EL ESTADO DE BARINAS, DE CUNA DE CHÁVEZ A TUMBA DEL CHAVISMO
Cuando el régimen de Maduro se dio cuenta de que podía perder las elecciones regionales, llevó camiones con electrodomésticos y repartió bolsas de pollo y mortadela para reducir el descontento social. Ni así logró ganar en este bastión
Poco después de las seis de la tarde del domingo 9 de enero, casi todas las mesas de votación en el estado de Barinas, al sur de Venezuela, comenzaron a cerrar. Pasadas las 21.30 horas, el candidato del Gobierno, Jorge Arreaza, un hombre muy ligado a la cúpula del régimen, llamó por teléfono a su principal contrincante, el opositor Sergio Garrido, y reconoció su derrota. Antes de colgar, le deseó: «¡Dios los bendiga!» Unos minutos después, publicaba en su cuenta de Twitter: «Barinas querida. La información que recibimos de nuestras estructuras del PSUV (Partido Socialista Unido de Venezuela) indican que, aunque aumentamos en votación, no hemos logrado el objetivo. Agradezco de corazón a nuestra heroica militancia. Seguiremos protegiendo al pueblo barinés desde todos los espacios».
La reacción de Arreaza fue un hecho sin precedentes en la historia electoral del chavismo en Venezuela.
Nombrado por Maduro vicepresidente de la República, puesto que desempeñó entre abril de 2013 y enero de 2016, Arreaza también fue canciller, ministro en Ciencia y Tecnología, Desarrollo Minero e Industrias y Producción Nacional. Estuvo casado con la hija mayor de Hugo Chávez, Rosa Virginia.
Mes y medio antes, el 21 de noviembre, un resultado muy cerrado en las regionales de Barinas le había dado la victoria al principal candidato opositor, Freddy Superlano, que había superado por 130 votos al candidato oficialista, Argenis Chávez, hermano del fallecido presidente y gobernador de ese estado. Sin embargo, un alto jefe del Plan República (un despliegue militar realizado durante los comicios) retuvo las actas de un apartado municipio e impidió a la Junta Electoral Regional culminar el recuento y declarar ganador. El Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) exigió el envío de las actas a Caracas, anuló las elecciones y ordenó la repetición de la cita en las urnas para el 9 de enero.
Esos hechos demuestran la importancia que tiene para el chavismo ganar en Barinas, un estado que se considera la cuna de la revolución bolivariana por encontrarse allí el pequeño poblado de Sabaneta, donde nació y vivió Chávez.
Participar a última hora
Dirigentes opositores como Juan Guaidó, Leopoldo López, Henry Ramos y otros importantes líderes dudaban sobre si concurrir o no a los comicios del 21-N. Un sector se había alineado a las exigencias del régimen y había participado en diciembre de 2020 en las elecciones parlamentarias, que no fueron reconocidas por la mayoría opositora y en las que se registró una abstención del 70 por ciento. A algunos disidentes se les asignaron siglas de los principales partidos, generando divisiones.
A última hora y por presión de las bases, los dirigentes de los principales partidos acordaron participar con las siglas de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), aceptada por el Consejo Nacional Electoral (CNE), en el que ingresaron dos representantes de la oposición. Sin embargo, el llamamiento a participar de las formaciones opositoras más importantes seguía siendo ambiguo. Esta entrada tardía y las divisiones cada vez más profundas permitieron que el oficialismo ganara 19 de los 23 estados, con la sorpresa de perder en la cuna de Chávez.
De ahí que la pugna por mantener ese territorio el 9-E fuera vital para el chavismo. Barinas fue en noviembre de 1998 el primer gobierno regional ganado por el PSUV con Hugo de los Reyes Chávez, un mes antes de que su hijo, Hugo Chávez, fuera elegido presidente. En los últimos ocho años, el oficialismo ha perdido cerca de cuatro millones de votos. En Barinas, la reducción de votantes desde 2017 hasta las elecciones del 21-N ha sido de cerca de 60.000 electores.
La mesa electoral del centro educativo Simón Bolívar de Alto Barinas, la capital del estado, abrió sus puertas muy temprano el pasado 9 de enero. A diferencia de otros comicios, estaban presentes todos los representantes de mesa, testigos y voluntarios. Una de sus integrantes comentó a este diario que, a pesar de las dudas sobre la transparencia del proceso, en esta campaña habían comenzado a percibirse expectativas de cambio en el pueblo barinés.
Reacción inesperada
Una de las primeras en acudir al centro fue una mujer de 60 años que, al dirigirse a la mesa de votación, se paró frente a ella, tomó la papeleta emitida por la máquina, se mantuvo unos segundos en silencio con los ojos cerrados y pronunció una oración casi imperceptible. Hizo la señal de la cruz, miró al cielo y depositó su voto en la urna. Los miembros de la mesa la miraron en silencio y la siguieron con la vista hasta
que abandonó la sala. El gesto de la electora sugería un cambio, una esperanza, una convicción más puesta en la fe que en la política.
El inmenso despliegue de recursos que el régimen realizó el 9-E recordaba lo vital que era ganar para el oficialismo. Cientos de autobuses fueron a buscar a electores que ya no vivían en Barinas. Camiones cargados con neveras y electrodomésticos comenzaron a repartir esos productos entre las personas próximas al chavismo para motivar su participación y contrarrestar el descontento. El despliegue militar y policial, con helicópteros y aviones del Ejército sobrevolando la región, acompañaba los operativos en las barriadas populares, en las que se entregaban bolsas con pollo y mortadela. Todo el alto mando del partido, los altos funcionarios y hasta dos hijas de Chávez, María Gabriela y Rosinés, acudieron hasta allí a apoyar a Arreaza en la campaña.
La impugnación de las elecciones del 21-N, que ganó el opositor Freddy Superlano, podría haber generado una reacción adversa de los opositores, como ha ocurrido en otras ocasiones. Pero, esta vez, la respuesta fue diferente: en lugar de replegarse, la gente se inclinó por participar. Testimonios barinenses destacan que mucha gente que no había votado el 21-N sí lo hizo el 9E. Según Zuleima Áñez, una empleada doméstica que vive en una barriada popular en la capital de Barinas, la gente dijo: «Esta vez sí voy». Yoset Calet Pérez, que trabajó como miembro del comando electoral del candidato ganador, Sergio Garrido, nos explica que «si bien había temor y dudas, también había rabia en la gente». «El trabajo del comando de campaña fue esta vez mucho más eficiente y organizado», comenta. El resultado fue que el candidato opositor logró casi 70.000 votos más que el 21-N.
La familia Chávez ha tenido como baluarte a Sabaneta, situada al noreste de Barinas. Ha sido el símbolo de la revolución. La imagen de hombre humilde promovida por el propio militar con las historias de una infancia sencilla tiene como emblema la pequeña casa donde fue criado por su abuela paterna, Rosa Inés. Si bien ese símbolo permanece en una calle de la localidad, el ‘comandante eterno’ y sus herederos levantaron sus nuevos refugios en lujosas fincas como La Chavera, La Martinera, Santa Lucía, o La Malagueña, y en algunas expropiadas que manejaba el régimen.
En Sabaneta, las expectativas de la gente por lograr una vida mejor fueron decayendo con cada año de chavismo. El municipio también fue gobernado por otro hermano de la familia Chávez, Aníbal. Calles deterioradas, cloacas desbordadas, negocios que han cerrado, gente sin trabajo y desolación contrastan con paredes tapizadas con el rostro de Chávez y una gran estatua con el puño izquierdo en alto.
La dinastía Chávez también ha generado conflictos entre hermanos y sobrinos en la disputa por el poder. Argenis, candidato perdedor del 21-N, renunció después de esos comicios y fue retirado como candidato por órdenes del partido.
Por ser el símbolo de la revolución, al estado de Barinas se le asignaron importantes obras para su desarrollo. De una decena de grandes proyectos, siete nunca fueron terminados. En los últimos quince años, se aprobaron unos 7.500 millones de dólares para llevar a cabo esas obras. Entre ellas, destacaron un complejo petroquímico y agroindustrial, un aeropuerto, una refinería, un oleoducto, un hospital e infraestructuras varias. En algunas de esas obras solo existe la primera piedra y el cartel con rostro sonriente del comandante, anunciando el proyecto en medio de escombros y arbustos.
Un gran laboratorio
Barinas fue la región donde se aplicaron con mayor profundidad las políticas socialistas de expropiación y estatalización. Datos recopilados por la Asociación de Productores de Barinas señalan que 514 fincas productivas fueron invadidas entre 2002 y 2019. Esa cifra equivale a 710.130 hectáreas, el 23 por ciento de la superficie agrícola. En los últimos meses, se han registrado 50 nuevas invasiones y las hectáreas afectadas son 800.000. Los productores del campo se quejan de la inseguridad. Grupos armados y guerrilla forman parte de milicias. La escasez de gasolina y gasoil se ha convertido en una fuente de conflicto permanente, recursos que ahora manejan mafias vinculadas a gobiernos locales.
Productores consultados señalan que, desde que empezó la incertidumbre provocada por las elecciones del pasado 21-N, el comercio agrícola y ganadero se ha paralizado, profundizando la crisis económica que ya golpeaba la región. Ahora esperan que el nuevo gobierno restablezca la libre producción, que las mafias sean reducidas y se acabe con las invasiones.
La fe en el cambio posible ha conquistado a los barinenses y su triunfo ha generado esperanza en toda Venezuela, que ha puesto a reflexionar a gran parte del sector político sobre lo sucedido allí. Así lo interpretan analistas, académicos y comunicadores, que buscan descifrar lo que le espera al castigado país en los próximos años.
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