Verdades, mentiras y el laberinto del policía
► El comisario se defiende atacando cuando le acorrala la investigación
Cuando en tres afirmaciones correlativas una es cierta, otra es falsa y la tercera es una verdad a medias, la dificultad radica en distinguir cuál es cuál. Es lo que viene sucediendo con el excomisario José Manuel Villarejo. Estudiar sus andanzas es como pasear por un enorme laberinto de espejos. Hay ángulos que le retratan en la irrelevancia. Otros sobredimensionan su magnitud. Él acostumbra a alimentar una u otra imagen, según convenga. En una misma sesión pasa de decir que con los clientes iba de «pavo real» y todo era márketing a defender que lo suyo era un análisis de información eficaz. Todo depende de la acusación. Otras veces, revienta el espejo con una afirmación rotunda de esas que llevan a mirar el dedo y obviar la Luna. Lo cierto es que, al final, tanto da. Si algo está mostrando el macrojuicio contra él es un reflejo deformado. También que, pese al cansancio alegado tras cinco sesiones de declaración, sigue en forma al marcar agenda introduciendo el tema adecuado para soslayar el que parecía inevitable.
Los atentados del 17-A
El martes, en pleno interrogatorio de la Fiscalía Anticorrupción, Villarejo dejó caer que en 2017 colaboró con el CNI «para arreglar el entuerto del atentado del imán de Ripoll, que al final fue un grave error» del entonces director de la institución, Félix Sanz Roldán, «por calcular mal las cosas para darle un pequeño susto a Cataluña». Los partidos independentistas no tardaron en pedir comparecencias. El asunto invadió las tertulias y generó encendidos debates tanto sobre esa teoría de la conspiración, descartada expresamente por la Audiencia Nacional en su sentencia de los atentados, como sobre la credibilidad del comisario. Menos se comentó que Villarejo lo dijo justo cuando el fiscal le tenía acorralado por los audios intervenidos que atestiguan las negociaciones con dos supuestos clientes muy concretos: los que ya han reconocido haber pagado 20.000 euros por dos vídeos de sexo y drogas de un exjuez.
El Gran Hermano
El comisario intentaba convencer al tribunal de que, como él era un «agente encubierto», el CNI tenía «monitorizada» toda su vida. Que grababan sus reuniones y luego le daban copias de las cintas ya «auditadas y editadas» para su «tranquilidad». Es curiosa esta estrategia pues, conforme ha constatado ABC, en la causa son varios los audios en los que se escucha manipular la grabadora justo bajo su chorro de voz. También hay pistas que contienen material de interés cuestionable para un espía. Se le escucha, por ejemplo, usar el baño.
Esta no era, de todos modos, su postura inicial. Al principio solo decía que las cintas estaban manipuladas por quienes las intervinieron o desencriptaron. Ahora añade que él no las grabó.
Ese martes, el fiscal cuestionaba que estando, como estaba, Villarejo jubilado desde 2016, el CNI le monitorizase en 2017. Para argumentar que seguía trabajando con la Inteligencia y que «a las personas relevantes de este país hay que tenerlas controladas», soltó la teoría de los atentados. Nada denunció en cinco años y en sus agendas, donde lo anotaba todo, nada hay escrito entre el 1 y el 22 de agosto de aquel año. Justo antes, figura previsión de un viaje a Londres. Ya el viernes, ante el tribunal, parecía recapacitar: «Determinadas cosas, por defenderme, no tienen que salir a la luz». Su abogado acababa de situarle en la liberación del Alakrana.
Hasta Bárbara Rey
El fiscal siguió apretando y Villarejo coló otros dos titulares. Primero, afirmó que el CNI utilizaba «prácticamente la misma técnica» con Bárbara Rey que con él; es decir, grabarlo todo –y ese todo insinúa a Don Juan Carlos–, y darle copia. Este asunto volvió al candelero cuando ABC publicó referencias al respecto en los diarios del primer jefe de los espías de la democracia, Emilio Alonso Manglano. Que, por cierto, no contienen referencias al comisario. Villarejo dice que hablaban y cita un consejo que le dio sobre la importancia de apartar el interés personal del oficio. Si fue cierto, suena a premonición.
El archivo Jano
El otro titular del martes ya lo había quemado durante la instrucción, la existencia de un «archivo Jano de control de togas para controlar a jueces y fiscales» que, según dijo, «se nutre» con las mismas artes. Fue una de las primeras bombas que soltó Villarejo tras su detención y la utilizó para justificar su acercamiento a Corinna Larsen. En su día dijo que el CNI le había encomendado relacionarse con ella porque lo tenía y amenazaba la seguridad del Estado. Lo que nunca explicó fue por qué iba a tenerlo. Si existe o no, es un misterio. Las agendas lo que muestran es que el contacto le vino dado por un empresario. Fuentes de la causa explican que hay alguna referencia a Jano en sus archivos, pero un recordatorio: la Policía cree que el mencionado vídeo sexual de 20.000 euros lo grabó el propio Villarejo cuando el afectado era juez.
Su última insinuación al respecto, introducida en el juicio por su abogado, es la existencia de cintas de jueces y fiscales con menores en Cartagena de Indias durante un viaje ya célebre porque lo comentó en una comida con Villarejo y otros comisarios nada menos que Dolores Delgado una década antes de ser fiscal general. El audio se filtró con
Villarejo en prisión y ella recién nombrada ministra de Justicia.
El 11 de marzo
La mención al 17-A no ha sido la primera sobre terrorismo, aunque ahora es a micro abierto y antes, con largos escritos al juzgado y la intermediación de su letrado. Así trascendió que iba a hacer revelaciones sobre unos hechos «luctuosos» para España. Expectación servida. Villarejo redactó un documento sobre el 11-M. Juez y fiscal le tomaron declaración y después archivaron el asunto. En aquel momento, trataba de justificar sus trabajos para el BBVA, que tiene su propia pieza en la causa, vistiéndolos como un asunto de Estado: el que concierne a intereses de Francia, que habría tenido responsabilidad en la financiación del 11-M.
Las hormonas y Gamba
Capítulo aparte, la Monarquía. Villarejo culpa a Sanz Roldán del daño a Don Juan Carlos y le responsabiliza de filtrar el audio de su conversación con Corinna Larsen, el mismo que desencadenó la investigación en la Fiscalía. Consta ya que Villarejo alardeaba de tener «siete copias» de la cinta escondidas y no dice que se grabase monitorizando su vida, sino que el CNI le obligó a hacerlo. Con todo, él, que se define como defensor de las instituciones, acabó soltando en el Congreso que a Don Juan Carlos le inoculaban «hormonas femeninas» para bajarle la libido. Lo había oído de Larsen, pero eso no lo trasladó a los diputados. En el juicio mencionó un supuesto «proyecto Gamba» contra Doña Letizia que en 2017 manejaría la prensa. Y ahí lo dejó, de nuevo, cuando se defendía ante el fiscal.
Ni tanto, ni tan poco
Pero información y contactos de alto nivel tenía, como reflejan las agendas y los propios audios. Comisario es y colaboraba con el CNI, con más o menos gloria. Gestionaba desde los años 80 un entramado de empresas y sus sucesivos jefes las toleraron y, a veces, las utilizaron. Las cuentas revelan 23 millones en proyectos. Él dice que todo se reinvertía. Que todo era por servir al Estado.
Se le pinta de estafador o de superagente según lo diga un cliente que minimiza el espionaje que encargó o un colaborador justificando la ayuda prestada. La sentencia dirá qué ángulo gana en el laberinto de espejos. Y el tiempo, cuántos más romperá Villarejo.