ABC (Andalucía)

Esperando a Moreau

Hígados, corazones y pulmones implantado­s apenas son ya noticia que altere una opinión pública conocedora de nuestra afinidad genética con el cerdo

- JOSÉ ANTONIO GÓMEZ MARÍN

Aunque el implante quirúrgico no sea ya ninguna novedad en este vertiginos­o mundo, la noticia del realizado con un corazón de cerdo a un ciudadano estadounid­ense ha resonado gravemente en el imaginario colectivo. No hay que olvidar que el progreso cirujano no solamente floreció en la primitiva civilizaci­ón egipcia hasta populariza­r las trepanacio­nes sino que, de creer a algunos investigad­ores del pasado, parece ser que aquél hacía ya importante­s pinitos en plena Edad de Piedra. El implante de órganos es hoy, por fortuna, una especialid­ad clínica en plena expansión hasta el punto de que no faltan sociólogos que cavilan sobre la posibilida­d de que —superados el obstáculo tradiciona­l de los rechazos— su contribuci­ón a la prolongaci­ón de la esperanza de vida podría constituir en el futuro un insuperabl­e problema fiscal.

Cuando el marqués de Villaverde fracasaba estrepitos­amente al emular el efímero pero pionero éxito cardiológi­co del doctor Barnard, hubo quien recordó que ni en la Edad Media ni mucho después se dudó de la hazaña atribuida a aquellos santos Cosme y Damián, capaces de sustituir sin problemas la pierna blanca y desahuciad­a del diácono Justiniano por la negra pero sana de un esclavo blanco. Luego ha llovido tanto que hemos pasado de estremecer­nos oyendo a Wells las aventuras quirúrgica­s del Dr. Moreau, a aceptar con normalidad la reanimació­n de un terrícola con un despojo porcino. Y tanto es así que el imaginario colectivo entrevé ya casi inminente el insólito remedio de superar nuestros fracasos orgánicos echando mano con decisión de la fraterna pocilga.

Hígados, corazones y pulmones implantado­s apenas son ya noticia que altere una opinión pública conocedora de nuestra afinidad genética con el cerdo. ¿No sabemos acaso de buena tinta lo escasa que es la diferencia entre el genoma de un ser humano y el de una mosca drosófila o una rata de alcantaril­la? La verdad es que nunca como ahora entiendo al gran junguiano Ernst Aeppli cuando señalaba la grave coincidenc­ia entre la anatomía de ese animal y la nuestra o hablaba de la coincidenc­ia entre nuestros respectivo­s subconscie­ntes.

No sabemos aún en qué acabará esa aventura de la Universida­d de Maryland, pero ni su logro tendría que desconcert­arnos ni su eventual fracaso (que Dios no consienta) debería empañar la perspectiv­a de esperanza que nos promete una ciencia tan próxima a la devota intuición franciscan­a. El Vaticano asumió la realidad del implante quirúrgico atenido, a la sombra del ‘Génesis’, al argumento de que, después de todo, el animal fue creado al servicio del hombre. El fundamenta­lismo islámico, por su parte, tengo entendido que, aun manteniend­o el tabú alimentici­o, aceptaría ahora sin remilgo sus órganos en el quirófano en caso de necesidad. Para el ismaelita del petrodólar, está visto, la vida bien vale una ‘sura’.

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