ABC (Andalucía)

El Atlético se hunde por la defensa

► El Athletic remonta en los minutos finales al imponerse en todas las disputas en el área de Oblak ► Nico Williams cambia la suerte del equipo bilbaíno y lo lleva a la final de la Supercopa ante el Real Madrid

- JOSÉ CARLOS CARABIAS

El Atlético se desangra por la defensa. Era un lamento común en el alma rojiblanca en este año de matiz perverso y en Riad se hizo evidente. El Athletic se activó con Nico Williams, el hombre que cambió la eliminator­ia, y hundió al Atlético en cinco minutos al imponerse en todas las acciones en el área de Oblak. Una ruina colchonera porque le faltaron muchas virtudes que otras veces los resultados tapan, sobre todo fluidez para construir. El Athletic jugará la final de la Supercopa contra el Real Madrid el domingo.

El partido amanece en el desierto estadio de Riad con un destello efímero. Fugaz sueño de invierno que anuncia un encuentro alegre, desinhibid­o, de tránsito ágil y generoso con el espectador. Saca el Atlético de centro y Lemar se inventa un pase maravillos­o que Joao Félix, suave como una pluma, amortigua con una lucidez apabullant­e. El portugués se inventa una obra maestra y a la media vuelta anota un gol de fábula. Récord mundial, ocho segundos. Los árbitros, que por algo son los cenizos del fútbol se quiera o no, lo anulan sin discusión por evidente fuera de juego.

Gol en ocho segundos

En ocho segundos y unos cuantos minutos más se produce el canto del cisne. El encanto de un choque vivaracho y jaranero se difumina a medida que se va imponiendo la lógica de las cosas. Joao la tira alta, casi sin medida. Correa se atasca en un giro. Oblak saca a su estilo amurallado una gran captura de Williams. Todo eso sucede en diez minutos, medio increíble la vida en Riad si nos atenemos a la personalid­ad de los entrenador­es, Cholo Simeone y Marcelino, dos entusiasta­s de la táctica a ultranza.

El árbitro y sus congéneres del VAR aportan más argumentos a todos aquellas que, al abrigo del hermano fútbol y sus circunstan­cias, los sacuden sin remisión cada día, casi hora de su vida. Pues casi inconcebib­le es que no entre a revisar el vídeo el derribo de Berenguer a Lemar, penalti clarísimo al tragarse el defensa la finta del francés. No hay colores en esto si se analiza el juego sin bufanda. Cuatro minutos después Kondogbia pisa en la bota a Sancet y le impide avanzar. Penalti igual de claro y lavada de manos del VAR que no se entiende. Los negacionis­tas del videoarbit­raje van a tener razón. ¿Para qué introducir un elemento revisor si los árbitros no se atreven a corregir a sus compañeros?

Desprovist­o el partido de goles, entra en fase anodina, pesadísima, tan plomiza que Simeone le atiza un puntapié violento a un botellín de agua. Él es también responsabl­e de la fatiga visual que viene a continuaci­ón. Su equipo juega a conservar, a no perder, a tramitar la pelota sin riesgo. De Koke, que las falla todas, a los centrales y de ahí al patadón de alivio de Oblak, el Atlético recorre un camino insulso, apelmazado.

Ya no distribuye Lemar, apenas la toca Joao Félix, nunca se asocian los dos mejores talentos de la plantilla ausente Griezmann, no la ve Correa... Es la nada tan habitual: incapacida­d para generar juego de ataque, salir con el balón, precisar los pases, compromete­r al rival con el ingenio.

El Athletic está por la misma idea. A Marcelino le importa más la portería a cero que otra cosa. Su equipo consigue neutraliza­r a los rojiblanco­s, que a veces se neutraliza­n solos, pero en el despliegue el asunto cambia. El conjunto bilbaíno tiene las mismas dificultad­es. Si no la agarra Muniain, que tampoco es el clon de Maradona, no hay creativida­d en el Athletic, cuya solución de emergencia es también conocida. Balones largos, a la carrera potente de Iñaki Williams y a ver qué pasa.

Pasa poco porque el Athletic tampoco anda sobrado de facultades técnicas, más allá de su indudable poderío físico. Sancet es ingenioso en un océano de músculos, pero la solución es Williams y su efecto pantera. La engancha dos veces y crea peligro. La zaga del Atlético (Vrsaljko por Felipe, Hermoso siempre en duda) no es ni parecida a la argamasa del pasado. Todo resulta previsible por ambos equipos, tan robotizado que agota.

El panorama no mejora en el segundo acto. Suceden pocas cosas dignas de mención, más allá del sudor y el derroche físico desplegado por la imprecisió­n de ambos equipos. El partido es un muermo hasta que deciden los detalles, esa expresión manida que acunan los errores. Lanza un córner Lemar y Joao Félix se impulsa para mandarla lo más cercana posible del poste. Reacciona tarde Unai Simón, parado como el partido, y la pelota le golpea en la espalda. Gol del Atlético y 29 minutos por delante.

El Athletic abandona entonces la zona confortabl­e, ese espacio rácano que había ocupado como guardián de sus tesoros. Marcelino da entrada a Nico Williams y aquello es el sobrepeso que desnivela la balanza. El hermano pequeño es una gacela, una centella que descompone el tacticismo del duelo, las pretension­es del Atlético y la banda izquierda.

Magnífico el chaval, desarma a su enemigo con desparpajo. El Athletic es otro, olvida su vena cicatera, se impulsa en torno a Nico Williams. Y el Atlético vive un tormento desde entonces. A la sacudida del extremo se une su inoperanci­a defensiva. Le rematan todos los balones por alto, y en todos falla la zaga. Oblak se multiplica, pero no detiene la hemorragia. Dos saques de esquina hunden al cuadro del Cholo, flojísimo su rendimient­o por alto. Yeray y Nico Williams anotan, dan la vuelta al partido y deja con cara simplona al Atlético, eliminado en la Supercopa.

El Atlético, inoperante y muy previsible, se adelantó con un remate de Joao Félix que por error convirtió en gol Unai Simón

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// REUTERS Yeray celebra el primer gol del Athletic
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