Esperando a Moreau
Hígados, corazones y pulmones implantados apenas son ya noticia que altere una opinión pública conocedora de nuestra afinidad genética con el cerdo
Aunque el implante quirúrgico no sea ya ninguna novedad en este vertiginoso mundo, la noticia del realizado con un corazón de cerdo a un ciudadano estadounidense ha resonado gravemente en el imaginario colectivo. No hay que olvidar que el progreso cirujano no solamente floreció en la primitiva civilización egipcia hasta popularizar las trepanaciones sino que, de creer a algunos investigadores del pasado, parece ser que aquél hacía ya importantes pinitos en plena Edad de Piedra. El implante de órganos es hoy, por fortuna, una especialidad clínica en plena expansión hasta el punto de que no faltan sociólogos que cavilan sobre la posibilidad de que —superados el obstáculo tradicional de los rechazos— su contribución a la prolongación de la esperanza de vida podría constituir en el futuro un insuperable problema fiscal.
Cuando el marqués de Villaverde fracasaba estrepitosamente al emular el efímero pero pionero éxito cardiológico del doctor Barnard, hubo quien recordó que ni en la Edad Media ni mucho después se dudó de la hazaña atribuida a aquellos santos Cosme y Damián, capaces de sustituir sin problemas la pierna blanca y desahuciada del diácono Justiniano por la negra pero sana de un esclavo blanco. Luego ha llovido tanto que hemos pasado de estremecernos oyendo a Wells las aventuras quirúrgicas del Dr. Moreau, a aceptar con normalidad la reanimación de un terrícola con un despojo porcino. Y tanto es así que el imaginario colectivo entrevé ya casi inminente el insólito remedio de superar nuestros fracasos orgánicos echando mano con decisión de la fraterna pocilga.
Hígados, corazones y pulmones implantados apenas son ya noticia que altere una opinión pública conocedora de nuestra afinidad genética con el cerdo. ¿No sabemos acaso de buena tinta lo escasa que es la diferencia entre el genoma de un ser humano y el de una mosca drosófila o una rata de alcantarilla? La verdad es que nunca como ahora entiendo al gran junguiano Ernst Aeppli cuando señalaba la grave coincidencia entre la anatomía de ese animal y la nuestra o hablaba de la coincidencia entre nuestros respectivos subconscientes.
No sabemos aún en qué acabará esa aventura de la Universidad de Maryland, pero ni su logro tendría que desconcertarnos ni su eventual fracaso (que Dios no consienta) debería empañar la perspectiva de esperanza que nos promete una ciencia tan próxima a la devota intuición franciscana. El Vaticano asumió la realidad del implante quirúrgico atenido, a la sombra del ‘Génesis’, al argumento de que, después de todo, el animal fue creado al servicio del hombre. El fundamentalismo islámico, por su parte, tengo entendido que, aun manteniendo el tabú alimenticio, aceptaría ahora sin remilgo sus órganos en el quirófano en caso de necesidad. Para el ismaelita del petrodólar, está visto, la vida bien vale una ‘sura’.