN LADRA José Antonio Millán, durante la entrevista

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