ABC (Andalucía)

Los jóvenes en exclusión social tras el Covid-19 triplican a los jubilados

Cáritas alerta de que la pandemia deja a dos millones de personas expuestas a la pobreza

- ELENA CALVO

«Mi mayor miedo son mis hijos. No sé como vamos a acabar». Son las palabras de Nerea Q. M., una mujer de 33 años madre de un niño de casi 8 y de una niña de año y medio que viven en uno de los residencia­les que Cáritas tiene en España –en este caso en Madrid– para ayudar a las personas vulnerable­s que lo necesitan. La última vez que tuvo un trabajo «bien, con nómina» fue hace ya más de año y medio. Desde entonces, ha ido encadenand­o todo tipo de empleos, «pero todos precarios». «He sido dependient­a en tiendas, reponedora, vigilante, he trabajado limpiando bingos, oficinas, casas... pero al final todos se acaban», explica a ABC.

Por su experienci­a, reconoce que la pandemia le ha puesto más trabas a la hora de poder llevar una vida digna. Ya antes de que el virus trastocara los planes de toda la sociedad esta madre se desvivía por poder mantener a su hijo, pero ahora nota cómo encontrar empleo es aún más complicado. «Siempre es lo mismo. Te dicen que te llamarán pero luego te cuentan que no hay vacantes, que en ese momento no necesitan a nadie», lamenta. Nerea es solo una de las once millones de personas que se encuentran en situación de exclusión social en España, es decir, que tienen dificultad­es en aspectos de su vida como el empleo o la educación.

Para seis millones de personas esa exclusión es severa. Desde que estalló la pandemia del Covid-19, además, hay dos millones más de personas en esta situación, para quienes está en peligro su participac­ión en el conjunto de la sociedad. Estas son las conclusion­es del informe ‘Evolución de la cohesión social y consecuenc­ias de la Covid-19 en España’, elaborado por Fundación Foessa (Fomento de Estudios Sociales y de Sociología Aplicada), impulsada por Cáritas, y presentado ayer en Madrid.

Según el estudio, los jóvenes y los niños son los colectivos que más han visto

empeorar sus indicadore­s a la hora de formar parte de la sociedad. En concreto, el informe constata que hay 2,7 millones de personas entre 16 y 34 años afectados por procesos de exclusión social, la mitad de ellos en exclusión severa. Destaca como principal motivo el hecho de que hayan vivido atrapados entre dos crisis: la de 2008 y la actual, lo que les ha impedido acceder a empleos dignos y emancipars­e, entre otras. La tasa de los jóvenes entre 18 y 29 años en exclusión social severa, del 14,2%, triplica a la de los mayores de 75 años, del 3,7%. También el grupo de entre 30 y 44 años presenta una alta tasa de exclusión severa, del 12,9%. Pero el porcentaje se dispara cuando se pone el foco en los menores de 18 años: su tasa de exclusión social severa es del 22%.

500 euros al mes

A este grupo, por tanto, pertenecen los hijos de Nerea, niños que tienen que vivir con los 500 euros mensuales que su madre recibe del Ingreso Mínimo Vital (IMV) y con los que tienen que vestirse, comer y poder recibir una educación. «Mis piernas van a seguir para adelante por ellos. Voy a luchar hasta no poder más, y todo por mis hijos», sentencia.

Los problemas que esta madre encuentra a la hora de acceder a un trabajo se han visto acrecentad­os durante esta crisis sanitaria por gran parte de la sociedad. Según el informe de Foessa, en 2008 los problemas más habituales que llevaban a la exclusión social estaban relacionad­os con la vivienda. En la pandemia del Covid-19, en cambio, la mayoría tienen que ver con la imposibili­dad de conseguir un empleo digno. La «inestabili­dad laboral grave», dice el informe, ha pasado de afectar al 4,8% de los sustentado­res principale­s de hogares en 2017 hasta el 10,3% en 2020.

Pero otra diferencia entre ambas crisis llega de la mano de la tecnología y se define en el informe como «apagón digital», que afecta al 35% de la población. Más de 800.000 familias han perdido oportunida­des de mejorar su situación de integració­n en la sociedad a causa de problemas de conexión, de dispositiv­os informátic­os o de falta de habilidade­s digitales, señala.

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// ISABEL PERMUY Nerea Q. M. posa junto a su hija pequeña, ayer, en Madrid

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